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La llegada más esperada


Enviado por   •  23 de Agosto de 2013  •  Informes  •  524 Palabras (3 Páginas)  •  241 Visitas

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La llegada más esperada

Me pidió que le platicara de mi pasado.

Y le conté de todos los sabores de helado que probé mientras él llegaba a mi vida.

Le conté de todas las historias que escribí, los cuentos que inventé, los finales felices y los puntos y comas de mi yo sin él.

Le conté de los colores y texturas de todas las camas en las que dormí, en las que lloré, en las que crecí.

Le conté del frío en la navidad, del olor a nuevo de unos zapatos que jamás me gustaron, de los CDs que nunca sonaron en casa.

Le conté de las canciones que sólo aprendí a tararear, del sonido de la voz de mi mejor amigo, del ruido al rededor con mi primer cigarro.

Le conté que solía dormir con dos almohadas, pero que el insomnio ajeno me había enseñado a dormir con ninguna. Que me lastimaba el oído derecho porque sólo acostumbraba utilizar el audífono izquierdo. Que las calles las cruzaba corriendo, pero mejor había hecho de mi pasatiempo el sentarme a ver los carros pasar.

Le conté tantas cosas de mi pasado, que el suyo se asomaba decepcionado desde sus ojos. “Cuéntame cosas serias.” me dijo “Experiencias de una mujer de verdad.”

No entendí. Así que le conté de cuando nos cacharon cambiándole el idioma a los teléfonos públicos, y de cuando dejábamos las películas a la mitad para ir a la tienda por Tutsis y Coca. Le conté de cuando se nos entumió la panza de tanto reír, de los mensajes a las cinco de la mañana para decirnos algo que demostrábamos a diario y de todas las pizzas que pedimos sin champiñones en cualquier lugar.

Le conté de todos los conciertos a los que nos acompañábamos y de cada una de las veces que te pasaste la salida para tomar el camino a mi casa, de la vez en que pintamos granitos de arena, del amanecer en la playa, de lo mucho que odiabas meterte al mar.

Le conté que disfrutabas como nadie verme bailar, que le subías a la música para molestarme con que no te gustaba escucharme cantar. Que tus brazos eran de un café para dormir y el color de tus ojos era dulce como los Hershey’s de almendra. Le conté que te contaba, que tú sabías que cada noche lo esperaba, que tú entendías ese anhelo, la ilusión, el “cuando por fin esté con él…”. Lo que se supone que debía ser.

Fue ahí que paré. Lo miré. Le sonreí. Lo besé. Y me disculpé. Me disculpé por no entender lo que era para él una mujer de verdad. Porque yo sólo había aprendido de plenitud, de entrega, de pasión por la vida. Yo sólo había aprendido de la seriedad de mi compromiso con las pequeñas cosas y lo irrompible de una promesa para los dos. La única verdad que yo conocía era la de nuestra risa estridente y nuestra mirada

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