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Análisis De La Cautiva


Enviado por   •  24 de Octubre de 2013  •  1.999 Palabras (8 Páginas)  •  435 Visitas

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“La Cautiva” y el paisaje nacional

La primera parte de “La Cautiva” se denomina El Desierto. Todo el primer capitulo, entonces, tiene

un énfasis topográfico. Pero el desierto no se queda ahí, no aparece como una instancia

introductoria donde se desarrollará una historia, sino que sobrevuela toda la lectura de la obra, y

aparece como un elemento fuerte de creación de sentidos. Para Sarlo-Altamirano “la llanura es

una necesidad estética; se trata del espacio más romántico que propone el Río de la Plata.” Este

espacio, por lo tanto, se vincula íntimamente con el personaje romántico (el personaje literario y

el poeta entendido como un personaje construido). Encontramos al leer la obra toda una

adjetivación de este espacio vacío que corresponde a las características del héroe romántico. El

desierto inconmensurable se extiende “triste, solitario y taciturno”. Los personajes se mueven a

través del “triste aspecto de la grandiosa llanura”. El desierto es “vasto, profundo como el páramo

del mundo misterioso”. La llanura es “lóbrega”, y está “abrumada de tristeza, abandono y

soledad”. “Y la llanura María/”, le dice Brian,” /¿no ves cuan triste y sombría?/ ¿Dónde vamos? A

la muerte.” La llanura pampeana es el mejor lugar donde el héroe romántico puede fundirse y

perderse para siempre. Un espacio externo que porta las mismas características que su propio

espíritu. El héroe romántico, solo en medio de la llanura, es como un cuadrado blanco sobre fondo

blanco.

La llanura aparece como el lugar donde el mal del siglo (ese mal que Echeverría trae en la sangre

desde Europa) se hace presente en todas sus formas. El héroe romántico, entiéndase el poeta

(léase Echeverría), es apasionado y melancólico y el mal que sufre tiene sus propios síntomas que

traducidos se convierten en signos: la perdida de las ilusiones, las fantasías de muerte y de huida

del mundo, la enfermedad física y la ansiedad espiritual. Monteleone encuentra que este espacio

“diferente” condice con la proyección del vacío espiritual, pero es otra la idea que quiero retomar

de Monteleone. Más adelante refiriéndose a esta espacialidad poética encuentra que “remite a

una interioridad visionaria y onírica que proyecta la fantasía en un espacio natural donde lo

verdaderamente importante está en otra parte” (el énfasis es mío). Se habla, entonces, de una

carencia, en cuanto lo que importa está pero en otra parte. Se trata de la “insatisfacción” que

encuentran Sarlo-Altamirano en su trabajo, de la “desposesión” del héroe romántico. Se trata, al

fin de cuentas, de esa carencia que está en el origen de la melancolía moderna; de ese “lo que

falta existe, puesto que nos falta” de Jouffroy. Se trata de un espacio que carece de puntos de

referencia, un lugar en donde no hay de dónde agarrarse. Uno, entonces, se siente perdido porque

lo que puede guiar la mirada no está; no hay signos de fácil lectura que ubiquen al sujeto en el

espacio. Es la llanura entera una carencia. Esa es la única significación posible a semejante

significante, pero no sirve para plantar los pies sobre la tierra; en todo caso el espacio se define

con el poder axiológico de una afirmación: las cosas faltan. “Gira en vano, reconcentra”, nos dice

Echeverría en su poema, “su inmensidad, y no encuentra/ la vista, en su vivo anhelo,/ do fijar su fugaz vuelo,/ como un pájaro en el mar”. Anderman, en cambio, va a buscar en la elección del

paisaje la importancia a la hora de crear un imaginario nacional. La territoriedad nacional, nos va a

decir, es un artefacto producido en el discurso. Tratará de indagar “la construcción en lenguaje de

un espacio nacional”. El desierto como un vacío que se funda, no que se llena. Se trata de un

discurso topográfico que avanza “sobre un desierto despojado de huellas culturales”. “En el primer

instante”, nos dice Anderman, “se busca inscribir una letra portadora de un discurso civilizador y

universalista en un espacio concebido como desértico y vacío”. Y en estas palabras está la

generación del 37, idea que atraviesa los discursos del Salón Literario. Fundar antes de cualquier

tipo de expresión. Hacer lógica la paradoja romántica. Cómo expresar aquello que todavía no ha

sido fundado. Y entonces aparece el discurso como una fuerza fundadora. Lo que se nombra

existe, puesto que se nombra. “La letra circunscribe un espacio y funda un territorio” nos dice

Anderman. “Construir a partir de cero una cultura, romper con la tradición colonial y fundar en el

desierto” nos dirá Sarlo-Altamirano. Es una forma, entonces, de rechazar la posibilidad de un

arraigo genealógico. La revalorización de tierras americanas (con lo que eso implica) por sobre

cualquier tipo de imaginario español. Y aquí está, nuevamente, la generación del 37. Y entonces en

definitiva el desierto es también vacío de escritura, ausencia de textualidad. Decía

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