ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Pep VILAREGUT


Enviado por   •  18 de Noviembre de 2013  •  Tesis  •  2.013 Palabras (9 Páginas)  •  275 Visitas

Página 1 de 9

Antecedentes

Pep VILAREGUT

Un rayo de luz, entre tantos como atravesaban el aire y la atmósfera, dio en un pedazo de metal redondo medio oculto entre el polvo de la calle. Santiago vio el destello. Caminó unos pasos sobre los diminutos granos de arena que a penas se mantenían unos instantes en el mismo lugar y se agachó. Sus dedos redondos y tostados como el café rodearon el pedazo de metal, lo levantaron del suelo, jugaron con él dándole vueltas y lo guardaron en su bolsillo. En el aire, ante sus ojos, apareció un trompo de colores transparente. Santiago casi pudo notar como el mecate blanco de algodón se enredaba en su dedo índice. Había estado ahorrando para comprar un trompo durante las últimas semanas y ahora la luz del sol le regalaba el último peso que le faltaba. Sonrió y siguió caminando entre el polvo de las calles de su pueblo.

El sol calentaba el negro alquitrán del asfalto y éste abrasaba el aire que sorprendido culebreaba por encima de las calles de la ciudad. Ronald miraba el espejismo en el horizonte que dibujaba el final de la cuesta por dónde subía al taxi que le llevaba al aeropuerto. En ese aire intrépido que se hacía visible ante sus ojos por el calor, Ronald se vio rodeado de gentes de tez morena que le agradecían su esfuerzo y dedicación, su altruismo para con ellos, los pobres desheredados de la tierra, que ahorita, y gracias a él tendrían un pozo de agua en su comunidad. Casi pudo sentir sobre su piel las sonrisas blancas, por el contraste de las pieles, de los más pequeños del lugar. Sonrió y siguió cómodamente sentado en el taxi que le llevaba al aeropuerto a través de las calles de la gran urbe.

El cursor, una rayita negra y vertical, parpadeaba sobre el fondo blanco electrónico de la pantalla. La luz como azulada del monitor iluminaba el rostro de Jamileth. Ya no quedaba nadie en la oficina, solamente el celador escuchando la radio en la pequeña recepción de la casa que servía de sede a la pequeña organización no gubernamental. El lugar dónde Jamileth laboraba y de donde recibía un poco de dólares para sobrevivir con su chigüín de cinco años. Acababa de leer el correo electrónico que confirmaba la hora de llegada del vuelo que traía al técnico cooperante de la contraparte de su organización en el norte. El nombre de Ronald había aparecido al final del texto, en el centro de la pantalla, firmando el mensaje. El nombre de alguien de quien tenía que inventar el rostro pues no conocía nada de él. Las únicas pistas que tenía eran sus mensajes escritos con un lenguaje que no escapaba del marco lógico que la relación requería. Jamileth estaba cansada, llevaba muchas horas frente la computadora. Le ardían los ojos. En ese ardor apareció su imagen, se miraba un poco mayor. Junto a ella un hombre le tenía la mano. Estaban sentados, elegantemente vestidos, la marcha triunfal del avance de los egipcios sobre los etíopes de la ópera Aida de Verdi amenizaba el momento. Era la promoción de su hijo. El protector de pantalla oscureció su rostro y la sacó del ensimismamiento. Movió el ratón y la luz de la computadora iluminó tenuemente la sala de nuevo. Jamileth apagó la computadora. Recogió sus cosas. Enllavó el cuartito dónde ella trabajaba y salió a la recepción. Dijo un “que pase buenas noches don Apolinar” y salió. Llegó dónde su mamá para recoger a su hijo y juntos platicando sobre sus cotidianidades se fueron a su casa. Allí nadie les esperaba.

Santiago caminaba con un gran balde de agua sobre la cabeza. Con el antebrazo en posición horizontal y la mano izquierda a la altura de la cabeza se ayudaba a mantener el equilibrio sujetando el fondo del recipiente. Con la mano derecha sujetaba la parte superior del balde. Recordaba el día que habían inaugurado el pozo. A partir de ese día sólo tuvo que caminar unos cien metros para halar agua. Recordaba también los meses que anduvo un extranjero por el pueblo revisando la construcción del pozo. Parecía que se llamaba Ronald pero todos le llamaban “gringo”. Se le veía ir de aquí para allá quemado por el sol y brillante y resbaloso por el sudor.

Ronald estaba elegantemente vestido en una lujosa sala de conferencias. Ante él un grupo de personas miraba las fotografías que mostraban los trabajos de construcción de unos pozos en algún país desconocido y la sonrisa de algún que otro chaval o chavala acarreando agua en un balde sobre su cabeza. Había estado apenas unos tres meses en ese país y ahorita estaba presentando a su audiencia una conferencia sobre el trabajo realizado y los principales problemas que achacan al país y la forma de solucionarlos. Durante su estancia había hablado largamente con Jamileth. Él le había regalado palabras como objetivos general y específicos, indicadores, actividades, evaluación, ciclo del proyecto, efectividad… Ella le había hablado de su hijo, de sus veinticinco años, de su trabajo. El parecía haberla escuchado, pero ahora lo que ella le dijo no impregnaba su discurso. Al igual que cuando hablaba con ella un “yo” iniciaba sus frases y poco de lo que no era de su mundo particular entraba en sus ideas.

Jamileth había llegado al aeropuerto para recibirle y prácticamente no se había separado de él en los tres meses que duró la visita de Ronald. Para cumplir con su trabajo había descuidado un poco su vida particular, la íntima. Procuró siempre tener listo lo que él demandaba en lo referente al proyecto y organizó el tiempo libre del extranjero de manera que éste se fuera completamente satisfecho del país. Le llevaron a conocer los lugares más bellos. Parajes que muchos de los habitantes de la zona jamás habían visitado y que con poca probabilidad visitarían. Pasear y hacer turismo es un lujo que no se podían permitir. Un quehacer que no formaba parte de su cultura. Tal vez un legado más de la situación actual del mundo. Una herencia más de la historia que vivieron sus antepasados y de

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (11.8 Kb)  
Leer 8 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com