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EDUCACION, POBREZA Y DESIGUALDAD

PICHIPICHITO23 de Noviembre de 2012

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Educación de calidad para todos, una cuestión ética América Latina es la región más inequitativa del mundo, en ella persisten la pobreza y la desigualdad distributiva que han dificultado la constitución de sociedades más integradas. La desigualdad de oportunidades educativas, en función del nivel socioeconómico de los estudiantes, es una de las más agudas en la región, de lo que se deduce que la educación no está siendo capaz de romper el círculo vicioso de la pobreza y de la desigualdad social.

La pobreza es una de las manifestaciones más importantes de la desigualdad y ésta no se ha reducido pese a los esfuerzos realizados por los países de la región. Según datos de la CEPAL, el proceso de superación de la pobreza se encuentra estancado desde 1997. Entre los años 1999 y 2002 la tasa de pobreza sólo disminuyó 0,4 puntos porcentuales, pasando de 43,8% a 43,4%, mientras que la extrema pobreza creció en 0,3 puntos porcentuales, abarcando al 18,8% de la población regional.

La desigualdad entre las zonas rurales y urbanas es también preocupante, especialmente porque en la zona rural confluyen otros factores de vulnerabilidad, como la pobreza y la mayor concentración de poblaciones originarias. Esta población, por otra parte, suele asentarse en las zonas marginales y de mayor pobreza de las grandes ciudades, por lo que en la zona urbana también hay una grave situación de desigualdad.

La situación de pobreza está además estrechamente vinculada a colectivos que sufren otros tipos de discriminación, situándoles en una situación de extrema vulnerabilidad y desigualdad. «Los pueblos indígenas, los afrodescendientes, los migrantes y otras víctimas de la discriminación tienen indicadores económicos y sociales inferiores al promedio de la población, en particular de educación, empleo, salud, vivienda, índice de mortalidad infantil y esperanza de vida.

No se puede negar que en las últimas décadas ha habido un importante avance en el reconocimiento de los derechos sociales básicos, expresados en la Declaración de los Derechos Humanos y adoptados en las constituciones de la mayoría de los países. Sin embargo, todavía queda un largo camino por recorrer para que éstos, realmente, sean efectivos en la práctica y se asuman con sentido de solidaridad.

El derecho a la educación todavía no es efectivo para toda la población en los países de América Latina. Todavía hay muchos niños y niñas que experimentan barreras para su pleno aprendizaje y participación; ya sea porque están excluidos de la educación o porque reciben una de menor calidad que redunda en inferiores resultados de aprendizaje.

La equidad en educación significa hacer efectivos, entre otros, los derechos a la igualdad de oportunidades, a la no discriminación y a la participación. En la convención de los Derechos del Niño se señala, explícitamente, que el derecho a la educación ha de estar eximido de cualquier tipo de discriminación y ha de estar inspirado en la igualdad de oportunidades.

La igualdad de oportunidades en educación implica no sólo igualdad en el acceso, sino y sobre todo, igualdad en la calidad de la educación que se brinda y en los logros de aprendizaje que alcanzan los alumnos en los ámbitos cognitivo, afectivo y social.

Claramente, la igualdad de acceso no es suficiente para garantizar la equidad si no se proporcionan programas de similar calidad, a todos los niños y niñas, permitiéndoles lograr aprendizajes semejantes, sea cual fuere su condición social, cultural e individual. Para ello, los gobiernos y sistemas educativos han de proveer los recursos humanos, materiales y financieros necesarios para que todos los alumnos cuenten con las oportunidades y ayudas necesarias que faciliten su pleno aprendizaje y participación. El derecho a la participación

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