Un Exterminador De Indigentes
rpc201219 de Junio de 2012
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UN EXTERMINADOR
DE INDIGENTES
(Autor: RAÚL PÉREZ CARRILLO).
La muerte del Rafles
Cuando Roberto Alejandre Hernández amaneció muerto y se supo bien quién era, muchos periodistas tapatíos lamentaron no haber sabido antes de su existencia. Para los vecinos de las calles Francisco de Ayza y Beatriz Hernández, al oriente de Guadalajara, el anciano de 87 años era ya parte de sus vidas. Hacía varios meses que llegara al barrio para pernoctar donde le era posible a su condición de vagabundo: cualquier rincón o espacio disponible de la calle.
Al principio, la gente lo miró con la indiferencia compasiva que suele despertar un hombre indefenso en el ocaso de los años. Poco a poco, y luego de enterarse de las fascinantes aventuras que en lejanas épocas y en distintas latitudes realizara el huésped que llegó para quedarse, el vecindario se encariñó con Roberto Alejandre, célebre ladrón a la alta escuela, maestro de la escapatoria y del disfraz, personaje de película, hombre de leyenda mejor conocido como El Rafles mexicano…
Y es que los méritos de Alejandre no fueron pocos. Por donde se le vea, no podrá ser comparado nunca con los delincuentes vulgares o con los criminales que campean en la nota roja sembrando el pánico y la muerte por doquier. Su estilo y sus métodos, caracterizados por la elegancia y la distinción, le granjearon el apodo de El ladrón de levita; su modus operandi, que la universidad del delito puede sin ambages calificar como limpio, le valió su merecida fama.
Los cuantiosos y espectaculares robos cometidos en los que no utilizó para nada un arma de fuego ni lesionó o mató a un ser humano, haciendo siempre gala de astucia en la eliminación de pistas, empleando con generosidad e imaginación los tantos y tantos recursos aprendidos desde su primera estancia en la prisión, fueron suficientes para que se le comparara con su antecesor, el singular y no menos legendario Rafles, protagonista que la radio cubana de los años 50 popularizara como El ladrón de las manos de seda, atrevido burlador de los polizontes de la Scotland Yard.
En los mejores momentos de su ejercicio profesional, Roberto Alejandre estuvo en la mira tanto de policías en nuestro país, como de los sabuesos de la Interpol, el FBI y la misma Scotland Yard. Por este solo hecho el discípulo mexicano rebasó con creces al mentor inglés, quien (en caso de haber existido) nunca llegó a ser un delincuente con trascendencia más allá de la patria de Lord Byron.
El objetivo de este trabajo impide la realización de la merecida biografía criminal de Alejandre Hernández, por lo que nos habremos de concretar a la mención de los datos que la prensa jalisciense consigna con motivo de su muerte.
El Rafles mexicano fue originario de Tequila, en el estado de Jalisco, donde nació el 9 de julio de 1901. Fue hijo de Mucio Alejandre y Modesta Hernández. La época precisa en que inicia sus actividades delictivas se desconoce. Según el propio ladrón lo relata, a muy temprana edad fue secuestrado por una banda de delincuentes que lo lleva consigo a los Estados Unidos. Es por eso que desde niño aprendió a robar.
Su primera detención fue realizada en la ciudad de México cuando cuenta con 19 años de edad. Es el año de 1920. Aunque Roberto ya ha cometido más de un robo de diversa monta, podemos afirmar que su carrera como delincuente se inicia en esas fechas, pues con motivo de la primera prisión en forma que padece, puede conocer a un prisionero alemán, con el que comparte celda y prolongadas charlas. Éste lo pone al tanto de los secretos de la escapatoria y recibe sus primeras lecciones sobre el arte del disfraz, aspectos que Alejandre pone en práctica y más tarde perfecciona.
El refinamiento delictivo, signo original que caracteriza al Rafles, tiene su punto de partida en aquellas épocas.
Alejandre, dueño de la sensibilidad y el talento necesarios para hacer de cada robo una obra de arte, no fue ajeno al aprendizaje y al sentir artístico. Fue un excelente fotógrafo, y en pintura logró realizar algunos óleos y no pocas acuarelas. En más de una ocasión tuvo el propósito de montar un taller para desempeñarse en el oficio de la cámara y el caballete, pero la fatalidad se lo impidió.
Luego de abandonar la prisión de las Islas Marías, donde permaneció por nueve años, El Rafles pensó en poner su negocito. Lo hubiera hecho, pero la mala suerte quiso que en un hotel de la ciudad de México donde se hallaba hospedado, dos policías lo extorsionaran, despojándolo de los ahorros acumulados en la prisión del Pacífico mexicano.
Como dijimos, en su momento El Rafles fue una pieza codiciada tanto para las policías de Francia e Inglaterra, como para las de los Estados Unidos y de México. En todas estas naciones protagoniza robos de elevada cuantía, cometidos con astucia y delicadeza.
Alejandre Hernández conoció las prisiones de Norteamérica y las mexicanas.
Un 15 de julio de 1945 fue detenido en el centro de Guadalajara. Lo delató su nerviosismo. Luego del interrogatorio queda en claro que es un ladrón, pues a más de toda una serie de herramientas y artefactos propios para abrir cerraduras, trae consigo alhajas y objetos robados; porta también moneda nacional y dólares en cantidades considerables. Una buena parte de las joyas encontradas en su portafolio las sustrae de la habitación número 9 del hotel Francés, donde se hospedaba María Conesa, la famosísima Gatita blanca.
El 19 de mayo de 1949, hábilmente disfrazado de mujer, El Rafles escapó del Penal de Oblatos por la puerta principal. Varias horas después de la fuga, los custodios notaron la ausencia del preso. Se supo que Ricardo Bernal, un niño de 11 años, le lleva la ropa hasta el interior de su celda. Tanto los celadores Santiago Rueda, José Luis Gutiérrez y Rufino Sandoval, como el menor, son sometidos a proceso acusados de complicidad. La peluca color castaño que utilizó en esta ocasión, junto con otros adminículos propios para la maniobra evasora, permanecieron dentro del portafolio que le fue encontrado a Roberto Alejandre en su lecho de muerte.
No fue esa la única fuga del Rafles. Años atrás, cuando El ladrón de levita era aún joven, logró escapar a la custodia de dos agentes en la ciudad de México. Con el pretexto de que ser la hora de la comida, convenció a los policías para acompañarlo a la casa de huéspedes Maeva, a disfrutar juntos un excelente platillo. El mayor argumento para ablandar la convicción de los guardianes es que El Rafles se había comprometido a pagar la cuenta. En la sobremesa, y con el pretexto de ir al baño, desapareció por la escalera de los incendios.
A pesar de que El Rafles contemplaba todos los detalles, ganando fama de sereno y previsor, dos detenciones evidencian sus debilidades. Una de ellas es el miedo (como dijimos antes, por mostrar su inquietud es aprehendido en la capital de Jalisco). La otra es la comida de las fondas y los puestos callejeros. Un día de 1968, vencido por la nostalgia de un buen plato con sabor casero, es atrapado en el mercado Libertad de Guadalajara. Después comentaría con tristeza: mi gran error fue haber ido a tomar un caldo de pescado a San Juan de Dios; si hubiera elegido un gran hotel, jamás me hubieran detenido.
Es justamente en los grandes hoteles de Guadalajara y del Distrito Federal donde Alejandre realizó la mayor parte de sus hazañas. La táctica consistía en hospedarse ostentándose como un gran señor; para obtener la llave maestra luego y desvalijar a cuanto huésped le era posible. Luego de los atracos, se daba a la fuga disfrazándose siempre de manera diferente. Con esto resultaba difícil que dos testigos coincidieran en la descripción de sus características.
Hacía años (no sabemos cuántos) que Roberto había abandonado sus prácticas delictivas, sus aventuras internacionales y sus escapatorias espectaculares. La forma en que vivió los últimos años de su existencia revela a las claras que fue un despilfarrador. Aunque su estado de miseria pudo deberse también a que no contó con lo que se llama “espíritu empresarial” o habilidades de inversionista. ¿O sería que El Rafles tenía “alma de poeta”, como dijera Juan José Arreola refiriéndose a lo inútil de su padre para los negocios? Quién lo sabe.
Aún cuando El Rafles robó sin ton ni son, evidenciando una destreza que se antoja envidiable, no permitió que alguna dama robara su corazón. Atrapado en distintas ocasiones, no tiene la suerte o la debilidad de caer en las rejas de la prisión matrimonial. No. Roberto Alejandre permanece soltero hasta el momento mismo de su muerte.
Según memorias de Alejandro Silva, un pariente suyo que fue director de El Chile —pasquín combativo, alburero y come-curas de los años 50—y nuestro personaje se hacen amigos en el Penal de Oblatos. Los modales finos de Alejandre, a la sazón propietario de un modesto negocio de comidas para los presos, despiertan la simpatía del intrépido periodista, quien decide protegerlo en el hostil ambiente de la cárcel. Silva recuerda los comentarios que, ya en libertad, su familiar le hiciera convencido: —El Rafles era homosexual.
Retirado de la actividad delictiva, y rodeado de una fama bien ganada pero inevitable, El Rafles desempeñó, entre otros trabajos, el de mesero en un restaurante de Chapala, así como el de cobrador para una mueblería de la calle 34 en el sector Libertad de Guadalajara.
Pocos años antes de caer en la indigencia, Alejandre Hernández fue un asiduo visitante del café San Remo, a unos pasos del mercado Corona, en la capital de Jalisco. Parte del anecdotario de ese lugar, y un plus de la bebida aromática servida en tasas
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