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Mitos de la educación

florsibranApuntes20 de Septiembre de 2021

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Los mitos de la educación.

La tarea de lograr una escuela más inclusiva implica abandonar los discursos del tipo “todo tiempo pasado fue mejor” para poder identificar los verdaderos desafíos. No se puede responsabilizar a las aulas de todas las frustraciones nacionales sin pensar la complejidad de las sociedades en las que se insertan.

La idealización del pasado de la educación argentina es una de las operaciones culturales e ideológicas más exitosas. Como suele suceder en estos casos, se basa en verdades, a medias; se basa en percepciones concretas y verificables, que no saben acerca del conjunto del país. Esa idealización tiene consecuencias políticas: las soluciones de nuestra educación deben ser rastreadas en el pasado. La utopía está en los inicios. Volver a Sarmiento, como si fuera un lugar o una síntesis. Esa variante conservadora que niega el analfabetismo de la primera mitad del siglo XX, la escasa población de la escuela secundaria, el carácter muy restringido de la universidad o la violencia como herramienta de la enseñanza es un obstáculo para los debates actuales. Dicho de modo claro: en ningún momento de nuestra historia los distintos sectores sociales tuvieron un acceso igualitario a la educación. Los grandes desafíos de la educación argentina exigen innovación y cambio a partir de principios claros de justicia e igualdad. Son soluciones propias del siglo XXI.

La sociedad argentina está repleta de cazadores furtivos que se encuentran al acecho del culpable de todos nuestros males. Muchas veces imponen este diagnóstico: todo está muy mal en Argentina; y si así no fuera, al menos está muy mal respecto de cómo podrían estar las cosas. Un poco de catastrofismo, un poco de frustración. ¿Por qué? A través de mecanismos de condenas express se declaran culpables a veces a los gobiernos y otras veces a la educación. Es sabido: si la educación funcionara a la perfección, como se supone que funcionó a principios del siglo XX, no habría violencia, delincuencia, contaminación, corrupción… 

Ese torrente de creencias que se derrama sobre nuestros discursos coloquiales torna muy difícil desarrollar una mirada crítica, rigurosa, que distinga avances, problemas y desafíos justamente sobre uno de los temas estratégicos. La educación es un tema crucial que sufre de modo especial al chocar con la pobreza que caracteriza a buena parte del debate público argentino. Las tendencias a la simplificación, al cortoplacismo y al catastrofismo son obstáculos significativos para poder abordar los desafíos educativos que tiene nuestro país. 

La educación corre el riesgo de ser capturada por la mitología decadentista de que “todo tiempo pasado fue mejor”, “antes la escuela pública era maravillosa”, “docentes eran los de antes” y otras frases por el estilo. Es sabido que los sectores urbanos de Argentina experimentaron a principios y mediados del siglo XX una escuela pública socialmente heterogénea. Ahora bien, hay datos relevantes que la experiencia personal en las grandes ciudades no permitió percibir. En 1914, el 36% de los habitantes del país era analfabeto, en 1947 todavía lo era el 14%. En algunas provincias, como Formosa, a mitad del siglo XX, la mayoría de los niños en edad escolar no asistía a la escuela. En la misma época, sólo el 10% de los jóvenes de Argentina asistía a la secundaria. Quienes experimentaban en la Capital esas escuelas socialmente heterogéneas no tenían forma de percibir a quienes estaban excluidos del sistema. 

Argentina perdió la posición de avanzada en alfabetización que le otorgó la escolarización más temprana que otros países de América Latina. En la medida en que otros países también iniciaron esas políticas, las diferencias se fueron reduciendo hasta desaparecer. Alguien podría interrogarse acerca de si esa posición de avanzada no se podría haber mantenido, ya no en analfabetismo, sino en otros rubros.

Aquí la respuesta es combinada. Por una parte, no caben dudas de que si Argentina no hubiera atravesado las dictaduras de 1966 y 1976, si no hubiese estado presa de la crisis de la deuda en los años ochenta y de la convertibilidad en los noventa, la educación (y todo el país) serían muy diferentes. El conocido economista Aldo Ferrer utilizó en 1980 el término “neoliberalismo” para caracterizar al gobierno de Onganía. Con breves interrupciones que nunca lograron torcer el rumbo, Argentina estuvo alrededor de 35 años debilitando al Estado y desfinanciando la educación pública.

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