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UNA VISIÓN CRÍTICA DE LA DESCENTRALIZACIÓN TERRITORIAL Y POLÍTICA.

natacha1978Tesis5 de Julio de 2015

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EL “IMBUNCHE” EN LA POLÍTICA DEL ESTADO CHILENO: UNA VISIÓN CRÍTICA DE LA DESCENTRALIZACIÓN TERRITORIAL Y POLÍTICA. LA DIALÉCTICA DESCENTRALIZADORA, EL LENGUAJE SOCIAL Y LA CULTURA CHILENA.

(EL NOMBRE NO ES LA COSA NOMBRADA, Y LA LEY SE ACATA, PERO NO SE CUMPLE) 

Sergio Boisier

El Imbunche es uno de los tantos personajes monstruosos de la riquísima cultura mitológica de la Isla de Chiloé, en el extremo sur de Chile. Es un niño pequeño y normal que es raptado por unos brujos que lo torturan deformándolo por completo. Una pierna del niño será torcida hasta dejarla pegada a la espalda y todos sus orificios corporales son cerrados con hilo, excepto la boca, a través de la cual lo alimentarán primero con sangre, después con carne de cabritos y más tarde con carne de cordero. Encerrado en una cueva, sale de ella ocasionalmente reptando con sus brazos y su única pierna. Cada cierto tiempo, brujos voladores lo transportarán para presidir ceremonias diabólicas. Se trata de una metáfora cruel y terrible acerca de todo lo que no puede llegar a ser lo que debe ser, desde el ser humano que no puede llegar a ser persona humana hasta el crecimiento económico que no puede llegar a ser desarrollo, pasando por una ley de gobierno regional que impide hacer gobierno . La famosa novela de José Donoso, El obsceno pájaro de la noche, se basa en este personaje mitológico, que, junto al Trauco y a la Pincoya, constituye la Santísima Trinidad de la cultura chilota.

El trasfondo de una cultura que no facilita la descentralización

La cultura chilena (si es que existe tal cosa) ha generado un ser colectivo de carácter triste, quejumbroso, apagado, “achicadito” , poco asertivo y abusivo del circunloquio en el hablar y profundamente dependiente del alter, del otro, que sociológicamente fue el padre-patrón de la hacienda y después del intenso y relativamente rápido proceso de urbanización y migración rural-urbana, se transformó en el padre-Estado, llevando al mundo urbano/industrial la mentalidad del inquilino.

¿Deseamos realmente la descentralización?

¿Qué dice al respecto la principal autoridad de gobierno en materia de descentralización regional?

Nada más pertinente que reproducir acá un comentario de Claudia Serrano (2001, 17) , actual Subsecretaria de Desarrollo Regional del Ministerio del Interior, a propósito de algunas dificultades que descubre en “el modo chileno de descentralización”:

“Los obstáculos a la descentralización se derivan de características históricas del aparato público, donde se destacan la tradición centralista; una cultura organizacional que prioriza los procedimientos y la legalidad sobre los resultados; la búsqueda de soluciones nacionales únicas y estandarizadas para problemas diversos y complejos ; la subordinación de las decisiones de cada sector a la asignación presupuestaria de la Dirección de Presupuestos; y dificultades de coordinación intersectorial y en el trabajo en equipo. [...] Por último, no se observa en la política de descentralización una preocupación por pasar desde el ámbito institucional al societal y por estimular el encuentro entre ambos estimulando las capacidades endógenas de desarrollo”

Este autor, como muchos otros ensayistas más importantes, sostiene que la cultura chilena es profundamente centralista y hay muchas y valederas razones para explicarlo y casi todas ya fueron expuestas en otros textos. La cultura no se cambia mediante una ley y lo que se hace en nuestro país, para dejar a todos satisfechos, es dar un nombre, a algo, a procesos, a decisiones, a instituciones, etc., nombre que sugiere un ideal totalmente distinto de la realidad. Llamábamos hasta hace poco “divorcio” a una farsa inmoral de disolución del vínculo matrimonial, pero en la que todos estaban de acuerdo, “democracia” a una modalidad de convivencia política, llena, hasta hace muy poco, de enclaves autoritarios y en un pasado no muy lejano, “salmón” a un modesto jurel enlatado y etiquetado en plena falsedad (“jurel tipo salmón” fue la etiqueta de un producto muy común). Somos, como colectivo, campeones mundiales en esconder nuestros defectos y nuestros problemas debajo de la alfombra. La cuestión es que tan acomodaticio edificio se derrumba rápidamente cuando alguien, un individuo o un grupo, comienza a levantar la alfombra y deja en desnudo la realidad.

Este proceso, una verdadera catarsis colectiva, comenzó hace algunos años al amparo de la transición y de sus aires libertarios. Entonces, con horror descubrimos que, lejos de la sociedad más o menos perfecta que habíamos construido para el imaginario colectivo, Chile contiene una sociedad enferma, una sociedad profundamente desigual e injusta, machista, racista, clasista, xenófoba, violenta en la intimidad hogareña, sexualmente abusadora (de los menores en primerísimo lugar), retrógrada, autoritaria de siempre, temerosa de la innovación y así destinada inexorablemente a quedar en el andén de la historia, viendo pasar a toda velocidad el tren del progreso y de la modernización, …a menos que…seamos capaces de superarnos. Si lo anterior parece una letanía quejumbrosa, el consuelo está en mirar al vecindario latinoamericano .

Y parte de estas características culturales se reflejan palmariamente en la LOCGAR.

En Chile se muestra con nitidez una situación que también puede verse en otros países. Las políticas públicas, particularmente aquellas de carácter más estructural, no se originan por arte de magia ni por la casualidad lateral (lo que en inglés se denomina como serendipity, expresión tomada del cuento de hadas de Horace Walpole: The Three Princes of Serendip) ni por decisión unilateral de un parlamentario o de un alto funcionario del Ejecutivo; en general responden a una cierta racionalidad enmarcada en la función del Estado para hacerse cargo de demandas sociales, o en la de arbitrar conflictos de intereses o, finalmente en su capacidad endógena para diseñar formas autónomas de intervención, muchas veces producto weberiano de su propia tecnocracia, como ya fuera comentado. La política de desarrollo regional nace, bajo la forma de una proto política territorial, como consecuencia de desastres naturales, los terremotos de 1939 (Chillán) y 1960 (Valdivia). El primero de ellos generó las condiciones políticas para la creación de la Corporación de Fomento de la Producción, CORFO; el ente industrializador de Chile y que, dirigiendo su acción a la promoción de sectores energéticos, infraestructura, agrícolas, industriales, turísticos y de transportes, modificó profundamente la geografía económica del país; el segundo, introdujo la función de planificación regional moderna en el gobierno nacional.

Más tarde, en los años ochenta, años de poder omnímodo, el General Pinochet, solía decir: “La administración se descentraliza; el poder jamás”, una frase ominosa cuando se la decodifica adecuadamente. Pinochet no sólo verbalizaba su personal vocación autoritaria (si fuese sólo eso no se justificaría citarlo ahora); a través de ella expresaba en toda su dimensión la doctrina militar del poder, totalmente legítima en sí misma (no se ganan guerras si cada capitán o sargento es autónomo para tomar sus propias decisiones) e igual a su homóloga de la Iglesia Católica, por lo demás. Pero lo peor es concluir que Pinochet se hacía vocero de la cultura política y administrativa chilena, que predica exactamente lo mismo. Pruebas al canto.

Para comenzar hay que referirse nuevamente al Ministro Diego Portales, considerado el factótum de la consolidación del Estado chileno en la tercera década del Siglo XIX, quien decía, como es conocido, en una carta a su amigo y socio J. M. Cea: “Un gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual”. Obsérvese, un gobierno fuerte y centralizador...

El mismo Ministro escribe de su puño y letra el artículo de la Constitución de 1833 (reproducido idénticamente en todas las versiones posteriores) que define a los Intendentes (creación de la Corona en el Siglo XVIII) como agentes naturales e inmediatos del Presidente de la República. Así se va modelando el régimen político unitario, presidencialista al extremo, de Chile.

Como es de sobra conocido la Constitución de 1925 estableció la existencia de las Asambleas Provinciales, pero, como lo anota Luz Bulnes: “...la Constitución quedó en esta parte como una simple expresión programática, porque no se dictó la ley que viniera a establecer la organización de las Asambleas Provinciales...”

En 1927 el gobierno del General Carlos Ibáñez intentó llevar a cabo una descentralización administrativa con el propósito de reorganizar la división territorial atendiendo a características regionales y conformar unidades más vastas que permitiesen una mejor administración y el desarrollo de la cultura y el progreso.

La intención del proyecto era más que nada fiscal y no había una preocupación por el desarrollo de las fuerzas regionales de ningún tipo y, de acuerdo a Villalobos , bien se comprende que fuere así en un gobierno obsesionado por el autoritarismo, derivado después en dictadura.

Las acciones tomadas

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