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Salud Ocupacional


Enviado por   •  29 de Septiembre de 2013  •  969 Palabras (4 Páginas)  •  233 Visitas

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Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Juan

16, 29-33

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, los discípulos le dijeron a Jesús: «Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que Tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que Tú has salido de Dios».

Jesús les respondió:

«¿Ahora creen?

Se acerca la hora, y ya ha llegado,

en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado,

y me dejarán solo.

Pero no, no estoy solo,

porque el Padre está conmigo.

Les digo esto

para que encuentren la paz en mí.

En el mundo tendrán que sufrir;

pero tengan valor: Yo he vencido al mundo».

Palabra del Señor.

Reflexión

Hech. 19, 1-8. El bautismo de Juan, bautismo de arrepentimiento, preparaba para recibir a Aquel que venía después de él: Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Creer en Jesús, después de haber sido catequizados sobre Él y su obra, ha de llevar a la persona a ser bautizada en Él para recibir, no sólo el perdón de los pecados, sino la participación de la misma Vida que el Hijo recibe del Padre; y la efusión, sobre el creyente, del don del Espíritu Santo, con una serie de manifestaciones carismáticas que no se reciben para hacer gala de ellas, sino para el bien de la misma Iglesia, de manera semejante a como las cualidades de cada uno de los miembros están al servicio de todo el cuerpo.

No basta que el Espíritu Santo sea derramado en nuestros corazones; es necesario recibirlo, es decir, darle amplitud de acción, de modo consciente, en nuestra propia vida.

En algunas ocasiones o en algunos lugares la Iglesia da la impresión de ser una Iglesia anquilosada, en la que el Espíritu Santo ha sido encadenado o acallado; pues se acude al culto, pero los miembros no tienen acción evangelizadora y apostólica; parece una iglesia que sólo se alimenta de la Eucaristía y de la Palabra de Dios, pero ha perdido su capacidad de ser fermento de santidad en el mundo.

Por eso debemos preguntarnos: ¿en verdad hemos recibido el Espíritu Santo, es decir, le hemos dado cabida en nuestra vida para que, por medio nuestro se continúe la obra salvadora de Cristo en el mundo?

Sal 68 (67). Parecen resonar en nuestros oídos aquellas palabras que pronunciara Moisés cuando, después de levantar el Campamento, el Arca se ponía en marcha para continuar el camino del Pueblo de Israel hacia la Tierra Prometida: ¡Levántate, Señor! Que se disipen tus enemigos, huyan ante ti tus adversarios.

Dios, en su trono de gloria, no se ha olvidado de sus pobres, de los huérfanos, de las viudas, ni de los desvalidos y cautivos. Dios a todos ha manifestado su amor

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