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Sanciones Disciplinarias

roberto18a13 de Junio de 2012

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Conflictividad escolar y fomento de la convivencia

Valentín Martínez-Otero Pérez *

SÍNTESIS: En este artículo su autor reflexiona sobre la conflictividad escolar, y, en particular, sobre los problemas que con más frecuencia surgen entre los alumnos o entre estos y los profesores. En numerosos centros escolares se quiebra la convivencia, hasta el punto de hacer imposible la formación. La dificultad de analizar en toda su extensión el fenómeno de la violencia en las aulas lleva al autor a realizar una revisión de los principales problemas existentes, con el propósito de conocer mejor esta realidad, y, a la vez, con el de estudiar qué posibles vías conducen a su solución. Se describen, por lo mismo, algunos de los comportamientos antisociales escolares más frecuentes, y se señalan algunos cauces de intervención: la disciplina, la mediación, la competencia social, etc. Para organizar la actuación educativa en la compleja constelación estructural de los comportamientos antisociales, se propone una distribución cuatripartita que permite avanzar hacia la convivencia en los centros educativos.

SÍNTESE: Neste artigo seu autor reflete sobre o conflitivo escolar, e, em particular, sobre os problemas que com mais frequencia surgem entre os alunos ou entre estes professores. Em muitos centros escolares se rompe a convivência, até o ponto de fazer impossível a formação. A dificuldade de analizar em toda a sua extenção o fenômeno da violência nas salas de aula leva o autor a realizar uma revisão dos principais problemas existentes, com o propósito de conhecer melhor esra realidade, e, ao mesmo tempo, com o de estudar que possíveis vias conduzem à sua solução. Se descrevem, pelo mesmo motivo, alguns dos compartamentos anti-sociais escolares mais frequentes, e se sinalizam algumas normas (caminhos, vias) de intervenção: a disciplina, a mediação, a aptidão social, etc. Para organizar a atuação educativa na complexa constelação estru-tural dos comportamentos anti-sociais, se propõe uma distribuição qua-driênia que permite avançar até a convivência nos centros educativos.

1. INTRODUCCIÓN

Aunque la convivencia es requisito de la educación, a veces se trunca hasta hacer imposible la labor formativa. Por supuesto, desde un enfoque amplio y actual del conflicto, las tensiones interpersonales no son necesariamente negativas; en ocasiones, incluso ciertas situaciones preludian un renacimiento de las relaciones. A este respecto debe recordarse que la agresividad es consustancial al ser humano, y que opera en muchas ocasiones como impulsora del progreso. Como resulta evidente, nos referimos a la agresividad positiva. Sin embargo, es cierto que, por lo general, cuando se habla de conflictos1 escolares, es para dar cuenta de problemas activados por la agresividad destructiva que tiene como protagonistas a los alumnos. En el artículo el autor se centra en este tipo de discomunicación, sin perder de vista que tal fenómeno es mucho más complejo.

El repaso de un buen número de trabajos sobre la cuestión permite comprobar a menudo que, siquiera sea de modo implícito, se atribuye a los menores la culpa de las conductas antisociales. No se dice que los propios alumnos no tengan su responsabilidad, pero se vuelca todo el peso sobre niños y adolescentes, sin más análisis. Me parece –dice el autor–, que estas imputaciones llevan a desenfocar el asunto, y conviene advertirlo desde el principio. No quiere tampoco caer en el error de difuminar tanto el problema que se pierda en divagaciones, de manera que, sin soslayar planteamientos teóricos, procurará mostrar el alcance práctico de sus reflexiones.

2. AGRESIVIDAD Y VIOLENCIA EN LA ESCUELA

Si bien no es raro que los términos agresividad y violencia se utilicen como sinónimos, el primero procede del latín aggredi –ir contra alguien–, y se emplea casi siempre para expresar la tendencia a atacar o a dañar. En otras ocasiones, la palabra agresividad se utiliza en el sentido de iniciativa o de capacidad positiva que permite al sujeto comunicarse y superar dificultades. Esta naturaleza dual del vocablo permite hablar de agresividad benigna y de agresividad maligna. La benigna es defensiva, necesaria para hacer frente a las adversidades, mientras que la maligna se pone al servicio de los peores sentimientos y es destructiva. Entre ambos tipos de agresividad hay múltiples grados, y es muy difícil precisar ante qué modalidad nos hallamos. De hecho, lo que para unos es un ataque destructivo, para otros es una intervención defensiva.

Centramos ahora nuestra atención en el término violencia, es decir, en la fuerza (proviene del latín vis =fuerza) que se ejerce en contra de otra o de otras personas. La violencia, aunque admite gradación, sería la versión perversa de la agresividad. Sea como fuere, la clarificación conceptual es harto compleja, y, cualquiera que sea el término elegido, lo cierto es que en los centros escolares cada vez se habla más de violencia escolar para referirse a una amplia gama de acciones que tienen por objeto producir daño, y que alteran en mayor o menor cuantía el equi-librio institucional.

Los brotes de agresividad o de violencia en los centros educativos constituyen un fenómeno al que nos empezamos a acostumbrar, y al que cabe interpretar como un reflejo de lo que ocurre en la sociedad. Las acciones antisociales exhibidas por niños y por adolescentes muestran lo que ocurre en su entorno, y cuyas causas hay que buscarlas en varios factores entreverados: sociales/ambientales, relacionales, escolares, familiares y personales.

A nivel de la sociedad y del ambiente, destacan como fuentes de violencia:

Las desigualdades sociales, con grandes sectores afectados por la pobreza y por el desempleo, en contraste con la opulencia de algunos grupos. Este desequilibrio estructural actúa como caldo de cultivo propicio para la inadaptación y para las conductas antisociales de los menores. Aun cuando la escuela contrarresta los efectos negativos de estos ambientes de exclusión, poco puede hacer en solitario.

Los medios de comunicación en general, y la televisión en particular, influyen sobremanera en los escolares, con frecuencia de modo perjudicial.

Desde mi punto de vista (Martínez-Otero, 1999, p. 186), si queremos que la televisión sea educativa, o al menos que no perjudique, debemos tener en cuenta, entre otras, las siguientes recomendaciones: limitar el tiempo de contemplación de la pequeña pantalla, seleccionar los programas que ven los escolares en función de su nivel de desarrollo, acompañar a los niños cuando ven la televisión, mostrar el carácter espectacular del discurso televisivo, ofrecer alternativas saludables de ocupación del tiempo libre:

La penetración de la cultura de la violencia en los centros escolares, que lleva al sector infanto-juvenil a resolver sus problemas «por las bravas», con arreglo a lo que ven a su alrededor.

Las dificultades para conseguir empleo, lo que supone un freno para el saludable despliegue de la personalidad.

La facilidad para consumir alcohol y drogas.

La tecnificación creciente, y la consiguiente sustitución de un escenario natural por otro artificial y hostil.

En el plano de las relaciones interpersonales, los gérmenes de la violencia son:

La pérdida de la armonía en el claustro por sobrecarga de tareas, por abuso de poder, por desacuerdos sobre estilos de enseñanza, por incapacidad para el trabajo en equipo, por pobre identificación con el proyecto educativo del centro, por desavenencias con el equipo directivo, por escasa formación docente, etcétera.

La desmotivación del alumno, el empleo de metodologías docentes poco atractivas, el fracaso escolar, una insuficiente sensibilidad hacia las necesidades de los alumnos, la dificultad para trabajar con grupos, la consideración del profesor como una figura de autoridad contra la que hay que rebelarse, etcétera.

El empobrecimiento de la comunicación y el aumento de relaciones presididas por la rivalidad.

El individualismo rampante y el debilitamiento del sentido de comunidad.

La pertenencia a algún grupo con un líder conflictivo.

En el ámbito de la institución escolar, deben considerarse los siguientes aspectos:

Las múltiples exigencias de adaptación, provenientes de un entorno escolar altamente jerarquizado, burocratizado y tecnificado.

Las desigualdades y las discrepancias respecto a la asignación de espacios y de materiales (despachos, muebles, ordenadores...), a horarios, a funciones, etcétera.

La hipervigilancia institucional, y los métodos pedagógicos basados en comparaciones odiosas y en castigos.

La preocupación exclusiva por los resultados académicos de los alumnos y su comparación con la norma, en detrimento de las personas y de los procesos educativos.

La presencia de una cultura escolar hegemónica, que puede chocar con otra u otras que están en posición desventajosa.

La asimetría relacional y comunicativa entre educadores y educandos.

El elevado número de alumnos, que impide o que dificulta la atención personalizada.

Melero (1993, pp. 54-55), por su parte, sostiene que las características de la propia institución escolar que pueden influir en el surgimiento de conflictos son: la jerarquía estricta; la obligatoriedad de la asistencia, y la necesidad de superar exámenes sobre ciertos contenidos. Para este autor, las dos raíces de la violencia y de la conflictividad escolar son: el autoritarismo de la institución, que origina tensión y rebeldía; y la pérdida de poder del maestro o profesor.

Por lo que se refiere a la familia, cabe

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