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Resumen De Papa Goriot

tatianatlv10 de Septiembre de 2012

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Argumento

Introducción

El drama de Papá Goriot se desarrolla en París durante el siglo XIX . Las particularidades de esta historia se hallan al pie de Montmartre y las alturas de Montrouge, en una pensión pobre y deteriorada conocida como la “Casa Vauquer”, situada en la parte baja de la calle Nueve-Sainte-Genevieve, entre el barrio Latino y el de Saint Marceau. En dicho lugar se percibe un aire sombrío, la tierra es seca, los arroyos no tienen agua, está rodeado de casas tétricas, las murallas huelen a cárcel y hasta el hombre más despreocupado se entristece allí por su apariencia.

La pensión, cuya fachada consta de tres pisos y da un aspecto casi inmoral, pertenece a la viuda Vauquer, apellidada de soltera De Conflans. El estado de la pensión es deprimente y deteriorado: el piso desgastado casi enmohecido, las paredes llenas de grasa, el ambiente encerrado. Pese a estas condiciones, la pensión se encuentra ocupada en su totalidad, ocho inquilinos: en el primer piso viven la Señora. Vauquer, la regenta de la pensión; tiene más de 50 años aunque su semblante aparenta mayor edad, todo en ella se encuentra en armonía con su pensión que revela desdicha. En el apartamento contiguo habitan la Señora. Couture, viuda de un comisario de la República Francesa; de edad avanzada que cuida a su joven sobrina como si fuese su hija, ya que el padre de la joven, hombre muy rico, no desea reconocer a Victorine Taillefer, una joven de cabellos rubios, cintura delgada y ojos claros, quien de no ser por el sufrimiento que la acongoja, sería una mujer visiblemente hermosa. Su padre creía tener motivos para no reconocerla y no le concedía mucho dinero para su subsistencia.

Los dos apartamentos del segundo piso estaban ocupados por un anciano llamado Poiret, una especie de autómata que parecía haber sido un asno burócrata jubilado; y por un hombre de unos cuarenta años de edad que llevaba una peluca negra, se teñía las patillas y se decía antiguo comerciante, llamado Vautrin. Era un hombre que tenía buen aspecto: espaldas anchas, músculos desarrollados, voz de bajo, amable, risueño y servicial, quien en diversas ocasiones había prestado dinero a la Sra. Vauquer y algunos de los huéspedes. Sus costumbres consistían en salir después de desayunarse, regresar para comer, ausentarse toda la tarde y regresar a medianoche. Vautrin sabía o adivinaba los asuntos de todas aquellas personas que le rodeaban pero nadie podía penetrar sus pensamientos ni sus ocupaciones. Aquella aparente benevolencia y simpatía eran una barrera entre él y los demás. Todo hacía suponer que aquel hombre guardaba algún rencor hacia los estamentos sociales, como consecuencia de algún misterioso secreto cuidadosamente oculto en su vida.

El tercer piso se componía de cuatro habitaciones, dos de las cuales estaban alquiladas a una solterona, la señorita Michonneau, de semblante viejo y desgastado, cuya mirada producía escalofríos y su rostro no abandonaba nunca cierto gesto amenazador; y a un antiguo fabricante de fideos, pastas italianas y almidón, el cual permitía que le llamaran Papá Goriot. Las otras dos piezas estaban reservadas a los estudiantes desdichados que, como Papá Goriot y la señorita. Michonneau, no podían destinar más de cuarenta y cinco francos mensuales a su sustento y alojamiento. En aquella época, una de estas habitaciones las ocupaba Eugene de Rastignac, un joven venido de los alrededores de Angouleme para estudiar leyes en París. Su familia se sometía a duras privaciones a fin de poder enviarle mil doscientos francos anuales. Eugene poseía un rostro muy meridional, cabellos oscuros y ojos azules. Se caracterizaba por una personalidad similar a la de todos los jóvenes que se han forjado en la desgracia, los cuales comprenden desde su infancia las esperanzas que sus padres depositan en ellos y se preparan sobre todo para un gran porvenir.

Finalmente, en el desván, vivían Cristophe, un jornalero de la pensión, y Sylvie, la cocinera.

Además venían a comer estudiantes y algunos vecinos del área. En la sala de comida cabían unas 20 personas y todos ellos se juntaban para hablar de los acontecimientos comunes. Aquellas personas, en su conjunto, ofrecían en miniatura, todos los elementos de una sociedad completa. Entre ellos había también, como en los colegios, una pobre criatura rechazada sobre la que llovían las bromas. Esta figura era la de Papá Goriot, un anciano de sesenta y seis años que se había retirado a la pensión en el año 1813, después de haber abandonado sus negocios. Primero rentó el apartamento tomado por la señora Couture, por el cual pagó cantidades generosamente despreocupadas. Cuando el Señor Goriot llegó a la pensión, la señora Vauquer admiraba al antiguo comerciante al cual ahora consideraba idiota. Incluso deseaba conquistarlo, pues con sus ojos mezquinos, había visto muy bien unos ocho o diez mil francos. A partir de entonces la Señora. Vauquer se propuso seducir a Goriot con la ayuda de una antigua inquilina, la condesa Ambermesnil, quien tenía como misión descubrir el corazón de Goriot en una visita. No obstante, el fabricante de fideos no tenía aspiraciones de índole amorosa y fue calificado por las dos mujeres como un hombre terco, un avaro, un animal, un tonto que no produciría más que disgustos. Al poco tiempo, la condesa Ambermesnil desapareció sin pagar su pensión de seis meses y la Señora. Vauquer desistió en sus planes al ver que no conseguiría nada.

Durante la mayor parte de ese primer año, Goriot había comido fuera de su casa una o dos veces por semana, pero después llegó un momento que era sólo una vez al mes. Al finalizar el segundo año, Goriot solicitó mudarse al segundo piso porque su fortuna había disminuido. Según Vautrin, que fue entonces cuando se instaló en la pensión, Goriot era un hombre que jugaba a la Bolsa; también se le suponía un avaro que prestaba dinero, un hombre que jugaba a la lotería o un agente secreto, aunque Vautrin sostenía que Goriot no era lo suficiente astuto para ello. No obstante, a pesar de lo innoble que se suponía su conducta o sus vicios, nunca lo expulsaron de la pensión porque pagaba su pensión y servía para que cada cual desahogara en él su buen o mal humor por medio de bromas.

Sylvie suponía que Goriot era endiabladamente rico porque dos mujeres jóvenes de gran porte y con mucho dinero venían a visitarlo. Éste siempre dijo que eran sus hijas, pero la viuda empleó su malicia de mujer para inventar las más sórdidas persecuciones contra él. Lo cierto es que no había nada que pudiera desmentir las deducciones de que Goriot salía con jóvenes ricas a quienes les entregaba su dinero, pues de ser sus hijas, pensaban todos, no estaría viviendo en el último piso de dicha pensión. De tal modo que la percepción de los inquilinos hacia Goriot en 1819 era que nunca había tenido hijas ni mujer y el abuso de los placeres habían hecho de él un pobre desgraciado que parecía un imbécil porque siempre estaba en trance, como ausente del mundo.

Eugéne de Rastignac, el joven estudiante que ocupaba la habitación contigua a Papá Goriot, ya había obtenido el título de bachiller en Letras y Derecho. Su inteligencia y su ambición le impulsaban a cambiar sus puntos de vista y a descubrir pronto la importancia e influencia de las mujeres en la vida social de París. Su tía, la señora de Marcilla, que en otros tiempos había sido presentada en la corte, había conocido a las más destacadas figuras de la aristocracia. Eugene preguntó a su tía sobre sus lazos de parentesco con la nobleza y si ella podría renovarlos. El familiar más cercano resultó ser la condesa de Beauséant, así que su tía le escribió una carta para que ella introdujera a Eugene con otros parientes.

Al cabo de unos días de su regreso a París después de unas vacaciones, Rastignac fue invitado a un baile en el barrio de Saint-Germain en la casa de la condesa de Beauséant, una de las reinas de la moda de París, considerada como la más agradable y una de las figuras más destacadas del mundo de la aristocracia. Gracias a su tía, Eugene fue acogido correctamente en aquella morada, sin darse cuenta del alcance de tal favor. Deslumbrado por aquella brillante concurrencia, opulencia y elegancia de la residencia, Eugene fijó sus ojos en la condesa Anastasie de Restaud, joven alta y bien proporcionada, considerada como una de las mujeres más elegantes de París. El joven meridional se apresuró a trabar relaciones con aquella mujer dándose a conocer como primo de la señora Beauséant, así que fue invitado por la condesa a su casa. Eugene se sintió lo suficientemente ambicioso como para encantar a aquella mujer e imaginó una serie de futuros goces que pasaría a su lado.

A la mañana siguiente, Papá Goriot le encargó a Christophe que llevara una carta a la condesa Anastasie de Restaud. Durante el desayuno la señora Couture y Victorine comentaban sobre su visita a casa del señor Taillefer, padre de la joven, con el objeto de exigir una pensión no comprobada, que la madre de la señorita Victorine había aportado al matrimonio Taillefer al contraer matrimonio, y que su padre no reconocía, pues veía en su hijo a su único heredero.

Eugene platicó sobre su experiencia en el baile y antes de que éste pudiera decir el nombre de la condesa, Vautrin lo pronunció avisando que ella iría a casa del usurero Gobseck. Fue entonces cuando Papá Goriot prestó atención como nunca antes. Vautrin comentaba en tono de burla que las mujeres como ella eran capaces hasta de venderse o de abrir las entrañas de su madre para buscar algo brillante si sus maridos no pueden mantener su lujo desenfrenado. El rostro de Papá Goriot que se había iluminado cuando mencionaron el nombre

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