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Los Ojos Del Lobo Siberiano


Enviado por   •  5 de Diciembre de 2014  •  1.288 Palabras (6 Páginas)  •  447 Visitas

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Tincho_1712

ANTONIO SANTA ANA LOS OJOS DEL PERRO SIBERIANO

Tincho_1712

Para Sandra, por supuesto.

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¿NO CREE QUE ES ESO PRECISAMENTE LO QUE LA LITERATURA DEBE HACER, PROVOCAR DESASOSIEGO? ANTONIO TABUCCHI

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Es terrible darse cuenta de que uno tiene algo cuando lo está perdiendo. Eso es lo que me pasó a mí con mi hermano. Mi hermano hubiese cumplido ayer 31 años, pero murió hace 5. Se había ido de casa a los 18, yo tenía 5 años. Mi familia nunca le perdonó ninguna de las dos cosas, ni que se haya ido, ni que se haya muerto. Esto, si no fuera terrible, hasta sería gracioso. Pero no lo es, lamentablemente. Perdonen si este párrafo es confuso. Quiero contar toda la historia esta noche. Mañana me voy. Tal vez si logro repasar mi historia en voz alta, aunque sea una vez, me sienta más liviano en el momento de tomar el avión. Pero no sé si podré.

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I Nosotros vivimos en San Isidro en una de esas grandes casonas de principio de siglo, cerca del río. La casa es enorme, de ambientes amplios y techos altos, de dos plantas. En la planta baja, un pequeño hall, la sala, el comedor con su chimenea, el estudio de mi padre, donde está la biblioteca, la cocina y las habitaciones de servicio. En la planta alta están los dormitorios, el de mis padres, el de mi hermano y el mío, un cuarto para que mi madre haga sus quehaceres (siempre fue denominado así: para los quehaceres de mi madre, he vivido toda mi vida en esta casa y no sé cuáles son los quehaceres que mi madre realiza en ese cuarto) y un par de habitaciones vacías. Obviamente también hay baños, dos por planta. La casa está rodeada por un gran parque, en la parte de adelante hay pinos y un nogal, detrás los rosales de mi madre y sus plantas de hierbas. Mi madre cultiva y cuida sus hierbas con un amor y una dedicación que creo no nos dio a nosotros. Estoy exagerando, pero no mucho. Cultiva orégano, romero, salvia, albahaca, tres tipos de estragón, tomillo, menta, mejorana y debo estar olvidándome de varias. En la primavera y el verano las utiliza frescas, un poco antes del otoño las seca al sol y las guarda en frascos en un sitio oscuro y seco. En realidad no sé por qué les cuento esto, no tiene mucho que ver con nada y no es importante. Pero cada vez que me imagino a mi madre, la veo arrodillada o con unas tijeras de podar, sus guantes, un sombrero de paja o un pañuelo, hablándoles a sus plantas. Uno de los momentos más felices de mi niñez era cuando me llamaba y me pedía que la acompañara. Me explicaba cuál era cuál, qué tipos de cuidados requerían, cómo curarlas cuando las atacaba el pulgón o alguna otra plaga, o cómo podar el rosal. No es que a mí me interesara la jardinería particularmente, pero el solo hecho de que ella quisiera compartir conmigo esa actividad a la que se dedicaba con tanto esmero bastaba para hacerme sentir dichoso. Podía quedarme horas doblado en dos revolviendo la tierra, abonando las plantas sin importar el clima. Tal vez cuando ustedes evocan su niñez y sus momentos felices, recuerdan algún paseo o unas vacaciones. No sé. Yo evoco el olor de la tierra y el de las hierbas. Aún hoy, tantos años después, basta el olor del romero para hacerme feliz. Para hacerme sentir que hubo un momento, aunque haya sido sólo un instante en que mi madre y yo estuvimos comunicados. * * * Con mi padre la relación era, o debo decir es, mucho más fácil. Yo me ocupaba de mis asuntos y él de los suyos. Me explico mejor:

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