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Socioeconomía Solidaria. Marco conceptual latinoamericano

clau2533Documentos de Investigación13 de Noviembre de 2016

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Socioeconomía Solidaria. Marco conceptual latinoamericano

Armando de Melo Lisboa

Resumen: una grave imprecisión conceptual se estableció entre las categorías Tercer Sector, Economía Social, Economía Popular, Economía Solidaria y Socioeconomía Solidaria. Urge una rigorosa clarificación conceptual, la cual buscaremos, en los restrictos limites de este trabajo, a partir de una óptica latinoamericana.

1. Tercer sector? Economía Social?

La categoría Economía Social surge en el mundo europeo, especialmente en la Europa Latina. En ella, más recientemente viene siendo difundida la expresión Economía Solidaria (ES) especialmente con la obra organizada por Laville (1994/2001), o mismo Economía Social y Solidaria. Algunos usan indistintamente estos conceptos, juntamente con el de Tercer Sector, revelando entender la economía social como un 3° sector. 

El origen de la denominación Economía Social – acuñada por Dunoyer (1786-1862) en 1830, y difundida por C. Gide, 1847-1932; Edgar Milhaud, 1873-1964 y muchos otros – es inseparable de la historia del movimiento obrero europeo y de su tradición mutualista y cooperativista, buscando integrar lo social a la lógica económica. El término Economía Social originalmente explicita la afirmación de una economía imbricada con lo social, el rechazo del economicismo y de la autonomización de lo económico frente a la sociedad, bien como una fuerte connotación política: expresa un modelo de transformación del capitalismo a partir de la auto-organización de los productores y consumidores que se contraponen a la vía marxista de toma del poder estatal. Vale recordar el rótulo que marcó despreciativamente esta visión alternativa de organización económica y social: socialismo utópico.

Todavía, paulatinamente, especialmente a partir del momento en que se establece la equivalencia entre economía capitalista y economía moderna dentro de la ciencia económica, la economía social deja de ser confundida con la economía política, separándose de la misma. En ese momento se pasa de una posición de contestación de la economía política al reconocimiento de su complementariedad con la economía social (esta fue la evolución de Gide, afirma Laville). Indicativo de esta mutación es el hecho de que Léon Walras (1834-1910), uno de los principales fundadores del mainstream neoclásico, haya producido a finales del s. XIX significativas obras sobre economía social.

Los estudios de economía social se orientan mas para los problemas redistributivos, abandonando el campo de la producción. Con la derrota del movimiento alternativo oweniano y la creciente asimilación de las cooperativas a las fuerzas de mercado capitalistas, la dinámica asociativista también pierde vigor y se integra a la sociedad burguesa, descaracterizando su fuerte connotación Solidaria y contestataria original. Esto no significó la desaparición del sector de economía social, pero su subsistencia subordinada y residual. De modo general, hoy economía social es el campo constituido por las sociedad de personas, y no de capitales (donde hay división democrática del poder: cada persona es un voto), tales como las cooperativas, asociaciones y entidades mutualistas. El surgimiento actual de la economía Solidaria recupera y subraya aquella dimensión política de una alternativa de organización del trabajo y de la sociedad.

A pesar de que el concepto de economía social es más que centenario, sólo recientemente, denominado como Tercer Sector, está siendo objeto de mayor atención. Aunque haya quien defienda la tesis de que el 3° sector es, en verdad el primero, o recurra a la analogía de este con el Tercer Estado de la Francia prerrevolucionario, no es este el origen de este concepto. La terminología “3° Sector” tiene un carácter mas despolitizado y deriva de la literatura norteamericana, en la cual otras dos expresiones también se destacan – “organizaciones sin fines lucrativos” y “organizaciones voluntarias”.

La aceptación del concepto de 3° sector se beneficia de la recuperación de una comprensión de que el espacio público transciende el estatal, lo cual tiene raíces ideológicas heterogéneas, pues es afirmada por Rousseau, por la tradición anarquista y por el cristianismo social. Se encuentran aquí ecos de la clásica distinción griega de situar entre la esfera privada (el oikos) y la pública (la eklesia), local donde se discutían los asuntos de la pólis), el ágora, una esfera pública/privada que mantenía juntos los extremos. Pero cuando se designa esta realidad con el concepto de tercer sector, se está retirando de ella su fuerza contestataria. El hecho fundamental es que él es el tercero, actuando como un sector funcional, suplementario y complementario de la economía y del poder estatal, a ellos subordinados. Expresa una forma de pensar la solidaridad en cuanto filantropía, donde la dimensión de lo político es negada. Por no buscar fundar una otra forma de regulación social, se reduce a posibilitar sólo el convívio “solidario” entre clases desiguales.

2. Nuestra suerte son los pobres.

Las actuales metamorfosis del trabajo han permitido quebrar prisiones conceptuales que sometían la discusión del trabajo a la del empleo, llevando a pensar la cuestión del trabajo más allá de la condición de mero factor de producción (fuerza de trabajo). Ahora podemos más fácilmente afirmar que vender su capacidad de producción al capital no es la única ni la mas libre manera de ganarse la vida, bien como evaluar mejor las posibilidades presentes en la matriz ocupacional de los países periféricos, donde la mayoría de su población económicamente activa nunca estuvo formalmente inserta.

Si la creciente autonomía del capital respecto de la población trabajadora revela un carácter trágico y destructivo (fenómeno de la exclusión), la crisis de la sociedad basada en el trabajo asalariado y contractual también devela un proceso de “desmercantilización” de la fuerza de trabajo (exactamente lo contrario de lo que ocurrió cuando surgió el capitalismo): no existen más solo "trabajadores para el capital". La pérdida de la condición de mercadería configura una oportunidad, aún que en medio de la pobreza, de desamarrar las personas de la estúpida lógica autotélica del capital: producir riqueza para producir riqueza. La tragedia de la sociedad sin empleo también es una oportunidad para reactualizar las posibilidades de emancipación humana, o permitir el surgimiento de productores cuya finalidad no sea la satisfacción de las necesidades del capital, sino las necesidades integrales de las personas.

En el primer mundo el desmantelamiento del Estado providencia ha generado una febril búsqueda de nuevos mecanismos de solidaridad. Entretanto, los desafíos que se presentan para la periferia y semi-periferia en parte son diferenciados de los países capitalistas más desarrollados. La crisis derivada de la reestructuración productiva y de la globalización económica en los países periféricos es agravada por el simultáneo colapso del modelo de sustitución de importaciones. Además de esto, como estos países nunca fueron exactamente una sociedad salarial, sus caminos para construir la ciudadanía no son los mismos que se presentan para las sociedades que construyeron su base de integración en el trabajo asalariado. Todo el gran esfuerzo para inventar nuevas solidaridades en los pueblos del Sur tiene otro sentido, pues cabe aquí primeramente reconocer – y en seguida apoyar – el que los más pobres ya vienen haciendo, una vez que estos nunca dependieron del débil Estado -de-bien-estar. Es esto lo que lleva a Milton Santos (2000) a afirmar que “la suerte del Brasil son los pobres”, lo que hace que Negri y Hardt presenten a los pobres como el denominador común de la multitud para ser libres como los pájaros e inmunes a la disciplina de la fábrica (2001: 174-176).

En esos países la construcción de proyectos alternativos exige considerar atentamente la profunda simbiosis que existe en estas sociedades entre lo arcaico y lo moderno. Aún persiste por parte de las clases medias intelectualizadas (y las elites en general) de los países periféricos, un arrogante preconcepto hacia lo arcaico, con nuestras poblaciones mestizas, caboclas, cafuzas, caipiras, manezinhas (en lo máximo consideradas como exóticas y objetos de estudios de los antropólogos). Inclusive el pensamiento marxiano y engeliano, al tratar despreciativamente a los pobres como "refugio del proletariado” (el Capital, 1863), como "putrefacción pasiva del viejo orden” (Manifesto Comunista, 1848), sin duda contribuyó para que la izquierda también estigmatizase a los mas humildes. Como también esta incomprensión es derivada de la enorme distancia social que separa los mas pobres de las clases medias universitarias en los países del Sur, agravada por la predominancia de una ciencia social colonizada, alienada para con nuestras realidades y descomprometida con su transformación (Martins). Ciegos por el resplandor iluminista, con sorpresa a veces descubrimos a las Carolinas y Clementinas de Jesús, Chicos Mendes, Dona Pureza, Dona Geralda y Rigobertas Menchu[1], después del debido reconocimiento internacional, es claro.

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