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Trabajo Colaborativo 2 Etica


Enviado por   •  25 de Mayo de 2014  •  5.179 Palabras (21 Páginas)  •  283 Visitas

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CONCLUSIONES

AMALIA BRAVO: las interpretaciones que realizamos de los hechos, es lo que determina si un hecho es bueno o malo, y así mismo la interpretaciones son hechas basados en nuestras creencias o cultura.

ANA LILIANA MEDINA: La realidad es única, y la ética y la moral, son los pilares del derecho y el derecho son las normas que rigen el comportamiento social, estas normas son las que definen si las interpretaciones son correctas o no, y no la interpretación que le dé el ser humano, la cual es diversa y enriquecedora pero no necesariamente correcta, por lo tanto a la frase” No existen hechos morales, tan sólo interpretaciones morales de los hechos “no lo veo así, pues la realidad, la moral y la ética , es la que define la interpretación correcta del comportamiento humano y no viceversa.

LUZ DARY CAVIEDES: Cada persona percibe y entiende lo que pasa de maneras diferentes, los

F. Nietzsche

Sobre verdad y mentira en sentido extramoral

Nietzsche: Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Tecnos, Madrid.

1 En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en

innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales

inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de

la “Historia Universal”: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves

respiraciones de la naturaleza, el astro se heló y los animales inteligentes

hubieron de perecer. Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con

todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, cuán sombrío y

caduco, cuán estéril y arbitrario es el estado en el que se presenta el intelecto

humano dentro de la naturaleza. Hubo eternidades en las que no existía;

cuando de nuevo se acabe todo para él no habrá sucedido nada, puesto que

para ese intelecto no hay ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la

vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma

tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero, si

pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella

navega por el aire poseída de ese mismo pathos, y se siente el centro volante de

este mundo. Nada hay en la naturaleza, por despreciable e insignificante que

sea, que, al más pequeño soplo de aquel poder del conocimiento, no se infle

inmediatamente como un odre; y del mismo modo que cualquier mozo de

cuerda quiere tener su admirador, el más soberbio de los hombres, el filósofo,

está completamente convencido de que, desde todas partes, los ojos del

universo tienen telescópicamente puesta su mirada en sus obras y

pensamientos.

Es digno de nota que sea el intelecto quien así obre, él que, sin embargo,

sólo ha sido añadido precisamente como un recurso de los seres más infelices,

delicados y efímeros, para conservarlos un minuto en la existencia, de la cual,

por el contrario, sin ese aditamento tendrían toda clase de motivos para huir tan

rápidamente como el hijo de Lessing. Ese orgullo, ligado al conocimiento y a la

sensación, niebla cegadora colocada sobre los ojos y los sentidos de los

hombres, los hace engañarse sobre el valor de la existencia, puesto que aquél

proporciona la más aduladora valoración sobre el conocimiento mismo. Su

efecto más general es el engaño —pero también los efectos más particulares

llevan consigo algo del mismo carácter—.

El intelecto, como medio de conservación del individuo, desarrolla sus

fuerzas principales fingiendo, puesto que éste es el medio, merced al cual

sobreviven los individuos débiles y poco robustos, como aquellos a quienes les

ha sido negado servirse, en la lucha por la existencia, de cuernos, o de la afilada

dentadura del animal de rapiña. En los hombres alcanza su punto culminante

este arte de fingir; aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, la

murmuración, la farsa, el vivir del brillo ajeno, el enmascaramiento, el

convencionalismo encubridor, la escenificación ante los demás y ante uno

mismo, en una palabra, el revoloteo incesante alrededor de la llama de la

vanidad es hasta tal punto regla y ley, que apenas hay nada tan inconcebible

como el hecho de que haya podido surgir entre los hombres una inclinación

sincera y pura hacia la verdad. Se encuentran profundamente sumergidos en

ilusiones y ensueños; su mirada se limita a deslizarse sobre la superficie de las

cosas y percibe “formas”, su sensación no conduce en ningún caso a la verdad,

sino que se contenta con recibir estímulos, como si jugase a tantear el dorso de

las cosas. Además, durante toda una vida, el hombre se deja engañar por la

noche en el sueño, sin que su sentido moral haya tratado nunca de impedirlo,

mientras que parece que ha habido hombres que, a fuerza de voluntad, han

conseguido eliminar los ronquidos. En realidad, ¿qué sabe el hombre de sí

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