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Relato Corto

patoplanv198826 de Abril de 2015

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Marchaba con ligereza, eran las 8 de la mañana, estaba fatigada y no era mi deseo que todas esas personas estuviesen al tanto de mi desenlace miserable. Trataba de que mi mirada encontrara un lugar oportuno donde fijarse, alejada de sus gordas vistas indagadoras, entrometidas, no quería que se intercepten mis ojos irritados con sus ojos llenos de vida. No los envidiaba, pero si me daba cuenta que yo era una desgraciada. Continuamente tomaba mi teléfono móvil simulando la acción de hallarme ocupada, recorría el buzón de entrada vacío, y lo depositaba en el saco gris que reguardaba mi cuerpo cansado. Me avergonzaba de mi misma. Mi mirada de búho no dejaba de desplazarse cuidadosamente sobre la cara de aquellos satisfechos por sus tórridas vidas. Eso me ardía con dolor porque en la mía era todo huero y frívolo. Ni el sol de esa mañana en el jardín japonés me amparaba. Lo había estado pensando hacía ya un par de meses. El suicidio es el viaje más corto pero el que más lejos te lleva de todas estas miserias. No podía soportar despertar cada día en esa casa ajena donde habitábamos las dos. No comprendía como habíamos apagado el sonido de los amaneceres, ya no se oían gemidos, solo quedó mi profunda respiración de orgasmos solitarios, un poco de pelos abrazados en un cepillo sobre la cómoda, el olor a encierro evaporó el perfume que usábamos cuando nos conocimos, los hongos se apoderaban de toda la ropa, paredes, cortinas, muebles, heladera y de su sexo también. No era para menos la situación, éramos dos mujeres y ella jugaba frete a los demás con el deseo de tener un hijo nuestro, yo no lo soportaba, no solo por decisión de la naturaleza sino que también las deudas nos invadían y el tratamiento de fertilización asistida era una cifra tan grande que directamente hablaba de imposibles. Ya no quería disfrazar más la verdad, era todo un trabajo mantener en marcha un futuro que no iba a tener existencia.

Por eso caminaba hacía la liberación, para un existencialismo alejado de esta esfera enfermiza, deseaba volar, necesitaba descansar mi mentalidad atrofiada. Tomé un caminito que costeaba el Jardín, quería buscar un lugar cómodo para cometer mi sacrificio, pero como un acto ilícito de salvación me es entregado en mis manos, por una anciana Japonesa, un pequeños y bello niño. Me cuenta de él, de su origen, de sus cuidados, su alimentación; mientras yo acariciaba sus delgados bracitos. Lo tomé con fuerza y corrí desesperada jadeando de cansancio, y no hace falta aclarar la felicidad al sentir mi cuerpo junto al del pequeño huérfano. Miraba hacia el cielo y llorando agradecía tanta dicha. Llegué. Giré la llave y se lo llevé hasta la cama, era nuestro niño, ella me miraba extrañada, lógicamente no comprendía de donde lo había sacado, le conté lo sucedido y le dije que una mujer en el Jardín japonés me lo había vendido solo por $800 pesos, pero le pedí que olvidara todo eso, solo quería que nos amara, que me viera junto a él como a una familia, era lo que habíamos estado anhelando durante largo tiempo y era el momento en que por fin estábamos completas según lo que ella supuestamente creía. Pero algo en sus expresiones del rostro no me dejaban interpretar su felicidad, más bien tenía una gran imagen de desconformidad. Nos miraba como si fuésemos desecho humano.

-¿Qué pasa amor? Casi no se notan sus rasgos asiáticos. Hoy mismo salimos a comprarle una cuna, a comprarle ropa, agarra toda la plata de la lata y compremos todo lo que haga falta.

Nada fue suficiente, sentí que la perdía, cada segundo, cada inspiración y exhalación la alejaban. Durante un momento todo fue absoluto mutismo, era sin duda la pausa callada que antecede una catástrofe, y así fue, de un grito desaforado despellejó el silencio desnudándome los brazos, me arrebató la criatura y la arrojó por el aire, reventando su cráneo contra el piso, dejando su cabecita

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