Como Llegar A Ser Un Triunfador
bonojoso20 de Noviembre de 2011
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EL MÉTODO
Transcrito por Mystic, rigodon, SirQuinto y N3M3 del foro “elmetodo.es”, y
maquetado de la forma más fiel posible al libro original.
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Neil Strauss
EL MÉTODO
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ÍNDICE
Paso 1: Elige el objetivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Os presento a Mystery . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Os presento a Style . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
Paso 2: Aproxímate y aborda al objetivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Paso 3: Demuestra tu valía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
Paso 4: Deshazte de los obstáculos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
Paso 5: Aísla al objetivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
Paso 6: Crea un lazo afectivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 247
Paso 7: Crea tu propio lugar de seducción . . . . . . . . . . . . . . . . . 293
Paso 8: Haz que ellas vengan a ti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 317
Paso 9: Crea una conexión física . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 379
Paso 10: Acaba con la resistencia de última hora . . . . . . . . . . . . 409
Paso 11: Define las expectativas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 455
Glosario de términos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 515
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 529
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Dedicado a las miles de personas con las que he hablado en bares,
discotecas, centros comerciales, aeropuertos, supermercados,
metros y ascensores durante los dos últimos años.
Si lees esto quiero que sepas que en tu caso no usé
ninguna técnica. Contigo fui sincero. De verdad,
lo nuestro fue diferente.
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No pude convertirme en nada: ni en bueno ni en malo, ni en un sinvergüenza ni en un
hombre honesto, ni en héroe ni en insecto. Y ahora estoy alargando mis días en mi
esquina, torturándome con el amargo e inútil consuelo de que un hombre inteligente
no puede convertirse seriamente en nada; de que tan sólo un idiota puede convertirse
en algo.
Fiodor Dostoievski,
Memorias del subsuelo
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Paso 1: Elige el objetivo
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Los hombres no eran realmente el enemigo; ellos también eran víctimas que sufrían
las consecuencias de una anticuada mística masculina que los hacía sentirse inútiles
cuando no había algún oso al que matar.
BETTY FRIEDAN,
La mística de la feminidad
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OS PRESENTO A MYSTERY (1)
La casa estaba hecha un desastre.
Las puertas estaban arrancadas de sus goznes, destrozadas; las paredes, llenas
de golpes, golpes dados con el puño, con un teléfono, con un florero. Temiendo por
su vida, Herbal se había refugiado en la habitación de un hotel, y Mystery lloraba
tumbado sobre la moqueta del salón; llevaba dos días llorando sin parar.
Las lágrimas pueden entenderse. Pero las de Mystery habían llegado más allá
de lo comprensible. Mystery había perdido el control. Llevaba una semana oscilando
entre períodos de ira y violencia y episodios de llanto espasmódico. Ahora,
amenazaba con quitarse la vida.
Vivíamos cinco en la casa: Herbal, Mystery, Papa, Playboy, y yo. Venían
hombres de todos los rincones de la tierra para estrecharnos la mano, para hacerse
fotos con nosotros, para aprender de nosotros, para intentar convertirse en nosotros. A
mí me llamaban Style (2); me lo había ganado.
Nunca usábamos nuestros verdaderos nombres; tan sólo nuestros apodos.
Incluso nuestra mansión tenía un apodo. Se llamaba Proyecto Hollywood. Y el
Proyecto Hollywood estaba hecho una ruina.
Los sofás y los cojines descoloridos que cubrían el suelo del salón olían a
sudor y a los fluidos corporales de numerosos hombres y mujeres. La moqueta blanca
se había tornado gris bajo el constante ir y venir de las perfumadas jóvenes que todas
las noches eran pastoreadas desde Sunset Boulevard. En el jacuzzi flotaban
tristemente docenas de colillas y condones usa-
(1) Mystery significa «Misterio». (N. del t.)
(2) Style significa «Estilo». (N. del t.)
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dos. Y, durante los últimos dos días, los arranques de violencia de Mystery habían
dejado el resto de la casa prácticamente en ruinas. Mystery medía más de un metro
noventa y estaba histérico.
—No puedo explicar cómo me siento —consiguió decir entre sollozos. Le
temblaba todo el cuerpo—. No sé lo que voy a hacer; pero no va a ser nada bueno.
Levantó un brazo y dio un puñetazo a la sucia tapicería roja del sofá. Su
abatimiento se tornó en un grito, invadiendo la habitación con el lamento de un
hombre adulto que se ha despojado de todo aquello que lo diferencia de los animales.
Llevaba puesta una bata de seda dorada demasiado pequeña que dejaba al
descubierto sus rodillas cubiertas de heridas. El cinturón de seda apenas era lo
suficientemente largo para anudarlo alrededor de su cintura y ambos lados de la bata
estaban separados por al menos quince centímetros de piel, revelando un pecho
pálido e imberbe y, debajo de éste, unos holgados calzoncillos grises Calvin Klein.
La otra prenda que cubría su tembloroso cuerpo era el gorro de lana que le apretaba el
cráneo.
Era el mes de junio y estábamos en Los Ángeles.
—La vida es absurda —volvió a hablar Mystery—. Absurda. No tiene sentido.
Se volvió hacia mí y me miró con los ojos húmedos y enrojecidos.
—Es como jugar al tres en raya. No hay manera de ganar, así que lo mejor que
puedes hacer es no jugar.
No había nadie más en la casa, por lo que tendría que ser yo quien resolviera el
problema. Debería sedarlo ahora, antes de que la ira volviera a invadirlo. Con cada
nuevo ataque, la situación empeoraba, y yo tenía miedo de que esta vez Mystery
llegara a hacer algo que no pudiera subsanarse después.
No podía permitir que Mystery muriera durante mi guardia. Mystery era más
que un amigo; era mi mentor: Había cambiado mi vida, igual que había cambiado la
de tantos otros como yo. Tenía que conseguirle Valium, Xanax o Vicodin; lo que
fuese. Cogí mi agenda y pasé rápidamente las hojas, buscando a alguien que pudiera
proporcionarme esas pastillas: tipos que tocaran en grupos de rock, mujeres que
acabaran de someterse a una operación de cirugía plástica, antiguos niños prodigio
del cine... Pero no había nadie en casa y, si había alguien, o no tenía drogas o decía
no tenerlas para no compartirlas.
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Sólo me quedaba una persona a quien llamar: la mujer que había originado la
espiral descendente en la que se encontraba ahora Mystery. Una mujer como ella sin
duda tendría alguna pastilla.
Diez minutos después, Katya, una chica rusa de poca estatura y pelo rubio que
tenía la voz de un pitufo y la energía de un cachorro de perro pomeranian, estaba en
la puerta de casa con gesto de preocupación y un Xanax en la mano.
—Es mejor que no entres —le advertí—. Lo más probable es que te estrangule.
Y no es que Katia no lo mereciera; o al menos eso pensaba yo entonces.
Le di a Mystery la pastilla y un vaso de agua y esperé hasta que sus sollozos se
convirtieron en moqueos. Después lo ayudé a ponerse unas botas negras, unos
pantalones vaqueros y una camiseta gris.
—Vamos —le dije—. Necesitas ayuda.
Lo llevé hasta mi viejo Corvette oxidado y lo encajé en el diminuto asiento
delantero. De vez en cuando, un estremecimiento hacía que su rostro se contrajera o
una lágrima caía de uno de sus ojos. Yo rogaba por que permaneciera lo
suficientemente tranquilo como para permitirme ayudarlo.
—Quiero Aprender artes marciales —dijo dócilmente—. Así, cuando quiera
matar a alguien, no me sentiré tan impotente.
Yo aceleré.
Íbamos al Centro de Salud Mental de Hollywood, en Vine Street. Era un feo
edificio de hormigón rodeado día y noche por indigentes, travestis y otros desechos
humanos que montaban sus campamentos allí donde pudieran encontrarse servicios
sociales gratuitos.
Y Mystery era uno de ellos. Lo único que lo diferenciaba de los demás era que
él tenía carisma y talento, y eso atraía a las personas. Mystery nunca se quedaría solo,
a no ser que quisiera estarlo. Él poseía dos características que yo había encontrado en
prácticamente todas las estrellas de rock a las que había entrevistado; un brillo
demente y persuasivo en la mirada y la más absoluta incapacidad para hacer cualquier
cosa por sí mismo.
Entramos en el vestíbulo, lo inscribí y esperamos. Mystery se sentó en una silla
barata de plástico negro, con la mirada clavada en el azul institucional de las paredes.
Pasó una hora. Mystery empezaba a impacientarse.
Pasaron dos horas. Comenzaron las lágrimas.
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Pasaron cuatro horas. Mystery
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