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MACROECONOMIA

rodrogos9 de Noviembre de 2012

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Datos del Autor

Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001 y vicepresidente senior del Banco Mundial, vivió y presenció desde las primeras butacas los efectos nocivos que trae consigo la aplicación, en el marco de la globalización, de políticas económicas manipuladas por intereses financieros e ideológicos. El autor sostiene que la globalización, en sí, no es buena ni mala: si beneficia o golpea a los países y a sus habitantes, depende exclusivamente de sus administradores y árbitros. Entonces, el autor da comienzo a la dura crítica a las instituciones económicas mundiales.

Según Stiglitz, el Fondo Monetario Internacional traicionó los ideales que lo fundaron, y gracias a su concepción de la perfección de los mercados hundió en la pobreza y el caos a aquellos que eran los más pobres dentro de los pobres. Desde el caso etíope, pasando por el del este asiático y concluyendo con el ruso, se demuestra cómo las instituciones globales recomendaron aplicar políticas desacertadas y estándares que sólo colaboraron a exacerbar las crisis y llevar al mundo al borde de un colapso económico global. La economía puede parecer una disciplina muy árida, pero un conjunto de buenas políticas económicas pueden cambiar la vida de todos los pobres del mundo.

Con mucha razón miles de personas alrededor del mundo reclaman por un mundo más justo y equitativo. Y reclaman porque advierten que los mercados y los Estados están lejos de ser perfectos. Pero el FMI está convencido de que los mercados conforman una institución perfecta, y de ahí los grandes errores cometidos. Lo grave es que no se reconozcan dichos errores y se continúe por el mismo camino.

Liberización de los mercados parece ser el primer mandamiento (y el primer error) para aquellos países que pretenden huir de la pobreza. Pero es hipócrita pretender ayudar a los países subdesarrollados obligándoles a abrir sus mercados para ser inundados por productos de países industrializados. De la misma manera, se debe dejar de coartar el accionar de los Estados cuando éstos busquen soluciones para apalear la pobreza de sus ciudadanos. Hay que lograr que los países en desarrollo consigan gobiernos fuertes y eficaces, y que los desarrollados sean justos a la hora de arreglar la economía internacional.

El sistema no está enfermo: enfermos están aquellos que lo manejan. Reestructurándolo se podrá crear una nueva administración que atienda a los reclamos de los países desarrollados, pero sobre todo de los subdesarrollados; de los ricos, pero sobre todo de los pobres. No es justo que más del 50% de la población mundial viva sumida en la pobreza, la exclusión, el analfabetismo, la enfermedad y la miseria. Es inhumano que actualmente unos 1.200 millones de personas en el mundo vivan con menos de un dólar diario, al mismo tiempo que 2.500 millones de personas vivan con menos de dos dólares diarios.

La globalización no cumplió con lo que prometió. La globalización no atendió a los desaventajados ni permitió un mayor acceso a la información, a la salud y a la educación. Muy por el contrario, la brecha entre pobres y ricos creció, y el acceso a la información se dificultó. Y por ello treparon los índices de corrupción y creció la implementación de políticas injustas. Es hora, entonces, de que la opinión pública tenga conocimiento del fin y del accionar de las organizaciones globales y de los Estados, para poder así reclamar por lo que les corresponde, y reclamar por lo que les corresponde a quienes no pueden ya reclamar.

Es un hecho que la globalización es un huésped que no tiene planes para abandonar al mundo. Será algo beneficioso si queremos, porque nos dará tiempo y esperanzas de cambiarla. Pero será preocupante si continuamos en la misma postura y permanecemos al margen de este gran problema mundial.

El mundo está lejos de resolver sus problemas, pero para comenzar a cambiarlo debemos suplir la arquitectura de las estructuras internacionales y también el esquema mental en torno a la globalización. La globalización mal gestionada trae consigo pobreza, pero también la amenaza a la identidad de los pueblos, su historia y sus valores culturales. Se debe lograr un proceso globalizador que respete a los pueblos y a sus idiosincrasias. Necesitamos entender que no se necesita de guerras armamentísticas para generar pobreza o malestar: basta con destruir culturas y religiones. Necesitamos entender que no sólo socavan la democracia los regímenes dictatoriales: la socava también la injusticia social.

Las instituciones internacionales, los Estados y todas las demás personas del mundo deben comprender que, de continuar el mundo que exacerba las diferencias sociales, a largo plazo sólo se alcanzará la quiebra del orden mundial. Si elegimos y vamos a vivir en un mundo globalizado, no permitamos que se globalice la miseria y la desigualdad. No podemos permitir que el FMI culpe a los países de no haber sufrido lo suficiente para alcanzar una economía de mercado. Hay que luchar por el desarrollo sostenible de los pueblos: un desarrollo que no necesite del sufrimiento de los mismos para ser alcanzado.

Las esperanzas no son nulas. Un cambio en el seno del Banco Mundial (tal vez no tan grande ni tan radical, pero cambio para bien, al fin) se dio a partir de la crisis del este asiático –o incluso algunos años antes–. El BM comprendió que era él quien debía ocuparse del desarrollo de los pueblos, de la ayuda para concretar ese desarrollo y consecuentemente, de la erradicación la pobreza.

Para dar el primer paso en pro de la reformulación de la globalización es necesario que admitamos los errores que cometimos y que aprendamos de ellos. Pero ¿cómo aprender de los errores que no reconocemos? No basta sólo con las buenas intenciones y mucha voluntad de un puñado de ONGs. Es necesario que las instituciones globales y los Estados abandonen esa postura de infalibilidad que los caracteriza para poder así realizar un importante avance hacia una globalización más humana.

Es necesario un debate abierto y sincero sobre las estrategias que vayan a aplicarse en los diversos países. Y es necesario que dichas estrategias se centren en: promover el crecimiento y reducir la pobreza; en trabajar con los Gobiernos de los países en desarrollo y desarrollados para atender a las inquietudes tanto del primer mundo como del mundo subdesarrollado, y en lograr la cooperación de la comunidad financiera internacional.

Debemos llegar a un punto en donde los pobres compartan las ganancias del país donde viven cuando éste crece, y que los ricos de dicho país compartan las penurias sociales en momentos de crisis. Debemos llegar a un punto en donde los pobres reciban aquello que es suyo. Debemos llegar a un punto en donde se atienda de la misma manera a poderosos y pobres. En fin, debemos llegar a un mundo justo y humano.

Entendamos que el desarrollo no consiste en el enriquecimiento de un puñado de individuos. Como expresa el autor "(...) no consiste en traer a Prada y Benetton, Ralph Lauren o Louis Vuitton para los ricos de las ciudades, abandonando a los pobres del campo a su miseria". El desarrollo consiste en transformar las sociedades sin destruirlas, mejorar las vidas de los pobres, permitir que todos tengan la oportunidad de salir adelante y permitir el acceso de todos a la salud y sobre todo a la educación.

Comencemos por abordar el modesto sueño de un mundo menos pobre. Y luego estaremos en condiciones de pensar y de luchar por un mundo sin pobreza.

Es éste el malestar en la globalización. Un malestar que terminará siendo enfermedad sino se lo cura. Pero si logramos curarlo, entonces estaremos en condiciones de afirmar que el malestar no habrá sido en vano.

"EL MALESTAR EN LA GLOBALIZACIÓN"

Resumen

Prólogo (Pp. 11-19)

Globalización. Un término polémico, en boca de todos: amado por unos, repudiado por otros... En los últimos años, y sobre todo luego del fin de la Guerra Fría a finales de la década del ’80, el término globalización ha sonado constantemente, sobre todo en aquellos países en los que, gracias a este fenómeno, miles de economías han quedado devastadas. Sin embargo, es curioso que la globalización no haya actuado de la misma manera en todos los países del mundo...

Para el autor, la supresión de las barreras al libre comercio y la integración de las economías nacionales al mercado internacional, es muy benéfico en el marco de la globalización, sobre todos para los más pobres. Por desgracia, las decisiones son tomadas por entidades como el Banco Mundial, o países como los Estados Unidos de América; decisiones que encajan con los intereses o creencias de personas que manejan a "estos grandes". Claro está, el problema difícilmente se resolverá, sobre todo porque los intereses de "ese grupo de personas" no es hacer a los pobres más ricos...

Stiglitz pasó más de veinticinco años de su vida escribiendo sobre quiebres, gobiernos de las corporaciones y apertura y acceso a la información, o lo que los economistas conocen como "transparencia". El acceso a la información podría eventualmente solucionar parte de los conflictos, aunque no es suficiente.

En 1980, cuando China comenzó a dar sus primeros pasos en dirección a adoptar una economía de mercado, aplicaron políticas graduales, progresivas y acertadas, protegiendo siempre su mercado. A lo largo de 20 años quedó comprobado que las políticas chinas eran admirables.

En este sentido, algo muy positivo sería vender los monopolios públicos a empresas privadas (lo que comúnmente se denomina como "privatización"). La competencia que se genera es provechosa,

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