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Mini-relato: El matrimonio feroz

fabycrisInforme17 de Enero de 2014

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Justicia

Mini-relato: El matrimonio feroz

Fuente: www.valores.com.mx

El matrimonio feroz

Don León —todos lo sabemos— es el rey de la selva, y como todos los monarcas, suele ser exigente y caprichoso. Estaba casado con doña Leona, hembra dócil y obediente, pero un día se cansó de ella y decidió entablar un juicio de divorcio en su contra. Solicitó sus servicios al abogado del valle cercano y éste, después de cobrarle una excesiva cantidad, le dio un mal consejo: si declaraba —aunque no fuera cierto— que Doña Leona tenía mal aliento, sería suficiente para obtener el divorcio.

Así pues, el melenudo le dijo a Doña Leona: “Mira, hijita, que yo me separo de ti desde hoy y voy a pedir el divorcio, porque tienes aliento de ajos podridos”. Herida en lo más profundo de su vanidad, ella le respondió: “¡Mentira! Las hembras de mi raza tenemos un aliento más agradable y oloroso que el de un cabrito recién nacido.” Muy enojado Don León repuso “pues yo estoy seguro de lo que digo, y te lo puedo probar mediante el juicio de mis vasallos.” Doña Leona, segura de sí misma, le respondió “pues que vengan, y ya verás que ninguna bestia podrá sostener tu calumnia.”

El juez citó a los principales personajes de la corte para que acudieran al día siguiente a declarar. Aquella noche marido y mujer durmieron en cuevas separadas para evitar pleitos y discusiones. Cada uno estaba seguro de que el juicio le sería favorable.

Para acudir a la audiencia Doña Leona se preparó con gran esmero, se bañó con jabón de los príncipes del Congo e hizo enjuagues bucales con un elíxir especial, hecho de auténtico jugo de papa. Horas después sus dos leoninas majestades anunciaron que estaban listas para dar inicio a la sesión.

El primer testigo fue Don Burro, que introdujo sus narices en las fauces de Doña Leona y aspiró dos o tres veces. Como Don León ya le había entregado dinero en un sobre para corromperlo, al sacar la cabeza hizo un gesto de repulsión y afirmó “huele muy mal”. Se apartó unos veinte pasos para volver a su corral, pero a medio camino le salió al paso Doña Leona y lo atacó con gran ferocidad para vengarse. El segundo testigo fue el caballo que, al oler el aliento de Doña Leona, dijo simplemente la verdad: “es un aroma exquisito”. Al instante Don León se le echó encima y lo hirió con garras y dientes.

Tocó el turno del mono que, viendo lo que había ocurrido, quiso salvar su pellejo. Luego de oler el hocico de Doña Leona aseguró: “a veces huele bien, y a veces mal”. Don León y Doña Leona se le echaron encima y entre los dos acabaron con él. El último testigo fue la zorra que metió toda la cabeza en el hocico de Doña Leona. Al sacarla, sacudiendo las orejitas y muy pensativa, miró primero a Don León y luego a Doña Leona… Haciendo un gesto de disgusto, les dijo: “No puedo oler, porque ando agripada” y salió corriendo de allí.

—Adaptación del relato El Divorcio de Vicente Riva Palacio incluido en el volumen “Cuentos del general”.

Para reflexionar

• ¿Fue correcto que Don León inventara una mentira para separarse de su esposa?

• ¿Piensas que el abogado del valle era confiable?

• ¿Era posible que, bajo el gobierno de Don León, se hiciera justicia? ¿Por qué?

• ¿Cómo harías justicia en esta situación?

• ¿Crees que finalmente sus majestades se divorciaron?

De la sabiduría popular

El buen juez por su casa empieza.

Si queremos construir una sociedad justa, civilizada y equitativa tenemos que comenzar aplicando esos valores en nuestra vida personal y nuestro círculo inmediato.

Identidad

Mini-relato: El indio triste

Fuente: www.valores.com.mx

El indio triste

Después de la conquista de México los españoles ofrecieron su protección y privilegios a algunos indígenas de la nobleza mexica a cambio de que colaboraran con ellos reportándoles cualquier plan de rebelión contra el nuevo gobierno. Uno de ellos, llamado Tizoc, era muy cercano al virrey quien, por sus servicios como espía, le había permitido conservar sus riquezas, entre las que había casas lujosas en la ciudad de México, muebles forrados con pieles, joyas y finas prendas de vestir.

Para quedar bien con los españoles Tizoc se había bautizado, iba a la iglesia y rezaba, pero en un lugar secreto de su casa tenía un pequeño templo donde seguía adorando a los dioses aztecas. No hacía nada de provecho, comía alimentos picantes en exceso, bebía pulque de todos los sabores y salía de paseo con diversas amigas. Esta clase de vida perjudicó su salud; cada vez tenía peor aspecto y se olvidó de la misión que le había dado el virrey.

Gracias a otro espía más atento, el virrey se enteró de que algunos indígenas estaban organizando una conspiración en su contra e hizo apresar a los culpables. Ordenó que, como castigo por su descuido, a Tizoc le quitaran todas sus propiedades. De un día para otro se quedó en la calle. Sus amigas lo abandonaron y no tenía siquiera un poco de dinero para comprar comida. Medio desnudo y enfermo permanecía sentado en la esquina de la calle donde estaba su casa, en el actual centro de la capital.

Tanto los indígenas como los españoles que pasaban frente a él lo despreciaban y se burlaban de él. Sólo algunas personas bondadosas le ofrecían pan, agua y granos de cacao. Tizoc no se movía de su lugar; siempre solo y callado se dedicaba a recordar su antigua riqueza y su vida anterior a la conquista. A veces se quedaba dormido y soñaba con el pulque, las doncellas y los manjares de antes. Acostumbrada a verlo siempre ahí, la gente lo apodó el “indio triste”.

Pasaron las semanas. Tizoc dejó de comer lo que le daban e incluso se negó a beber agua. Ya ni siquiera tenía lágrimas para llorar y permanecía siempre sumido en sus pensamientos. Cada día estaba más débil y con dificultades podía levantar la cabeza. Sentía como si hubiera perdido su lugar en el mundo. Un día amaneció inmóvil sobre la acera: había muerto de hambre, sed y tristeza.

Unos frailes que pasaban por ahí lo levantaron. Con todo respeto lo cargaron en hombros y lo llevaron al cementerio de Tlatelolco donde lo sepultaron. Para poner un ejemplo a los espías descuidados, el virrey mandó hacer una estatua de su figura sentada, con los brazos cruzados sobre las rodillas, los ojos hinchados y la lengua sedienta. La colocaron en la esquina donde siempre estaba y llamaron a esas cuadras las “calles del Indio Triste”.

—Adaptación del relato “Las calles del indio triste” incluido en Las calles de México, de Luis González Obregón.

Para reflexionar

• ¿Era correcto que Tizoc trabajara como espía contra los suyos?

• ¿Por qué lo rechazaron tanto los españoles como los indígenas?

• ¿Valió la pena su época de diversión y descuido de los problemas?

• ¿Es tu identidad como mexicano más indígena o más española? ¿O es simplemente algo distinto y nuevo?

De la sabiduría popular

Cada araña por su hebra, cada lobo por su sierra.

Aunque existen ambientes, valores y actividades compartidos, cada persona debe desarrollar lo que es propio a su identidad y confiar en ella.

Libertad

Mini-relato: Las tres doncellas

Fuente: www.valores.com.mx

Las tres doncellas

Hace muchos muchos años, pero de veras muchos, en los bosques espesos de la Sierra Tarahumara vivían criaturas extrañas, dotadas de poderes mágicos como detener el viento, convocar a las aves y reunir a los animales que habitaban en ellos. En una cañada oculta habitaba Soque, un brujo viejo y malvado.

Una tarde, cuando se acercó a un ojo de agua cristalina, vio que en él se bañaban tres doncellas hermosas y delicadas. Su belleza lo cautivó de tal manera que se apoderó de ellas y las mantenía cautivas como esclavas. Todo el día tenían que trabajar para mantenerlo contento: lavaban la ropa en el río, barrían la choza, salían a buscar hierbas para las brujerías, preparaban salsas picantes en el molcajete y molían maíz en el metate para hacerle pinole, su golosina favorita. Si algo no salía como a él le gustaba, les pegaba, las regañaba por horas y las dejaba encerradas sin comer.

Un día las mandó de cacería, pero no encontraron las zorras que les había pedido el malvado. Temblando, se encaminaron a la choza. “De seguro nos va a pegar con pencas secas de nopal”, dijo una. “Tal vez suelte a las abejas más bravas”, comentó la otra. “O quizá desate a su tigrillo para que nos muerda…” complementó la tercera.

Estaban llore y llore cuando escucharon una voz ronca y extraña que venía del bosque: “Huyan, que yo sabré protegerlas”, les indicó. Aunque no lograron identificar al que hablaba, siguieron sus instrucciones.

Muy lejos de allí hallaron un lugar seguro y tranquilo, donde iniciaron su nueva vida. Bebían agua de los arroyos, comían fresas recién cortadas y se divertían mirando a los colibríes que se peleaban por el néctar de las

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