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Ética Del límite: La Compasión Del Ser Por El Ser

csandino19542 de Septiembre de 2011

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Ética del límite: la compasión del ser por el ser

Alejandro Fabre alejandro.fabre@upaep.mx

1. Introducción

2. La epistemología de la indefección

3. La epistemología del límite

4. La ética del límite: la compasión del ser por el ser

5. Despedida

6. Referencias

Introducción

Comprender al hombre como un ser limitado, indigente de ser, implica que su relación consigo mismo, con los demás y con su entorno se ha de dar, en forma tal, que sea respetuosa de sus propios límites.

El planteamiento ético en forma de pregunta sería: Si soy un ser limitado ¿Cómo debería comportarme ante mis propios límites, antes mis fallas y ante las de los demás que también son seres limitados? La aceptación o rechazo del ser del hombre (del límite) queda delineada entonces como un problema ético. En palabras de Jung, la aceptación de sí mismo es la esencia misma del problema moral.

Pero antes de iniciar propiamente con la ética del límite es necesario que establezcamos algunos conceptos sobre la formación de “modelos mentales” que son los que nos generan una perspectiva (epistemología), una forma de ver los sucesos y la vida. Esto es importante, ya que “nuestra perspectiva” favorece o bloquea la comprensión humana. En particular nos interesará delinear dos perspectivas. Una de ellas, a la que llamaremos epistemología de la indefección, es fundamentalmente de tipo racionalista y está inspirada en el concepto de perfección; y la otra, que llamaremos epistemología de la defectibilidad o del límite, con mayores recursos de inteligencia de tipo intuitiva y que está referida a la naturaleza limitada del hombre. Aunque ninguna de estas posiciones epistemológicas tiene la hegemonía absoluta sobre el sistema mental, si se le puede adjudicar a una u otra, cierta dominancia sobre la configuración de la realidad percibida.

Advirtamos que al hablar de epistemología, no se recurre al sentido que tiene dicho término en el ámbito de la filosofía tradicional, entendida como ciencia o teoría del conocimiento. No es éste el problema ni el sentido de epistemología que aquí interesa. En su acepción sociocultural hablar de epistemología equivale a referirse a “las premisas básicas que subyacen en la acción y en la cognición”. Se matiza no tanto la problemática de la fuente (razón o experiencia), naturaleza, método y validez, sino los supuestos, la premisa del conocimiento. La epistemología es también una especie de perspectiva, “la posición desde la que vemos”. Aquí la entendemos como “la manera de pensar como pensamos” o “la manera de percibir como percibimos”. En otras palabras, las visiones que tenemos del mundo, resultado de nuestras percepciones y reflexiones, tienen, por decirlo genéricamente, un previo punto de vista. Hay una correspondencia entre cómo una persona piensa y cómo una persona percibe y siente.

La percepción como tal depende a su vez de los presupuestos que tenemos en nuestro sistema mental. Dichos esquemas contienen la “pauta” de la forma en que percibimos lo que percibimos. Y en este nivel se puede establecer una relación entre la psicología (sistema mental) y la filosofía (epistemología) del conocimiento.

La actitud designa una pre-disposición de naturaleza cognitiva-emotiva a la conducta e inclina a reaccionar, positiva o negativamente, ante ciertos estímulos que encuentra el individuo fuera o que genera dentro de sí mismo.

¿De qué depende que la actitud ante ciertos estímulos sea de rechazo, devaluación o culpa, contra uno mismo, los demás o la vida en algunas personas; mientras que en otras existe una inclinación a la aceptación, la autoestima profunda y la compasión? ¿A qué tipo de planteamiento ético se responde en cada caso?

A continuación trataremos de dar respuesta a estos cuestionamientos

Como coordenadas de referencia, usaremos tres ejes. El primero de ellos alude a la visión del universo como predecible o caótico, el segundo tiene que ver con las valoraciones que realizamos en una escala de absoluto-relativo (visión de valor), y el tercero, dentro de la hominidad-humanidad (una visión de evolución de lo humano).

Dentro de la visión del universo, en nuestro eje predecible-caótico, podemos ubicar en uno de sus extremos la concepción básica de que el universo es predecible. La razón toma preeminencia e incluso llega a convertirse en el “único habitante” en la zona. Solamente lo repetible, experimentable y comprobable tiene sentido de realidad, es el reinado en solitario de la ciencia; la simplificación extrema de los ambientes del laboratorio. Orden y estructura tiene su asiento real; es el espacio adecuado para las leyes y para los “gases ideales”, los principios y el deber. En el otro extremo del continuo, el universo que conocemos es más bien el resultado temporal de infinitas colisiones. Es el “orden del caos”, es la existencia real con sus imponderables, el principio de incertidumbre, la evolución, el cambio, la sobrevivencia. La intuición y la flexibilidad son necesarias para subsistir ahí. La luna, no es sólo la romántica acompañante de nuestro espacio cercano que muestra ciclos y órbita de precisión cronográfica, es también el probable resultado de un choque meteórico. En esta zona el azar obliga “solamente” a la aproximación probabilística. El error estadístico no sólo es útil sino imprescindible. La entropía, energía de desorden, nos recuerda con contundencia existencial, que la casa se caerá y la taza se romperá, siempre en esa dirección.

Sobre el vector de escala colocamos el valor que subjetivamente otorgamos a diversos conceptos. El continuo relativo-absoluto nos facilitará reconocer que otorgamos a muchas cosas un precio que realmente no tienen. Por cada valor “cien” hay noventa y nueve “menos que cien” y en ocasiones nuestros supuestos frecuentemente invierten esta relación. En palabras de Viktor Frankl, “las respuestas definitivas existen en una dimensión fuera de nuestro alcance y debemos contentarnos con encontrar las respuestas de la situación inmediata”, con todas nuestras limitantes.

El eje de “visión del humanidad” nos permite acomodar desde los aspectos más biológicos de nuestra evolución como “homínidos” hasta lo más específicamente humano. Integrar desde el “homo erectus” hasta el “sapiens-sapiens” con el “homo-humanus”; la forma de humanizarnos o de deshumanizarnos, la facticidad y existencia de la que Frankl ha hablado, no solamente referido al sentido de la vida, sino para este caso particular, a la actitud y la ética subyacente con la que asumimos nuestro ser. Diferenciar la conducta del hombre, de la conducta “humana”.

La epistemología de la indefección

A partir de la experiencia clínica, podemos afirmar que la problemática de la actitud perfeccionista va incluso más allá del solo rechazo de la persona (de ella misma o del otro), el rechazo alcanza a la “realidad”. La sensación de inadecuación que vive le despierta una exigencia de estructuración, no sólo de los acontecimientos, hechos, cosas y personas, ya que en su mundo interior sólo hay cabida para “una” realidad, la impecable, la que él supone; sino que apunta, en verdad, a una estructuración o reparación ontológica de lo real. El objetivo de sus esfuerzos compulsivos de estructuración es lo humano que encuentra en él, pero no para lograr un crecimiento y mejora (compasiva) de su realidad, sino con un rechazo ontológico, en el que subyace, alguna forma de soberbia. No sólo es una intención y una respuesta (para los creyentes), a la petición divina del amor completo, de no elegir concientemente el mal, sino más bien es una elección que pretende y exige perfecta acción, potencia y sabiduría “humana”, rechazando su humanidad porque para él lo humano es una forma “insuficiente” de ser.

Aplicando nuestros ejes de referencia encontramos que la única visión del mundo que cabe es la predecible, la que busca y explica la razón. La ciencia exacta, el mundo de leyes en que la existencia admite una estructura. El proceso es controlable a través de seguir normas y pautas de orden. Los “debería y los “no debería”, aplicados a uno o a los demás, llenan todo el espacio de la forma de actuar, y no como elecciones o preferencias, sino en rechazo de realidades y seres.

Dado que los errores y las fallas amenazan el mantenimiento de una existencia predecible, se pretende excluirlos del actuar humano. Son absolutamente rechazados. El concepto de humanidad entendida como realidad defectible es tan rechazado que no se toman en cuenta “previsiones” para el plan de vida.

La visión de humanidad tiende a ser excluyente de todo aquello que la razón (sapiens-sapiens-sapiens), que ya antes invento “la solución” de la perfección, “no considere” que satisface al estándar perfeccionista. Se incomoda con la existencia, con la realidad y su inseparable característica de “perfectible” (anómala, incierta, fallida). Le sugiere al sistema mental conducirse sin compasión, sin perdón, con dureza, con exigencia, con intolerancia. Vive fascinado (y engañado) tratando de crear seguridad.

La perfectibilidad se permuta en perfeccionabilidad, en necesidad compulsiva de dar perfección a lo imperfecto. Lo que propone la epistemología de la indefectibilidad es metafórico: entrelazar la realidad deficiente con su acabamiento, es decir, con una modalidad de ser lógica, y por ende “verdadera”, pero meramente irreal. Así una manchita negra en la ropa demandará corrección so pena de sentirse inadecuado. Puede llevarnos a pensar que estamos desaliñados, a

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