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Derechos de los animales

Fedee LópezEnsayo12 de Septiembre de 2020

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Agonía natural

Durante mucho tiempo los animales han sido considerados “cosas”, parte del patrimonio de un ser humano, considerados seres vivos sin sentimientos, sin alma y que no sienten dolor, pero ¿qué son los animales[a]? Animal, según el diccionario enciclopédico dos editores (2015), es: “Ser orgánico que vive, siente y se mueve por propio impulso”; como nos podemos dar cuenta a partir del concepto, los animales tienen movimiento propio por lo cual sabemos que se dirigen y hacen lo que ellos quieren y también que tienen sensibilidad por eso es importante otorgarles un bienestar para no infringirles dolor o abandonarlos.  Los animales a lo largo de la historia no han sido merecedores de derechos ya sea porque se encuentran dentro de la naturaleza, para otros porque no cuentan con alma o simplemente porque se considera que no sienten. Cuando una sociedad evoluciona y va siendo consciente de que no vive sola en el mundo, de que tiene que respetar los derechos de los demás, aprender a respetar a la naturaleza, medio ambiente, flora y fauna es ahí donde se crean los derechos de estos seres vivos capaces de sentir, por lo que es muy bueno que estos tengan derecho a una vida y  un trato digno, así de esta manera también se pueda  lograr un equilibrio del ser humano con la naturaleza que lo rodea.

Debido a la variedades de posturas sobre este tema, ¿no seria bueno primero preguntrarse, qué es lo bueno y qué es lo malo? En esto entra la relación ciencia-ética, donde según Susan Aldridge[b] en el libro New Scientist. Inside Sciencie N°14 (1998) “La ética es el estudio de los valores morales en la conducta humana y de las reglas y principios para gobernarla. A menudo conocida como filosofía moral, busca diferenciar entre lo bueno y lo malo, y la forma de implementar las reglas. La complicada pregunta de como definir lo bueno y malo, está solo en el corazón de quien toma la decisión. El filosofó griego Platón, decía que es la pregunta más dificil de contestar en la vida real. ¿Qué es bueno[c]? Es dificil saberlo y los expertos no siempre están de acuerdo”.  Siguiendo ligado a esto, se generó un movimiento llamado animalismo, cuya filosofía se basa en una sencilla premisa: si un ser puede sentir miedo, felicidad o tristeza, no existe justificación alguna para negarse a considerar esos sentimientos, aunque no puedan expresados de forma verbal o escrita. Ciertamente, los animales no expresan códigos y carecen de un lenguaje elaborado para verbalizar su sufrimiento y reclamar trato justo; pero ellos y nosotros compartimos un sistema nervioso que interpreta de forma similar dolor y placer. Si los animales humanos nos consideramos agentes morales y tenemos en cuenta que los animales no pueden defenderse por sí mismos, es nuestro el deber de asumir la responsabilidad de protegerlos.

La exigencia de reconocimiento del respeto hacia los animales se hace necesaria ante la experiencia real de depredación y destrucción que sufren tanto los animales como el medio natural, son tiempos de crisis económica, política, social y ecológica. Una crisis de modelo que se resiste a cambiar a pesar de todas las alarmas y contra todos los razonamientos y respuestas alternativas. En los últimos[d] cincuenta años, los seres humanos han alterado el planeta más que todas las generaciones anteriores, ya que se encuentran seriamente amenazados una cuarta parte de los mamíferos, un tercio de todos los peces y anfibios. El ritmo de extinciones es mil veces superior al natural.

El animal humano ha roto los eslabones de la cadena biológica, olvidando que cada especie tiene su lugar y todas son necesarias para mantener el equilibrio. En el pasado esta armonía existió: por ejemplo los granjeros eran los guardianes del campo. Los mismos que actualmente se han convertido en los industriales de la Tierra. Tres millones de granjeros podrían producir alimento para dos mil millones de personas. La mayoría de sus cosechas, sin embargo, va destinada a biocombustibles y alimento para el ganado. El cuarenta por[e] ciento de la cosecha mundial de cereales se destina a la ganadería y la tercera parte de las capturas pesqueras, a alimentar al ganado de los países desarrollados. La capacidad de recuperación de mares y océanos sin embargo no es ilimitada y la creciente presión humana sobre los ecosistemas marinos ha provocado la destrucción de hábitats irrecuperables y el colapso de innumerables especies. En el siglo[f] XX se creyó que la naturaleza podía ser explotada indefinidamente, sin que nadie se diera cuenta de que ya estaba gritando desde la agonía. No podemos continuar ignorando su llamada de auxilio. Seguimos un paradigma inadecuado donde el crimen natural se ha convertido en mercancía comercial y monetaria, aunque los rendimientos sean de forma inevitable decrecientes. En nuestras manos, y en este momento, está la posibilidad de cambiar la situación actual, si se quiere conseguir un mundo justo para los animales, la participación política constituye el instrumento privilegiado en un estado de derecho, un compromiso que plantee una globalización cuya base sea lograr la inclusión del “otro”, ya sean animales humanos o no humanos.

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