Nuestros jóvenes, realidad y desafío
YEVRAH2977Tesis12 de Junio de 2014
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Nuestros jóvenes, realidad y desafío
por Félix Ortiz
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Es claro que la realidad de los jóvenes es mucho más compleja de lo que a veces pensamos. Por ser una realidad diferente y en permanente cambio, es necesario que en nuestras iglesias locales enfoquemos cuidadosamente este ministerio y que podamos proveerles líderes idóneos y pastorearles de manera tal que puedan conocer al Señor y caminar con él, siendo sal y luz en nuestros países.
Luego de estar sirviendo al Señor en España y haber tenido la oportunidad de colaborar en varios países de América Latina, y entrevistarme con muchos de sus líderes (unido a mi experiencia ministerial) estoy convencido de la urgente necesidad que tenemos en nuestras iglesias locales de conocer más acerca de la realidad de los jóvenes y en sí, de conocerlos más a ellos mismos, sus luchas, fortalezas, debilidades y crisis. Conociendo su realidad podemos ejercer una pastoral adecuada y efectiva, ayudándolos a conocer a Cristo y caminar con él en medio de una sociedad cada vez más hostil al mensaje del Evangelio. El presente artículo pretende dar un acercamiento general al tema y brindar algunas herramientas y conceptos útiles al liderazgo de la iglesia local.
Tensión entre la iglesia y el mundo
Es una realidad que los jóvenes de nuestras iglesias viven en dos esferas totalmente diferentes: la sociedad el mundo, como es denominado en la jerga evangélica y la iglesia. Estas dos esferas no sólo son diferentes una de la otra, sino que en cierta forma, cada vez más, son radicalmente opuestas y viven en creciente conflicto.
Por un lado, la juventud evangélica está acostumbrada a ser expuesta dentro de la iglesia a toda una serie de valores, prioridades, formas de ver la vida que constituyen lo que podemos denominar la cosmovisión judeo-cristiana. Durante siglos, estos valores han sido los que sustentaron y estructuraron la cultura y la sociedad occidental. Incluso, aunque las personas no fueran creyentes participaban de estos valores, ya que los mismos constituían el consenso cultural sobre el que se construía la sociedad, y ésta los utilizaba para regirse.
Sin embargo, desde hace años esta realidad se ha ido deteriorando. En los últimos años el deterioro se ha dado de una forma acelerada y dramática. Podemos afirmar, sin ningún lugar a dudas, que estamos observando el ocaso de una sociedad sustentada en los valores del cristianismo. En el siglo diecinueve, F. Nietzche anunció la muerte de Dios. En la segunda parte del siglo veinte, J.P. Sartre afirmó que tras haber matado a Dios, ahora era el tiempo de matar los valores de Dios. Todo parece indicar que en buena parte de nuestro mundo se está teniendo bastante éxito en dicha empresa.
Como anteriormente mencionábamos, muchos de los valores propios de la cultura cristiana son abiertamente cuestionados, si es que no son rechazados radicalmente por la sociedad en que vivimos. Temas como la fidelidad matrimonial, la propia institución del matrimonio, la ética sexual en todos sus aspectos, los desafíos de la bioética y el relativismo moral, son claros exponentes de esta decadencia.
Así pues, los jóvenes de nuestras congregaciones se encuentran viviendo en ambas realidades, ciudadanos, lo quieran o no, de dos reinos diferentes. Por un lado, tienen los valores del reino de Dios, los cuales, con mayor o menor fortuna, les son transmitidos por la familia y la iglesia, y por el otro, los valores de la sociedad en la que han nacido, de la que son hijos. Estos últimos son transmitidos por sus amigos, el sistema educativo y los omnipresentes medios de comunicación.
Ante esto, la tensión está servida. Esta realidad produce en los muchachos y muchachas de nuestras iglesias una auténtica esquizofrenia (disociación específica de las funciones intelectuales), ya que han de formar su personalidad, su propia cosmovisión, en el marasmo cultural e ideológico que supone este enfrentamiento entre los dos reinos.
Con demasiada frecuencia, ante la ofensiva cada vez más violenta y radical de la sociedad, la iglesia adopta una actitud defensiva, especialmente los sectores más adultos de la misma. En muchas ocasiones, ante la imposibilidad de entender, y mucho menos digerir las nuevas realidades, la iglesia se cierra y automáticamente sataniza y rechaza todo lo que proviene de la sociedad, lo malo y lo bueno. Desgraciadamente, el rechazo no siempre va acompañado por una buena interpretación y reflexión teológicas de las nuevas realidades. Es un no sin justificación.
Consecuentemente, los jóvenes se encuentran ante una presión creciente y difícil de resistir de parte de la sociedad, y ante la debilidad de la iglesia para dar respuestas a sus preguntas, inquietudes, crisis y expectativas. Así pues, la crisis está servida, muchos jóvenes se dejarán arrastrar por el mundo y, aunque no abandonen la iglesia, su cosmovisiónserá menos y menos bíblica.
Cuando la adolescencia llega se produce un proceso inevitable en la vida de los muchachos y las muchachas de nuestras iglesias. Empiezan a ser conscientes de todas las contradicciones que existen a su alrededor. Esto es una realidad en los ámbitos de la familia y la iglesia.
Entre los adolescentes es ya muy común afirmar que la iglesia está llena de hipócritas. Todos, sin ninguna duda, hemos escuchado esta afirmación de los labios de los jóvenes y adolescentes con los que estamos llevando a cabo nuestra pastoral juvenil. Al margen de que la juventud de todas las generaciones haya hecho esta afirmación, debemos preguntarnos, desde un punto de vista crítico y serio, qué hay de verdad en la misma.
El desarrollo de nuevas capacidades de pensamiento en los adolescentes, les permite ser reflexivos, en unos niveles que hasta entonces no había sido posible. Lo que antes de este momento parecía haber sido un universo perfecto e inmaculado, de pronto, se convierte en una realidad llena de fallos, falsedad y contradicciones.
Debemos entender que los adolescentes y muchos jóvenes tienden a visualizar la realidad en términos de blanco o negro, sin ninguna escala de matices y que, por tanto, su apreciación no necesariamente será del todo exacta.
Pero también es cierto, que no debemos cerrar nuestros oídos a sus críticas y opiniones.
Los jóvenes de nuestras iglesias se dan cuenta que, aunque como comunidad de fe confesemos creer en determinados valores, no estamos dispuestos a hacerlos una realidad en nuestra vida. Tal vez estemos hablando de reconciliación y, sin embargo, hay familias en la congregación que viven una contra otra en abierta pugna y enfrentamiento. Leemos pasajes bíblicos que hablan acerca del amor, la comunión y la fraternidad, pero la indiferencia hacia las necesidades de otros es evidente y clara. Sin duda la evangelización y el amor a los perdidos está presente en nuestro credo, incluso en nuestra declaración de propósito como iglesia, pero tal vez no evangelizamos ni tenemos ningún programa de ayuda a los más necesitados y desheredados de la sociedad.
Piense cómo se sentirá el joven al darse cuenta de esta realidad. ¿Qué reacciones internas provocará todo ello en su, tal vez todavía inexistente o naciente, fe? Recuerdo la conversación que sostuve con el padre de un adolescente que yo pastoreaba. Este padre estaba preocupado por la aparente indiferencia espiritual de su hijo.
Le expliqué que dicha indiferencia era, en opinión del muchacho, el producto de las contradicciones que él observaba en la vida de la comunidad. Como respuesta, el padre afirmó: Siempre ha habido hipócritas en la iglesia. Nuestros hijos deben aprender a mirar al Señor y no a los hombres.
La respuesta, parece coherente. No obstante, ¿no existe cierta falacia en dicha actitud? ¿No deberíamos estar preocupados por el hecho de que nuestras conductas y actitudes son las que a menudo impiden que los jóvenes puedan ver a Dios? Realmente, a la iglesia le urge llevar a cabo una seria autocrítica a fin de discernir en qué medida el cristianismo que nuestras comunidades de fe viven le plantea al joven contradicciones que en nada le ayudan a desarrollar una fe madura, y en el peor de los casos, a no querer continuar en la fe.
En línea con lo anteriormente dicho, el joven no sólo encuentra contradicciones en la iglesia entre los valores que se predican y el estilo de vida de la comunidad de fe, sino que también ve las mismas contradicciones en el seno de su familia. No es extraño que se dé el caso de que el núcleo familiar proclame creer en los valores que emanan de la Palabra de Dios, pero en la realidad cotidiana estos valores son ignorados y sustituidos por antivalores.
Ya contextulizados con la tensión en la que el joven vive, debemos pensar en el impacto que el descubrimiento de las contradicciones entre la teoría y la práctica puede producir sobre la espiritualidad de los jóvenes de nuestras congregaciones.
¿Cuántos se habrán apartado de la fe por esta causa? ¿Cuántos, por esto mismo, están demorando un compromiso más firme con Dios? No podemos cerrar los ojos a esta realidad, al contrario, debemos esforzarnos para que la vieja excusa de la hipocresía nunca más pueda ser invocada como razón para apartarse del Señor.
Inseguridad y confusión con relación a la experiencia de conversión
Hay una realidad sociológica que no podemos ni debemos ignorar. En nuestras congregaciones hay un número creciente de personas que son segunda e incluso tercera generación de evangélicos. Se trata de muchachos y muchachas que, por decirlo de alguna manera, no vienen directamente del mundo, no provienen de un ambiente no cristiano o secular, sino que se incorporan a nuestras
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