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Museo Suelos

viviangomez14 de Abril de 2013

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Capítulo 1: PRIMER ENCUENTRO

Éste era el momento del día en el que más deseaba ser capaz de dormir.

El instituto.

O sería más apropiado emplear el término “purgatorio”? Si existía algún modo de

purgar mis pecados, esto tenía que contar de alguna manera. El tedio era a lo que menos

me había conseguido acostumbrar y, aunque parezca imposible, cada día me resultaba

más monótono que el anterior.

Supongo que ésta era mi manera de dormir, si el sueño se define como un estado inerte

entre periodos activos.

Me quedé mirando fijamente las grietas del enlucido de la esquina más lejana de la

cafetería, imaginando dibujos en ellas. Era una manera de sofocar las voces que

parloteaban dentro de mi mente como el gorgoteo de un río.

Ignoré el centenar de voces por puro aburrimiento. Cuando a alguien se le ocurre algo,

seguro que ya lo he oído con anterioridad más de una vez. Hoy, todos los pensamientos

se centraban en el trivial acontecimiento de una nueva incorporación al pequeño grupo

de alumnos. No se necesitaba mucho para provocar su entusiasmo. Había visto pasar

repetido el nuevo rostro de un pensamiento a otro, desde todos los ángulos posibles.

Sólo era otra chica humana. La excitación que había causado su aparición resultaba

predecible hasta el aburrimiento, era como mostrar un objeto brillante a un niño. La

mitad del rebaño de ovejunos varones se imaginaba ya enamorándose de ella, sólo

porque era algo nuevo que mirar. Puse más empeño en no prestar atención.

Sólo hay cuatro voces que bloqueo por una cuestión de cortesía: las de mi familia, mis

dos hermanos y mis dos hermanas, quienes están tan acostumbrados a la ausencia de

intimidad en mi presencia que rara vez se dan cuenta. A pesar de ello, les concedo toda

la privacidad posible. Procuro no escucharlos si puedo evitarlo.

Lo intento con todas mis fuerzas, claro, pero aún así…me entero de cosas.

Rosalie pensaba en ella misma, como de costumbre. Había captado su reflejo en las

gafas de sol de alguien y se regodeaba de su propia perfección. La mente de Rosalie era

un charco poco profundo de escasas sorpresas.

Emmett estaba echando chispas después de haber perdido un combate de lucha libre con

Jasper la noche anterior. Necesitaba de toda su escasa paciencia para llegar al final de

las clases y organizar la revancha. Nunca he sentido que me entrometía en sus

pensamientos porque nunca había pensado nada que no pudiera decir en voz alta o

poner en práctica. Sólo me siento culpable al leer la mente de los demás cuando me

consta que les gustaría que ignorase ciertas cosas. Pero si la mente de Rosalie es un

charco poco profundo, la de Emmett es un lago sin sombras, tan transparente como el

cristal

Y Jasper estaba… sufriendo. Reprimí un suspiro.

Edward. Alice me llamó por mi nombre, pero sólo sonó en mi cabeza y le dediqué de

inmediato toda mi atención.

Era lo mismo que si la hubiera oído hablarme en voz alta.

Me alegraba que en los últimos tiempos hubiese pasado de moda el nombre que me

habían puesto. Menos mal, ya que hubiera resultado un fastidio volver la cabeza

automáticamente cada vez que alguien pensara en algún Edward…

En ese momento no me volví. A Alice y a mí se nos daban muy bien esas

conversaciones privadas, y era raro que nos pillaran durante las mismas. Mantuve la

mirada fija en las líneas que se formaban en el enlucido.

Cómo lo lleva?,me preguntó.

Torcí el gesto, pero sólo pareció que había cambiado ligeramente la posición de la boca,

nada que pudiera alertar a los otros. Era fácil que pensaran que lo hacía por

aburrimiento.

El tono de la mente de Alice ahora parecía alarmado y leí que vigilaba a Jasper con su

visión periférica. Hay algún peligro?

Ladeé la cabeza hacia la izquierda muy despacio, como si contemplara los ladrillos de la

pared, suspiré, y luego me volví hacia la derecha, de nuevo hacia las grietas del techo.

Sólo Alice se dio cuenta de que estaba negando con la cabeza.

Ella se relajó. Avísame si la cosa se pone fea.

Moví sólo los ojos, primero arriba, hacia el techo, y luego abajo.

Gracias por ayudarme con esto.

Me alegré de no tener que contestarle en voz alta. Qué le podría haber dicho?

Encantado? En realidad no era así. No disfrutaba asistiendo al debate interior de Jasper.

Era necesario pasar por todo esto? No era un camino más seguro admitir simplemente

que él nunca sería capaz de controlar su problema con la sed como los demás, en lugar

de tentar continuamente sus límites? Por qué coquetear con el desastre?

Habían pasado ya dos semanas desde nuestra última expedición de caza. No era un

periodo de tiempo excesivamente insoportable para el resto de nosotros. Algo incómodo

a veces, si un humano caminaba muy cerca de nosotros o si el viento soplaba del lado

equivocado. Pero los humanos rara vez se aproximaban a nosotros. El instinto les dice

lo que sus mentes conscientes difícilmente comprenderían; que somos peligrosos.

Y en ese preciso momento Jasper lo era en grado sumo.

Una chica bajita se detuvo en un extremo de la mesa más próxima a la nuestra para

hablar con un amigo. Se pasó los dedos entre el pelo corto, color arena, y sacudió la

cabeza. Justo en ese momento la rejilla del aire acondicionado empujó su aroma en

nuestra dirección. Yo estaba acostumbrado a la forma en que me hacía sentir el olor:

sequedad y dolor en la garganta, un agujero anhelante en el estómago, un

agarrotamiento instantáneo de los músculos, el flujo excesivo de ponzoña en la boca…

Todo eso era bastante normal y, por lo general, fácil de ignorar; pero hoy resultaba más

duro al tener los sentidos agudizados y notarlo todo por duplicado; la sed se

multiplicaba al monitorizar las reacciones de Jasper. Era la sed de dos, no sólo la mía.

Jasper intentaba mantener la mente lejos de allí. Estaba fantaseando… Imaginaba que se

levantaba del lado de Alice y se paraba al lado de la chica. Pensaba en inclinarse como

si le fuera a susurrar algo al oído dejar que sus labios rozaran el arco de su garganta.

Imaginaba también cómo fluía el cálido flujo de su pulso debajo de la fina piel que

sentiría bajo su boca…

Propiné una patada a la silla de Jasper.

Nuestras miradas se encontraron durante un minuto, y luego él bajo la suya. Pude

escuchar cómo se enfrentaba en su interior la culpa y la rebeldía.

“Lo siento,” musitó.

Me encogí de hombros.

“No ibas a hacer nada,” murmuró Alice en un intento de mitigar el disgusto de Jasper.

“Lo vi.”

Reprimí una mueca que hubiera echado por tierra la mentira de Alice; ella y yo

debíamos apoyarnos el uno al otro. No resultaba fácil para ninguno de los dos oír voces

y tener visiones del futuro. Éramos bichos raros, incluso entre los que ya lo eran de por

sí. Nos protegíamos los secretos entre nosotros.

“Pensar en ellos como personas ayuda un poco,” sugirió Alice con voz aguda y musical,

demasiado baja y rápida para que la escucharan los oídos humanos. “Se llama Whitney

y tiene una hermanita muy pequeña a la que adora. Su madre invitó a Esme a aquella

fiesta en el jardín, te acuerdas?”

“Sé quién es,” contestó Jasper secamente.

Se volvió para mirar por una de las pequeñas ventanas situadas bajo el alero a lo largo

del muro que rodeaba la gran habitación. El tono de su voz puso fin a la conversación.

Deberíamos haber ido de caza el día anterior por la noche. Era ridículo enfrentar esa

clase de riesgos, intentar demostrar entereza y mejorar la resistencia. Jasper tendría que

asumir sus limitaciones y vivir con ellas. Sus antiguos hábitos no eran los más

apropiados para el estilo de vida que habíamos elegido; no podría adaptarse a él.

Alice suspiró silenciosamente y se puso de pie, llevándose la bandeja de comida – un

atrezo, en realidad – y dejándole solo. Sabía hasta dónde llegar con su apoyo y cuándo

dejar de hacerlo. Aunque era más evidente que Rosalie y Emmett mantenían una

relación, Alice y Jasper se conocían tan bien que sentían los estados de ánimo del otro

como si fueran propios. Parecía que también pudiesen leer las mentes, aunque sólo fuera

entre ellos.

Edward Cullen.

Acto reflejo. Me volví al oír mi nombre, aunque no es que nadie lo hubiera pronunciado

en voz alta, sólo lo habían pensado.

Mi mirada se encontró durante una breve fracción de segundo con un par de enormes

ojos marrones, de color chocolate, unos ojos humanos en medio de un rostro pálido, con

forma de corazón. Conocía ese rostro a pesar de no haberlo visto nunca con mis propios

ojos. Era el tema más destacado del día en todas las mentes: la nueva alumna, Isabella

Swan, la hija del jefe de policía de la ciudad, que había venido a vivir aquí por algún

cambio en su situación familiar. Bella. Hasta ahora había corregido a todo el mundo que

se dirigía a ella por su nombre completo…

...

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