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EL CUERPO Y LA CREACION ARTISTICA

lorenmoreno11Documentos de Investigación7 de Octubre de 2015

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EL CUERPO Y LA CREACION ARTISTICA

Dicen que cuando Zenón de Elea exponía en Atenas sus aporías de la flecha y de Aquiles y la tortuga, y demostraba de una manera irrefutable que el movimiento es imposible, Diógenes el cínico se paseaba al fondo del auditorio, de u n lado a otro, sin decir palabra. No había manera más elocuente de refutar las teorías del otro. Esa instantánea que nos ha dejado Diógenes Laercio de los debates irrecuperables de la Grecia clásica tiene un valor singular para nosotros, porque tenemos la tendencia a pensar que casi en todo tiempo, en Occidente, el discurso valió más que los hechos. Diógenes Laercio ha salvado ese momento en que un filósofo utilizó la realidad física como argumento, contra la lógica invencible del lenguaje. Como se sabe, nadie ha sido capaz de Refutar verbalmente las aporías de Zenón: dilata- das escuelas filosóficas ha n intentad o e n van o hacer que Aquiles gane la carrera contra la tortuga, y dos mil quinientos años después la tortuga sigue adelante por una fracción infinitesimal. Por el mismo tiempo, se presentó también para los griegos el problema del nudo gordiano. Le contaron a Alejandro de Macedonia que para poder conquistar el Asia tenía que deshacer aquel célebre nudo, y cuando Alejandro se presentó a intentar resolver el enredo, comprendió que era imposible. Ninguna destreza, ninguna paciencia le permitiría desatar- lo. Per o Alejandro era Alejandro, suprema encarnación de la voluntad, y cuando vi o que s u industria n o podía resolver el enigma seguramente se dijo, "si n o no será nadie", y sacando su espada destrozó el nudo con el filo. Había algo de oráculo e n aquel asunto: el conquistador del Asia no sería el que se ciñera al reglamento sin o quien fuera capa z de pasar por encima de él, y todos sabemos que Alejandro se apoderó del Asia precisamente porque tenía ese carácter. Hubo u n día e n que aquellas dos encarnaciones de la elocuencia de los actos, Diógenes y Alejandro se encontraron. Alejandro había acumulad o todo el poder, las riquezas y los honores, y oyó hablar del hombre que había renunciad o a todas las cosas, abandonando la comodidad de s u cas a para irse a vivir a u n tonel, que no usaba ropas, que vivía de los alimentos con que los ciudadanos le pagaban su oficio filosófico, que pedí a monedas a las estatuas de Atenas para acostumbrarse a n o recibir, y que rompió contra u n muro el pequeño cuenco de barró e n el que bebía agua de las fuentes públicas cuando vi o un niño que bebía e n el propi o cuenco de la mano. "Ese niño me enseña que aún me sobra algo" exclamó. De paso por Corinto, Alejandro expresó el deseo de conocer a Diógenes. L o llevaron hasta el tonel donde el filósofo vivía, y la humanidad n o ha olvidado que cuando aquellos dos seres tan distintos se encontraron, la gran sombra ecuestre de Alejandro cayó sobre el filósofo que estaba apaciblemente tendido e n la tierra y le dijo: "Pídeme lo que quieras, Diógenes, y te lo daré". La respuesta del mendigo al re y n o podrí a ser más poderosa: "Que n o me quites el sol". Es posible que Diógenes haya sido uno de los ejemplos que contribuyeron a formar el ideal de pobreza que Cristo predicó en el mundo griego y a partir del cual se formó el pensamiento cristiano. Pero buena muestra de lo que pasa e n nuestro mundo es que el cristianismo asumió la prédica de la pobreza en la teoría, y n o dejó de acumular riquezas e n la práctica, hasta el punto de que el mayor templo de la cristiandad, la basílica de San Pedro, en Roma , es u n palacio que sólo habla del fasto de los príncipes italianos y no insinúa siquiera la pretendida humildad de obispos y pontífices. U n discípulo de Cristo, Francisco de Asís, optó primero por la desnudez y después por la pobreza to - tal, para responder, sin palabras, al fasto de los obispos romanos. También dicen que u n día, cuando Miguel Angel estaba pintando la Capilla Sixtina, el papa Julio II quiso ver las figuras con que el artista estaba cubriendo la capilla, y de pronto exclamó sorprendido: "Pero, ¡están desnudos!". Migue l Ángel respondió, mirando los trajes lujosos del papa: "¿Qué quiere usted? Son gente humilde". Siglos después, Hólderlin escribió u n poema sobre uno de los muchos discípulos de Alejandro, Napoleón Bonaparte. Dice en el poema que los poetas son ánforas sagradas que guardan el vino de la vida, las almas de los héroes, pero que el alma impetuosa de aquel joven está hecha para romper el cántaro que quiera contenerla. Añade que a hombres como este, el poema no debe tocarlos, que en asuntos tales el maestro es tan solo un aprendiz. Y termina diciendo que Bonaparte no está hecho para vivir y perdurar en el poema, sino que vive perdura en el mundo. En todos estos ejemplos advierto una suerte de contrapunto, ya que no, de discordia, entre la realidad y el lenguaje, una tendencia a responder a los desafíos del lenguaje con hechos más que con palabras. El lenguaje es muy poderoso, y cada vez juega u n papel más importante en la vida y en la educación. H o y el mundo se ha vuelto como los mapas: se ha llenado de palabras, y esas palabras no siempre sirven para aclarar la realidad, a menudo se las utiliza más para confundir y para engañar. Sobre cada hecho de la realidad, el periodismo, la publicidad, la política, tienden hoy un tejido de palabras que altera, enmascara o modifica lo que vemos. Las palabras son uno de los grandes hallazgos y de los grandes recursos de la civilización, pero hay que apresurarse a decir que también son a menudo peligrosos instrumentos de la barbarie, de la manipulación y del caos. Y en el campo de la pedagogía está claro que no siempre lo que se nos en- seña hace de nosotros seres mejores, que una de las muchas tareas de la educación debería ser desarrollar la sospecha frente a las manipulaciones del lenguaje, frente a los peligros del texto, y que es necesario recordar que somos algo más que palabras, algo más que teorías, algo más que pensamiento y razón La humanidad ha recurrido durante milenios no sólo al saber positivo sino también a su saber intuitivo. N o hace mucho unos científicos descubrieron que el oxígeno es el gran favorecedor de los procesos de germinación de las semillas, y que por eso es fundamental remover la tierra a la hora de la siembra. Eso que ahora sabemos racionalmente, los cultivadores lo supieron desde hace milenios y es la principal explicación de la invención del arado. La observación les enseñó hace mucho que germinaban más pronto y mejor las semillas en tierras removidas que en tierras quietas, y ellos optaron por arar la tierra aunque no supieran la explicación racional. Por eso son tan importantes los saberes de la tradición, los rituales y las ceremonias. Aunque parezcan a veces irracionales, lo más probable es que con- tengan secretos nacidos de la observación, la percepción y la intuición, que no han alcanzado la claridad del razonamiento. Nietzsche escribió que toda costumbre, aún la más absurda o caprichosa, como la costumbre de ciertos pueblos de no remo- ver con u n cuchillo el hielo de las botas, o como la costumbre de los japoneses de que no se pueden pinchar los alimentos con los palillos, sino sólo tomarlos con ellos, que cualquier costumbre, repito, es preferible a la falta de costumbres. Esto también significa que hay cosas que no sabemos con la razón pero que mu y a menudo sabemos con el cuerpo. Las personas que conducen autos desde una edad temprana tienen u n sistema de reflejos que no tienen las personas que aprenden tardíamente. Es u n saber que por cierto no es racional. Hay u n saber sentarse, hay u n saber caminar, hay un saber bailar, del mismo modo que hay un saber comer, u n saber cantar, u n arte de la memoria, del ritmo, un arte del conocimiento de los otros seres humanos que no sabríamos trasmitir de manera académica . Acaso esto nos lleve a comprender que las cosas que se pueden enseñar no son muchas, y que aún allí donde la enseñanza es posible, el grado de aprovechamiento de lo que se recibe depende mucho de los talentos naturales de quien aprende. La educación debería olvidarse u n poco de su caudal de conocimientos listos para ser trasmitidos, y detenerse más en los talentos que vienen ya incorporados en los seres que llegan a la escuela, porque es de allí de donde saldrán finalmente los grandes creadores. Hay unos versos del Paracelso de Robert Browning que expresan de manera enfática y si se quiere extrema esa verdad que suele olvidarse:

‘’La verdad está dentro, no nace de algo externo, hay en todos nosotros un recóndito centro Donde íntima y plena la verdad nos habita. Saber consiste más en abrirse un camino Por donde pueda huir nuestra luz prisionera, Que en abrir una puerta para los resplandores Que imaginamos fuera’’.

N o es que no podamos aprender: es que hay cosas que estamos más predispuestos a aprender que otras, y la educación se equivoca de entrada si pretende que todos los estudiantes son idénticos y van a aprenderlo todo de idéntica manera. Parece más fácil educar en masa que educar individualmente, pero esa supuesta facilidad suele conducir a u n fracaso de conjunto. Más vale aprender que el camino difícil puede ser el verdadero, y que su aparente dificultad se debe a la falta de u n método para tratar a cada quien con la sutileza adecuada, al introducirlo en los ritmos de la educación. Una educación que se funde sólo en la memoria, sólo en la disciplina, o sólo en el discurso, desperdiciará las posibilidades que tiene la propuesta de aprender con todo el cuerpo. Porque no sólo la mente recuerda: los ritmos del cuerpo a menudo son tributo de un intenso aprendizaje v de una memoria cultivada. 76 Los artistas son esa clase de gente de la que siempre decimos que nació aprendida. Sentimos que Mozart sabía música desde siempre, que Rimbau d era u n maestro de la lengua desde el origen, que Rembrandt y Migue l Ángel debían saber dibujar antes de saber hablar, pero ello no significa que no tuvieran que aprender. A l contrario, cuanto más dotado u n ser humano para u n lenguaje y para u n arte, más arduo le será dominar ese talento hasta convertirlo en algo verdaderamente fecundo. No olvidamos la ardua disciplina a la que fue so- metido Mozart desde niño, las desmesuradas dosis de lectura a que se sometió Rimbaud desde su infancia y a lo largo de su primera adolescencia, no sólo de la gran literatura en francés sino también de los clásicos latinos, el duro trabajo que debió ser el estudio de Miguel Angel en el taller de sus maestros o el de Rembrandt con los suyos. Lo que pasa es que si conocemos los talentos que vienen escritos en el cuerpo de cada quien, sabremos también a qué disciplinas estarán dispuestos a someterse, porque hay una correspondencia milagrosa entre las habilidades y la dedicación: nadie se aplica de manera abnegada y obstinada sino a aquello que lo estremece profundamente. Y lo que digo del arte puedo decirlo de todas las disciplinas, porque en realidad, no importa cuál sea la disciplina escogida, si corresponde a una vocación, la persona terminar á haciendo de ella u n verdadero arte. Todo profesional comprometido y apasionado es un artista; y arte no significa aquí sólo la búsqueda de armonía y de ritmo, de belleza y refinamiento, sino de sentido profundo, de fuerza creadora, de revelación y de fecundidad. Para nosotros, por ejemplo, la caligrafía es cada vez más una disciplina olvidada, pero en la China es considerada una de las bellas artes, y es bueno saber que por momentos se confunde con la danza. Recordemos entonces que el principal secreto de la danza es que el pintor no es la pintura, el escultor no es la escultura, el músico no es la música, pero el bailarín es la danza. La danza suele considerarse la más antigua de las artes porque en ella la obra se con- funde con el cuerpo de quien la ejecuta. Y ahora sí volvamos a la reflexión sobre la cultura china: si la escritura se confunde con la danza es porque el que escribe y lo que se escribe han llega- do a una suerte de extática identificación, en la que el cuerpo es la escritura. Es algo que en Occidente sólo algunos visionarios lograron intuir como posibilidad, por ejemplo Franz Kafka cuando dijo que la caligrafía es el sismógrafo del alma. Hoy, cuando en Occidente, y en realidad en todo el mundo, la mecanización tiende a sujetarlo todo a la rapidez y a la eficiencia, es bueno recordar to- do esto. Tarde o temprano comprenderemos que para vivir plenamente en el mundo no basta pensar en ser productivo o eficiente, algún día tendremos que volver a escribir con todo el cuerpo. Cada vez se esfuerzan más porque la educación nos convierta en ejecutores insensibles de tareas con las que no estamos comprometidos. Se dice que en cierto país había obreros trabajando en una fábrica de aspiradoras y nunca se dieron cuenta de que en realidad estaban fabricando piezas para armas de guerra. Para la macroeconomía insensible y perversa ese es el ideal: ese tipo de trabajador que no interviene n i en el diseño n i en la concepción ni en la valoración de lo que produce. Pero para una idea respetable de humanidad, algo por lo que valga la pena vivir y morir, cada individuo merece tener una inteligencia de lo que hace, el trabajo no debe dar sólo un rendimiento sino un sentido a la vida, una justificación moral al esfuerzo, un sentido de dignidad y de belleza. Y si estas cosas le parecen tonterías al gran capital y sus áulicos, es porque son de verdad peligrosas; ponen en cuestión no sólo los procesos sino los resulta- dos, no sólo los medios sino los fines; nos recuerdan que la democracia no está sólo para producir el bien de todos, supuesto fin de los totalitarismos, sino el bien de cada uno, y para ello debe ser importante lo que cada quien piensa de lo que hace. Originalmente estaba en el infierno de Rodin la figura sedente del pensador que terminó engendran- do la sensación de que pensar es un ejercicio largo e inmóvil. Pero desde tiempos de Aristóteles sabemos que se piensa mejor cuando se camina: era el secreto de la llamada escuela peripatética, y ello supone conceder a la acción y al movimiento una función a la vez saludable y filosófica. También Nietzsche alertó con ironía contra la conspiración del sedenta- rismo, que hoy es una de las tendencias del mercado. Pero Nietzsche llevó más lejos su reflexión sobre el movimiento, cuando dijo de su pensador Zaratustra aquella frase: "Camina como si danzara". Insinuaba que el verdadero pensador no puede vivir sólo en función de los resultados, que debe haber u n arte, una plenitud en cada paso y no sólo en la meta. El viejo ideal de hacer de cada oficio u n arte puede parecer un desvarío romántico a los prosélitos de la eficacia y del sometimiento a la dictadura del cerebro central. Pero recientemente ese ideal ha venido a ser ratificado desde donde menos se esperaba: del corazón de la sociedad industrial, en la voz del fundador de la segunda gran corporación de los Estados Unidos. Steve Jobs, a quien el mundo despidió agradecido hace poco. En su discurso a los graduados de la universidad de Stanford en 2005, Steve Jobs recomendaba preferir la intuición a la disciplina, la vocación a los conocimientos impuestos, el ejercicio de la curiosidad sin propósitos a la disciplina inflexible, la in - certidumbre del que experimenta a la certeza del éxito, la pasión de buscar a la satisfacción de haber encontrado. Parecen las palabras de u n hippie, y de cierta manera lo son, de modo que los encorbatados ejecutivos de las multinacionales y de sus satélites académicos no acertarán a explicar cómo fue que u n hombre con esa mentalidad, más poética que pragmática, y tan científica como estética, se convirtió en un empresario tan exitoso, en u n innovador tan genial, y en un hombre tan digno de respeto y de memoria. Hasta nos dijo que fue su ocioso e improductivo amor por la caligrafía lo que hizo que en el diseño de los computadores personales hubieran incorpo- rado tipos de letras tan delicados y artísticos, y hubieran puesto al alcance de la humanidad recursos estéticos tan notables como los que ofrece la informática contemporánea. Dónde viene a saltar la liebre de la poesía, que parecía desterrada del jardín de las cosas prácticas. En los reinos del corazón, en el arte de la afectividad, en el necesario viaje a pie que debería ser nuestro aprendizaje del mundo, en esas otras artes que deben ser la digestión y la salud, el cuerpo es la medida de nuestra verdadera sabiduría. Si aprendemos la pasión, si aprendemos el ritmo, si aprendemos la levedad, si aprendemos el sentido de la belleza, si aprendemos el sentido de la gratitud y de la convivencia, estaremos preparados para las grandes empresas del porvenir. Quizá faltan milenios antes de que la muerte deje de ser nuestra preocupación cotidiana, de modo que conviene vivir teniendo en cuenta que la aventura es breve, y sin demasiadas ataduras, para poder decir al final, como Antonio Machado:

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