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SER MAESTRO


Enviado por   •  15 de Abril de 2014  •  860 Palabras (4 Páginas)  •  197 Visitas

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SER MAESTRO

Los entendidos en temas transgeneracionales y en la ley de las compensaciones del universo dicen que hay dos clases de deudas imposibles de compensar: la deuda de vida que tenemos con nuestros padres, y la deuda de saber que tenemos para con nuestros maestros, pues a nuestros padres y madres no les podemos devolver la vida (ellos y ellas ya tienen la suya) y a nuestros maestros y maestras no les podemos devolver el saber que ellos compartieron con nosotros.

Desde el otro lado de la cancha, como profesores y profesoras sabemos de lo duro de nuestra labor: jornadas que se pueden duplicar y hasta triplicar si nos ponemos a ver todo el trabajo extra que se hace necesario en planificación y evaluación para el momento crucial de nuestro cotidiano “show” ante alumnos no siempre tan ávidos de saber como de demostrar que ya saben todo lo que necesitan y de seguir a rajatabla aquel mandato de la adolescencia que consiste en demostrar lo indemostrable: que ya son más adultos que nosotros.

Durante años, décadas, podríamos decir, la profesión docente fue menospreciada como la pariente pobre entre todo el espectro de las ocupaciones humanas. Recuerdo tanto los gestos compungidos de mis familiares e incluso de algunos profesores y profesoras cuando se enteraron de que estudiaría algo relacionado con educación, una labor casi casi de servidumbre, como se consideraba el magisterio en aquel tiempo.

Sabido es que muchas maestras y muchos maestros hemos llegado a esta meta por senderos dispares. Es mi caso personal, y estoy segura que es el caso personal de bastantes docentes, haber estudiado una carrera relacionada con educación porque no pudimos sacarle el cuerpo. Yo quería ser escritora, y en aquel tiempo quien aspiraba a estudiar literatura tenía que bancarse el estudio de la pedagogía como un indiscutible complemento para tener de qué vivir (al menos eso se pensaba).

El amor entre un docente y su profesión, salvo que se trate de una indiscutible vocación de nacimiento, se va dando en el día a día, en la convivencia con los estudiantes, en el intercambio en el aula. Se construye. Comenzamos por recordar cómo éramos cuando estudiábamos y a comprender cómo se sentían aquellas personas que tuvieron que sufrir nuestra inmadurez y disfrutar nuestra gratitud en el día a día de nuestros cada vez más lejanos años de estudiantes. Pero luego aprendemos algo que tal vez nuestros maestros y nuestras maestras no nos dijeron en el vano intento de no auto sabotear su trabajo: que en un aula quien más aprende es la profesora o el profesor. Los niños, los adolescentes, los jóvenes, los adultos no escolarizados traen todos una sorprendente carga de sabiduría de la vida que no sé si se pueda intercambiar tan limpiamente como en un aula de clase, y me refiero al aula física, no al aula de esa engañosa realidad virtual en donde creemos poder reproducir las

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