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EL GOTEO EN ECONOMÍA


Enviado por   •  29 de Septiembre de 2015  •  Informes  •  1.931 Palabras (8 Páginas)  •  97 Visitas

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EL GOTEO EN ECONOMÍA

El concepto más elemental de historia se refiere a una narración verídica e interesante de hechos ocurridos en el tiempo. ¿Qué hacer para que sea verdadera? Se habla de objetividad, imparcialidad, integridad, erudición y otros conceptos; en resumen, aparte del talento, es fundamental que la narración no esté sesgada por prejuicios o intereses personales del autor, pues cuando éste intenta acomodar la narración al deseo de quedar bien, la historia se tergiversa o bien deja de llamarse historia para convertirse en otra asignatura que, a su vez, podría dar lugar a una nueva especialidad. Pero, ¿quedar bien con qué? Podría ser con el Gobierno de turno, con una región geográfica, con el pensamiento de moda, con reivindicaciones nacionalistas, con la coyuntura histórica, o, simplemente, con una ideología. El paradigma de la infestación ideológica es el materialismo histórico de Marx, pero eso ya no es historia, sino filosofía de la historia o, por lo menos intento, porque se hizo con algún talento. A propósito, recordemos que fue G. Vico su gran inventor. Podríamos definir esta filosofía como la correcta interpretación de la historia, pero muchas veces hemos dicho que la realidad es la suma de pequeñas verdades. Al final de este ensayo transcribiremos algo de Joyce sobre la historia mentirosa…

   La historia, en general, se refiere al avance o al retroceso de las civilizaciones, desde una óptica política y cultural; pero también hay, por ejemplo, la historia de la ciencia, y en este campo quizás esté la historia de la economía. Ahora bien, es de entender que en esta asignatura también hay autores involucrados con ideologías. J. Stiglitz, Premio Nóbel de Economía, manifestó: “El desarrollo consiste en transformar la vida de las personas y no solo la economía”.  ¡Tremendo descubrimiento!, al igual que los de Chomsky. Bueno, todo desarrollo, entendido como progreso o retroceso, es indudable que afectará a las personas. También podríamos interpretar que al transformarse la economía, por el motivo que fuere, se cambiaría la vida de las personas para bien o para mal. Lo ideal es que fuere para bien, pero no como algo efímero y coyuntural, que es lo que brinda el populismo – pan para hoy, hambre para mañana -, sino como un bien sustentable a largo plazo.

   En la administración Bush, y concretamente por acción de su vicepresidente, se remozó una antigua teoría que se explica mediante una metáfora: un caballo alimentado con abundante avena va dejando sobras en el camino que, a su vez, sirven de alimento a los gorriones. Esto se conoce como el efecto de goteo o “trickle down”, expresión acuñada en la Gran Depresión y atribuida a un humorista que dijo: “Money  was all appropiated for the top in hopes that it would trickle down to the needy”. El goteo consiste en incentivar a los empresarios y a la clase adinerada, en general, con recortes de impuestos y otras prebendas, en la creencia de que harán más inversiones que, a la larga, beneficiarán a los pobres con la creación de empleos; otra forma de incentivar la producción es con tasas de interés artificialmente bajas; y también creyeron que se mejoraría la economía otorgando grandes sueldos a los altos ejecutivos de los bancos, fábricas de carros y otras empresas. La pregunta medular es: ¿funcionaría esta teoría? Por los resultados, la respuesta es negativa. Entre nosotros hay una teoría parecida, pero opuesta, que incluso cuestiona la teoría de la gravedad: es el goteo para arriba. El actual Gobierno ha sido pródigo en los subsidios indiscriminados y en la entrega de los bonos de solidaridad para la gente más pobre. El monto de estos bonos se ha incrementado, así como el número de beneficiarios. No estamos en contra de esta obra de caridad, pero, ¿no sería preferible darles empleo? El crecimiento de la masa desposeída tampoco podría interpretarse como buena marcha de la economía o éxito del sistema de bienestar social, pues solo la tendencia contraria nos permitiría respirar con tranquilidad. En esta política se enmarcan los incrementos salariales vía decreto que son neutralizados por el mercado, vía precios y desempleo. Veamos lo que escribió un economista ortodoxo: “En estos tiempos el Ecuador vive otra vez una recesión. La producción ha declinado en dos trimestres consecutivos, el desempleo está alto, la demanda de mano de obra es débil y hay un horizonte oscuro”… El Servicio de Rentas Internas, otra dependencia del Ejecutivo, al parecer se ha convertido en una especie de Fondo Monetario Internacional, en su época dorada, precisamente cuando se originó la leyenda negra del mal llamado “neoliberalismo”. Tenemos un impuesto a la salida de capitales que equivale, por reacción, a disuadir su entrada; se imponen sobrecargas tributarias a las utilidades presuntivas de las empresas y, para disuadir las importaciones, se ha vuelto a la tan perniciosa protección arancelaria y, para colmo, con medidas improvisadas. Conocemos de buena tinta (este autor fue testigo) de un cargamento que por tonterías fue retenido seis meses en las aduanas. Recordemos que la falta de competencia estimula la mediocridad y la víctima termina siendo el consumidor final. Es un hecho que este Gobierno requiere más dinero, pero hay dos formas de conseguirlo: una es con miel, la otra, con vinagre. ¿Cuál es mejor?

   ¿Qué pasó con el FMI? Constituye paradigma de su actuación la época del presidente Mahuad. El precio del petróleo estaba por los suelos y este país cayó en “default” o algo parecido. Las multilaterales de crédito exigieron la eliminación de los subsidios, lo que significa que el Estado gaste menos. El Gobierno, como medida preventiva, implementó el llamado bono de la pobreza. Sobra decir que aquellas exigencias precipitaron su caída, por vía del golpismo y, como consecuencia, sobrevino la inestabilidad política. Hay un axioma social: no se puede quitar un subsidio, si no hay una alternativa de compensación, so pena de producir conmoción civil. Desgraciadamente, los burócratas del Fondo no entendieron esto, tal vez con la esperanza de ganarse un aguinaldo.

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