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OBJETIVISMO

2408931403925 de Mayo de 2015

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Filosofía y educación

SOBRE EL IDEALISMO Y EL REALISMO*

*por Juan Gabriel Ravasi

Crecer es la ley de lo viviente que se manifiesta en ciertos tipos de cambios. Vemos que las cosas cambian. En una semilla está en potencia contenido el árbol. En el entorno propicio, de ese minúsculo principio de vida brotará una planta que en su época de desarrollo podemos ver crecer, actualizando lo que de algún modo está en la simiente.

Nosotros mismos vamos creciendo y cambiando. Cambiamos al paso del tiempo y a causa de nuestras propias elecciones. Todo lo viviente crece. Desde la perspectiva de la cantidad, como cuando se dice que las dunas en el desierto crecen o decrecen, hablamos de modo metafórico aplicando un término propio de lo viviente a un tipo de realidad, a la cual según su naturaleza, para señalar una variación en su cantidad lo apropiado sería decir que aumenta o disminuye su altura, su extensión, su volumen. Las seres vivos varían su tamaño, volumen y peso a causa del proceso de crecimiento. Pero no es acorde a la realidad el razonamiento contrario, ya que la variación cuantitativa no siempre es concecuencia de un sistema viviente. Crecer y variar de tamaño no son siempre sinónimos, principalmente porque el crecimiento se puede cifrar en un principio distinto al que rige la variación cuatitativa.

Por experiencia sabemos que bajo el imperio de cronos casi todo pasa. El sol es cada jornada nuevo, siempre el mismo, aunque la ciencia humana nos dice que se apaga un poco cada día. Tarde o temprano lo material con que lo viviente se manifiesta se degrada, fenece, alcanza un punto final. En la muerte los seres vivos son alcanzado por el fin al que lo viviente en el tiempo tiende. Finado se dice bellamente en lengua castellana.

Tras el fin temporal nuestra inteligencia intuye una continuidad. Por eso la muerte es concebida como una ruptura en el decurso de la vida, un quiebre de la tendencia a ser, una falla, como lo indica el término fallecer. Inexorable punto final respecto al cual cada uno se siente impelido a tomar posición. Determinación de la cual depende el sentido que para cada cual tenga el transcurso vital y por ende todos los cambios que la vida conlleva.

Los cambios se siguen del principio dinámico que caracteriza y manifiesta la naturaleza del ente que cambia.

Desde una perspectiva podemos señalar que en un extremo de la escala creatural, hay cosas que padecen el cambio, en el sentido de que los cambios afectan a la cosa en virtud de algún tipo de moción cuya causa última no es reductible a un principio de autonomía inmanente a la cosa misma. En el otro extremo del espectro de las cosas creadas, vemos que los cambios específicos de la naturaleza racional son fruto de la elección deliberada, de un principio en algún sentido inmanente.

Sin embargo, si profundizamos un poco la consideración del fenómeno, la distinción parece más próxima a la realidad, si postulamos que las creaturas se distinguen según el modo de responder a la moción en virtud de la cual son lo que son. Desde está perspectiva observamos que los llamados cuerpos brutos o inertes, no son precisamente cosa inmóviles, ya que como la física nos enseña están constituidos por partículas en movimiento. La alteración de la dinámica propia de los cuerpos inertes, dentro de ciertos límites que llamamos naturales, está regida por el principio de la necesidad, en el sentido de que a una determinada moción, las cosas, y aún las estructuras materiales, siempre se mueven, reaccionan, de una determinada manera. Las cosas inertes carecen de capacidad de autodeterminarse, cambian en virtud de movimientos que padecen, es decir, son movidos. El cambio, desde la perspectiva de los entes inertes es previsible porque dentro de parámetros constantes sus movimientos siguen derroteros exactamente determinables.[1]

Cambiar y crecer son términos con los que designamos realidades semejantes pero distintas, según se apliquen a distintos tipos de seres vivos. En los seres vegetales y animales en cierto sentido cambiar y crecer son sinónimos, hasta tanto el cambio comienza a ser manifestación del fenecer. En los seres humanos cambiar y crecer son sinónimos en el mismo sentido que entre los seres infrahumanos, pero en lo específicamente humano no todo cambio conlleva necesariamente un crecimiento humano, así como los cambios que manifiestan la aproximación del fin natural no indican el fin de la existencia personal sino un cambio de estado.

Como sustentando lo variable percibimos que no todo cambia, que hay algo que no se muda al paso del tiempo, que subsiste, que permanece constante a pesar de lo pasajero con que nuestra existencia se reviste. Más allá de las mutaciones algo hace posible la subsistencia de lo que el decurrir temporal afecta. En el propio obrar intuimos que nuestros movimientos tienden hacia una trascendencia que anida allende las cenizas finales con que todo lo temporal se nos presenta. Detrás de ese sol que la ciencia nos dice se apaga cada día un poco creemos en un Sol imperecedero que entendemos causa del que vemos.

¿No son el cambio y la permanencia datos básicos de la experiencia?

Consta en la trabajosa gesta de la filosofía, desde antes de los albores de la formulación sistemática conocida en dicha ciencia, que el hombre se ha asombrado ante la paradoja de que las cosas signadas por el paso del tiempo sean y no sean. Ante el constante trasiego de la mutación y el asombro que causa “ese algo que cambiando subsiste” se ha buscado denodadamente explicar la “contradicción” plateada por el cambio y la permanencia.

A priori, podemos hipotetizar que las alternativas de respuesta se pueden caracterizar en propuestas que dicen relación, a) con la negación de ambos términos, por ejemplo, declarando ilusoria la percepción sensorial, b) la reducción del ser al devenir o del devenir al ser, o c) la aceptación de ambos datos de la experiencia explicando de algún modo la distinción. Cada explicación implica distinciones metafísicas, gnoseologías y lógicas, de las cuales se siguen diversas concepciones de la realidad.

Adelantemos que las referencias que apreciamos como punto inicial y punto terminal de un proceso de cambio, se sintetizan en la unidad del sujeto cambiante porque los términos del movimiento son constitutivos del móvil y no algo ajeno. El movimiento es manifestación del ser que se mueve y no puntos externos al propio proceso. Devenir es un tránsito en el ser real de lo que es a la plenitud del ser.

Antes de que Platón pusiese en boca de Sócrates el principio de no contradicción sentenciando que “una misma cosa no puede al mismo tiempo ser y padecer cosas contrarias respecto a lo mismo y en relación al mismo objeto”, y antes de que Aristóteles formulara expresamente de una vez para siempre que este tipo de principio es una exigencia racional del pensamiento y condición del pensamiento racional, el hombre ya vivía asombrado por el misterio de la tensión que en las cosas y en sí mismo ve y experimenta.

Allá por el siglo VI antes de la era cristiana, Heráclito y Parménides formaron parte de los primeros escenarios del amanecer de la filosofía en Grecia. Contemporáneos de Pitágoras, Heráclito fue natural de Éfeso y Parménides oriundo de Elea, anteriores a Sócrates, a Platón y a Aristóteles, son respectivamente mentados como el filósofo del devenir y el filósofo de la inmovilidad.

Es hoy aceptado que difícilmente se pueda reducir el pensamiento de Heráclito y la doctrina de Parménides a las sintéticas caracterizaciones que Platón, Aristóteles y Hegel, entre otros, han hecho de sus formulaciones. Sus ideas, según se pueden estudiar mediante los fragmentos con los que contamos, son algo más complejas que esta simplificación dialéctica de la que nos valemos al presentarlos. Sin embargo, dejando constancia de la arbitrariedad mencionada, a efectos de iniciar la meditación que nos proponemos y por el valor propedéutico que encierra, partiremos utilizando el planteo antitético mediante el cual generalmente se los menta.

Aunque abordaremos específicamente este tema en el apartado referido al fenómeno de la ideología[2], a tenor del recurso a la contraposición al que estamos recurriendo, resulta conveniente consignar que hablar de idealismo respecto a las doctrinas platónicas, y estimar sin mayores distinciones como idealistas ciertas concepciones modernas, importa el riesgo de un reduccionismo, a efectos de cuya prevención es necesario distinguir con precisión en qué sentido es posible utilizar el término idealista en cada caso, ya que los idealismos modernos implican un tipo de naturalismo subjetivista al cual las concepciones de Platón son irreductibles según su propio planteo.

Más allá de la inmutabilidad del logos al que todas las cosas se reducen según consta en sus fragmentos, Heráclito es considerado el “filosofo del cambio o del devenir”. A continuación dos citas que nos pueden dar una idea sobre la noción del devenir heraclitano.

“Todas las cosas son uno, esto es sabiduría. Nada permanece fijo ni estable. Todo fluye. Todo cambia y se está haciendo siempre y en este hacerse, en la continua transformación, consiste la esencia de las cosas, las cuales son y no son al mismo tiempo. El principio primordial, la realidad única es como un río que corre sin cesar, y al cual no es posible descender más de una vez”[3]

“La causa última de todas las transformaciones del Cosmos y de la armonía universal que de ellas resulta es una Razón eterna

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