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Pampa, llanura y desierto: El paisaje en La Cautiva y el Martín Fierro

Constanza CorreaLustApuntes30 de Agosto de 2016

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INTRODUCCIÓN

El paisaje es un elemento que parece ser poco relevante en el desarrollo de una historia, y sin embargo puede cobrar matices muy diferentes de acuerdo al fin con que se plasma y la manera en que se lo describe.

La intención del presente trabajo es comparar el paisaje en La Cautiva de Esteban Echeverría y el Martín Fierro de José Hernández, para poder localizar las principales diferencias entre ambos.

Originalmente, la propuesta de este trabajo era centrarnos solamente en el desierto, pero en medida que se progresó en el análisis de las obras, llegamos a considerar que no era posible hablar de este sin tener en cuenta otros espacios que aparecen con él asociados. Tales son los casos, por ejemplo, de las llanuras y la pampa. De manera que hicimos extensivo el objeto de análisis a la relación que esto contraen con el desierto, eligiendo así al paisaje como punto de partida para abarcar tales relaciones.

Partiremos de comparar de manera general algunos aspectos de los textos citados, para luego pasar al análisis de las funciones que contraen los paisajes en cada una en particular.

1. La Cautiva y el Martín Fierro.

35 años separan a estas dos magníficas y paradigmáticas obras de la literatura argentina. La Cautiva, de Esteban Echeverría, fue publicada como parte del poemario “Rimas” en el ’37, año que a su vez da nombre a la generación de la cual el autor forma parte. José Hernández a su vez, perteneció a la generación del ’66, y publicó a su Martín Fierro en dos partes, la primera en 1872 y la segunda en 1879.

Los cambios que operaron en ese trascurso de tiempo entre una y otra producción, cambios en la situación política del país e inclusive en la concepción y conciencia que del mismo se tenía, se reflejan en muchos aspectos de ambos textos. Si nos centramos en el desierto mismo, podemos observar algunas diferencias entre las obras en lo referente a la manera en que el desierto es descrito y la función que cumple en la totalidad del texto. Intentemos entonces localizar algunas de ellas.

Echeverría y los de su generación, fueron jóvenes muy interesados por una Argentina que no terminaba de gestarse. Era necesario encontrar un sistema de gobierno, una organización, un criterio a seguir. Los jóvenes del Salón literario bregaban por una forma propia, y sobretodo, una que pudiera distinguirse de la cultura española a la cual ellos tan fervientemente rechazaron. Un carácter propiamente argentino, como el desierto de La Cautiva. Era un hallazgo fabuloso, y es justamente en este sentido que el desierto adquiere importancia en esta obra: como elemento nuevo que se incorpora a la temática nacional.

En la afanosa descripción que Echeverría hace del desierto, también puede leerse una segunda intención, presente de modo menos implícito en su Advertencia al texto: poner énfasis en las riquezas que este espacio inexplorado encierra y sugerir la conveniencia de su explotación.

A José Hernández lo mueven otros móviles. Su generación centra sus preocupaciones en los grupos sociales que han sido marginados. Es por esto que en el texto de Hernández, la intención política no solo es más fuerte, si no que es la razón misma de ser del Martín Fierro: la denuncia subyace a toda la obra. Hernández se propone hacer una dura crítica a la situación en que se mantenía al gaucho, y esto lo hará mediante su previa presentación. Es necesario relatar cómo es, cuáles son sus costumbres, cuál su estilo de vida. En este sentido, el paisaje pasa a ser un componente más del medio en que se inserta este gaucho que Hernández quiere describir.

La narración que representa La Cautiva, se sitúa mayormente en el desierto. Sus descripciones están tan bien logradas que superan a la de los personajes. Sin embargo no se puede decir lo mismo acerca de su precisión. Se nos habla del campo, el desierto, la llanura y los pastizales como equivalentes unívocos. En el Martín Fierro, hay al contrario una distinción entre el desierto como hábitat del indio, y la pampa como el del gaucho. Estas son las principales razones por las cuales consideramos que no era apropiado referirnos únicamente al desierto.

Este último punto se relaciona con dos cuestiones. En primer lugar, y como una de las diferencias más significativas entre los autores en lo que respecta al paisaje descrito en sus obras, es que Hernández conoce el campo y al gaucho porque ha vivido en su juventud en estrecha relación con ellos. Echeverría en este sentido se encuentra más lejano del desierto: su conocimiento no es tan certero.

En segundo lugar, la forma que adquiere este paisaje en cada una de las obras está relacionada con el romanticismo, aunque de modo diferente. Si bien en los dos es característico el énfasis en el color local, en La Cautiva este acento se pone en el desierto, y en el Martín Fierro, en el gaucho.

Mientras que en La Cautiva, se observa la importancia que adquiere el desierto desde su ubicación misma en el principio de la obra; en el Martín Fierro el espacio es escasamente descrito. Pero el paisaje está presente por ausencia, ya que está tan ligado al gaucho que no necesita ser descrito. Gaucho, caballo, guitarra, pampa y la china con los hijos, son todo uno: es el mundo en que el gaucho puede moverse libremente porque le pertenece.

El desierto de Echeverría referido por un autor letrado, que poetiza el paisaje con un perfecto y armonioso lirismo. En la obra de Hernández, la referencia al campo se realiza a través de la voz del gaucho, su habitante por excelencia. Hay una voz que canta y cuenta, una voz que pertenece al mismo ámbito, en el caso de la pampa, o que tiene un amplio conocimiento de él, como en el caso del desierto.

Veamos ahora de modo más detenido, qué papel se le asigna al desierto y a los otros componentes del paisaje en el caso particular de las obras en cuestión.

2.La Cautiva: el desierto inconmensurable, abierto y misterioso

Antes de analizar cómo es descrito el paisaje en La Cautiva, creemos necesario señalar a qué nos referimos cuando decimos que el autor utiliza los términos llanura y campo como equivalentes del desierto para explicar la razón por la cual dicho término nos resulta estrecho. Lo haremos mediante la ejemplificación en el texto mismo. Así, en el Canto IV, cuando supuestamente Brian y María se dirigen al desierto, leemos después:

“Todo estaba silencioso

la brisa de la mañana

recién la hierba lozana

acariciaba y la flor;

y, en el oriente nublosos,

la luz apenas rayando

iba el campo matizando

de claroscuro verdor.”

La hierba, la flor y el verdor no son elementos que generalmente asociamos con el desierto. Y por si este ejemplo no resulta suficiente, veamos cómo después, en el mismo canto, se menciona la hierba y el prado para luego, en la siguiente estrofa nombrar desierto a lo antes descrito:

“ Viose la hierba teñida

de sangre hedionda, y sembrado

de cadáveres el prado

donde resonó el festín

(...)”

“(...)

pero ellos triste estaban,

porque ni vivo ni muerto

halló Brian en el desierto,

su valor y lealtad.”

Aclarado ya este punto, pasamos entonces a las descripciones del desierto. Estas, como antes ya dijimos, son tan logradas que superan a la de los personajes. Pero, ¿podríamos decir que el paisaje representa un personaje más dentro de La Cautiva?. Para intentar responder esta pregunta, observemos algunas de las principales funciones que cumple el paisaje en la cautiva.

A lo largo de la obra, el desierto sirve para la ambientación de acción que se narra. Se lo describe para dar lugar después a la presentación del indio:

“Era la tarde, y la hora

en que el sol la cresta dora

de los Andes. El desierto

inconmensurable, abierto

y misterioso a sus pies

se extiende, triste el semblante

solitario y taciturno

como el mar, cuando un instante

el crepúsculo nocturno,

pone rienda a la altivez.”

(Canto I)

Presenciamos, al mismo tiempo una prosopopeya. El desierto se nos presenta, también con sus sentimientos.

Sirve además, para la progresión de los acontecimientos. desde las primeras estrofas del Canto I ya se nos presenta al indio, pero de manera tan fugaz que parece ser parte del paisaje. Sin embargo, a medida que la tarde avanza y sobreviene la noche, el desierto se va cubriendo de su oscuridad y de el salvajismo de los indios que llegan en grandes malones a interrumpir la quietud que hasta entonces reinaba. Entonces el desierto se vuelve más sombrío, y todo se inunda de un sentimiento de alerta:

“El crepúsculo, entretanto,

con su claroscuro manto,

veló la tierra; una faja,

negra como una mortaja,

el occidente cubrió

mientras la noche bajando

lenta venía, la calma

que contempla el alma

con el silencio reinó.

Entonces, como el ruido,

que suele hacer el tronido

cuando retumba lejano,

se oyó en el tranquilo llano

sordo y confuso clamor;

se perdió... y luego violento,

como baladro espantoso

de turba inmensa; en el viento

se dilató sonoroso,

dando a los brutos pavor.”

...

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