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Resumen.


Enviado por   •  26 de Junio de 2013  •  Informes  •  2.161 Palabras (9 Páginas)  •  217 Visitas

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Todos los días, crece la lista de las víctimas del narco en México. Guerra en la que caen traficantes, sicarios, policías, abogados y aun periodistas. En los narcoabogados el autor levanta la cortina que oculta al submundo de sus abogados: aquellos que por negocio, por intereses, por presiones y hasta por placer, litigan en los estrechos límites de la ley con la corrupción y el chantaje.

En los narcoabogados, Ravelo hizo una apuesta mucho más fuerte: quiso demostrar que ambas guerras, la de los narcos entre sí y la que van ganando al estado, tienen sus raíces en la complicidad del crimen con las estructuras jurídicas, políticas y económicas del país.

Una nueva estirpe de narcotraficantes empieza a irrumpir en el escenario y, desafiante, pretende retornar a los viejos de la mafia que plagó de tribulaciones a los colombianos. Ávidos de poder, los integrantes de la nueva camada de narcomepresarios buscan afanosamente erigirse como los nuevos protagonistas, y alcanzar la estructura de los capos que les precedieron. Pese a la diferencias entre ambos, tienen un punto en común: esta nueva generación mantiene alianzas y conexiones que llegan a E.U.A., Europa y Asia; no sólo eso, disponen de discreta protección en todo el continente: policías, militares, empresarios bursátiles y banqueros están a sus servicios y, con el cálculo de un ajedrecista, mueven sus piezas para hacer florecer sus negocios ilícitos.

Todo tiene su tiempo y todo lo que se quiere debajo de la tierra tiene su hora: <tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado. Tiempo de callar y tiempo de hablar….>

El suyo, dice el abogado colombiano Gustavo Salazar Pineda, es el tiempo de hablar. Ahora que la mayor parte de sus poderosos clientes están muertos o encarcelados dentro y fuera de Colombia, tiene la oportunidad de contar como se enredó en el obscuro mundo de la mafia, pues él- asegura- no busco a los narcotraficantes, sino que ellos salieron a su encuentro por un inesperado golpe de azar. < Soy el abogado de la mafia. Nunca he sentido vergüenza de lo que hago; al contrario, he tomado mis experiencias como diversión, no dramatizo por lo que vivido, porque para mí la vida es una broma, es un gran teatro y yo he cumplido con mi papel en esta obra teatral>.

Como siguiendo el dictado de una fuerza superior, un inesperado golpe de ariete había amoldado las circunstancias para convertirlo en un personaje clave en la defensa de los hombres más temibles de Medellín, entre ellos Pablo Escobar Gaviria, capo de capos.

El historial ganado a pulso durante poco más de dos décadas de trato con los narcotraficante, se transformo en una suerte de imán que todo lo traía; dinero, mujeres curiosas y sobre todo, un mayor número de clientes, casi todas personas enredadas con drogas.

Salazar Pineda, quien defendió a narcotraficantes de diferentes grupos poderosos, como abogado dice, cumplió con su tarea profesional y en los tribunales quedó acreditada la inocencia de muchos de ellos.

Particularmente durante la guerra del narcotráfico, tanto en Colombia como en México, empezó a ser frecuente que los abogados de los capos fueran amenazados para que renunciaran a la defensa de sus clientes o asesinados. Orquestados por los enemigos en el negocio de las drogas, por la policía o por los propios procesados que estaban en desacuerdo con alguna decisión de sus defensores, las amenazas se convirtieron en la regla común, encaminada a trastocar todo el trabajo legal que realizaban los despachos jurídicos a favor de un narcotraficante. Los peligros de muerte se incrementaban si el capo procesado tenia probabilidades de salir de la prisión libre de cargos.

En el libro Mi verdad, publicado por Planeta en octubre de 2005, meses después de fallecer por causas naturales Alberto Giraldo cuenta una parte de la historia de los hermanos Rodríguez Orejuela, sobre todo sus vínculos con los hombres del poder. En <Apoyo dividido>, el capítulo inicial, habla del primer contacto que tuvo Gilberto Rodríguez Orejuela, en 1978, con Belisario Betancourt, quien ese año había perdido las elecciones como candidato a la presidencia de la República frente a César Turbay, el cual tomo posesión como presidente de Colombia el 7 de agosto de ese año. Gilberto Rodríguez, quien por ese tiempo también empezaba sus operaciones en el mundo del narcotráfico, no dudo un segundo en apoyar a Belisario Betancourt; sacó su chequera, elaboro un cheque por 5 millones de pesos y se lo entregó, quien no se arredró ante el obsequio. Poco tiempo después, a principios de los ochenta ambos se encumbraron: Betancourt llegó a la presidencia de la República y Gilberto Rodríguez se afianzó en el negocio de las drogas, hasta alcanzar alturas insospechadas. Así, la política y el narco empezaron a vivir una relación de esplendor que duró varios años.

Resulta claro que en el gobierno de Vicente Fox tenia preferencias por el cártel de Sinaloa y por su jefe, Joaquín el Chapo Guzmán; pero esa selectiva política criminal chocaba con otras presuntas alianzas tejidas en el interior de la PGR y que ligaban al entonces procurador general de la República, Rafael Macedo de la Concha, con el grupo armado Los Zetas, integrado en su mayoría por militares. Macedo y Los Zetas, al fin y al cabo, tenían el mismo origen y formación. La PGR obviamente siempre negó estos nexos, bajo el argumento de que los narcos pretendían desacreditar a la institución. Sin embargo, más adelante las evidencias pusieron en duda la postura oficial de la PGR.

Después de fugarse le penal de Puente Grande, Jalisco; Joaquín Loera, comenzó a estructurar una de las empresas criminales que cobraría mayor fuerza durante el llamado sexenio del cambio. Los datos de inteligencia más recientes de la PGR indican que entre enero y junio del 2006, Guzmán Loera permaneció refugiado en Chiapas e hizo incursiones esporádicas a Guatemala, país donde reclutó a miembros de la salvaje banda conocida como Mara Salvatrucha, con el fin de reforzar su ejército y contrarrestar los ataques de Los Zetas, cuyos comandos también luchaban por controlar todas las rutas del país.

En la recta final del gobierno foxista, la guerra entre ambos cárteles se escenificó en Guerrero y Michoacán, pues pretendían dominar la ruta del Pacífico. Hubo cientos de ejecuciones en las dos entidades. El Ejército, la Policía Federal Preventiva y la PGR fueron meros espectadores de la violencia, pues se vieron rebasados por los criminales. El programa México Seguro, anunciado como la panacea a la inseguridad, fue otro fracaso de la administración panista. Desesperado por la caída de

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