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El “Desarrollo Estabilizador”

Diego MoralesEnsayo10 de Agosto de 2015

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El “Desarrollo Estabilizador”

El desarrollodo estabilizador o Milagro mexicano fue un modelo económico utilizado en México desde 1954 hasta 1970.1 Las bases de este modelo radican en buscar la estabilidad económica para lograr un desarrollo económico continuo, la estabilidad económica refiere a mantener la economía libre de topes como inflación, déficits en labalanza de pagos, devaluaciones y demás variables que logran estabilidad macroeconómica. El periodo en el que se manejó el modelo en la economía nacional abarca los sexenios de Adolfo Ruiz CortinesAdolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz.

Política estabilizadora

 fue el período en que la economía mexicana se vio caracterizada por un alto crecimiento de la producción, bajas tasas de inflación y estabilidad en el tipo de cambio. Esta estrategia de desarrollo comenzó a finales de la década de los 50 y concluyó a finales de los años 60.

La política adoptada en términos monetarios y fiscales fue ortodoxa. Si bien el gobierno continuó con una política de gasto expansiva, ella no generó grandes déficits fiscales. Durante la década de los 50, dicho déficit fue de 0.03% anual. Además de bajos niveles de deuda, es fundamental recalcar el destino del gasto; es decir, no sólo hay que tomar en cuenta la cantidad, sino también la calidad de éste.

El componente más importante del gasto gubernamental fue la inversión en infraestructura básica, principalmente en el apoyo a la actividad petrolera, la construcción de carreteras y el mejoramiento de servicios de salud y educación.

Si únicamente consideráramos estas políticas, observaríamos un incremento de la demanda agregada de la economía, impulsada principalmente por un aumento en el mercado de bienes. Así, habría crecimiento del producto, pero también se darían presiones inflacionarias. Sin embargo, ésta última no es característica del Desarrollo Estabilizador. Nuestro análisis estaría incompleto si no consideramos las fluctuaciones que presentó la oferta agregada.

La política de gasto gubernamental generó externalidades positivas en diversas actividades económicas. Se estima que alrededor del 23% del crecimiento de la producción se debió al aprovechamiento de estas externalidades.

 Las Fuentes del Crecimiento Económico

La forma tradicional para ver las fuentes del crecimiento es un ejercicio contable en el que se separa el crecimiento entre aquella parte que es explicada por el factor trabajo, aquella explicada por el factor capital y un residuo que corresponde a la parte no explicada por los factores productivos. Este residuo recibe el nombre de Residuo de Solow o de Productividad Total de los Factores (PTF). En trabajos más sofisticados se ajustan los factores productivos por índices de calidad, lo que a su vez reduce el residuo.

Este residuo es importante porque estaría midiendo la productividad de la economía. Mientras mayor sea, más eficiente es la economía en el sentido de que es capaz de producir más con la misma cantidad de insumos.

Debilidad Estructural En La Economía Mexicana

La estructura de la economía mexicana presenta fortalezas y debilidades, ya que se generan nuevas unidades productivas y crecen las actividades de servicios, pero la mayoría de las nuevas empresas son micro y pequeñas, con poca presencia en la industria manufacturera y menos de cinco años de existencia.

Al cierre de 2004, México contaba con una planta productiva integrada por cuatro millones 290 mil 108 empresas, públicas y privadas, esto es un repunte de 7.1% respecto al último censo de 1999. Pero en ese mismo periodo se advierte que el sector industrial redujo su número de organizaciones.

En la rama de la construcción hubo un descenso de 8.1%, al reportar 13 mil 444 establecimientos, en tanto que la manufactura alcanzó 328 mil 718 plantas, lo que implicó una caída de 4.1%. Por el contrario, el comercio mostró un crecimiento acelerado, con 1.6 millones de establecimientos, lo que se tradujo en un avance de 9.6%. Asimismo, los servicios no financieros ascendieron 8.1%, con más de 1 millón de unidades.

Este desempeño contrasta con la aportación de valor a la economía en su conjunto, donde sobresale la industria manufacturera con 43.3% del total, seguida por el comercio al mayoreo y al menudeo, con participaciones de 7 y 6%, respectivamente.

Lo anterior se desprende de los resultados de los Censos Económicos 2004, instrumento levantado por el INEGI, que constituye la base de datos para la elaboración y el seguimiento de las cuentas nacionales.

En conferencia de prensa, el presidente del INEGI, Gilberto Calvillo Vives, reconoció que los datos obtenidos dejan ver debilidades estructurales de la economía mexicana.

Indicó que en el tiempo de estudio, los micronegocios (de 1 a 10 trabajadores) se mantuvieron en expansión, ya que alcanzaron 95% de la planta total.

Preocupación

No obstante el dinamismo de este segmento, Calvillo destacó su "alta mortandad", ya que 60% de las unidades tienen una edad menor a cinco años. Además se caracterizan por una escasa utilización de nuevas tecnologías. Sólo 5.6% de las microempresas acuden a la Internet para atender a sus clientes.

Aun así, matizó, es necesario hacer un análisis cuidadoso de los números, ya que la disminución de establecimientos puede atribuirse a procesos de fusión y compra, no necesariamente a cancelación de operaciones.

El Censo también señala que a la fecha de corte, la economía formal funcionaba con 23 millones 197 mil 214 trabajadores, un repunte de 9.5%. Esta cifra excluye el empleo en actividades agropecuarias y forestales, así como las ocupaciones informales y por cuenta propia.

A lo largo de los últimos cinco años, el empleo se ha generado en empresas de servicios, como los comercios minoristas, con una tasa de crecimiento de 24.6%. En contraste, la manufactura ha visto reducir su planta laboral en 5.5%. Lo anterior resulta significativo para la estructura del empleo, ya que las plantas manufactureras todavía constituyen uno de los principales generadores de puestos de trabajo.

Si bien 65% de los trabajadores se clasifican como asalariados, Calvillo Vives admitió que sobreviene un incremento en la contratación de personal a través de intermediarios. La participación de esta forma de empleo reporta una media general de 8.6%, aunque algunas actividades, como los servicios y el comercio, demuestran proporciones de 38.9 y 27.2%.

El funcionario aclaró que los Censos Económicos 2004, levantados en un universo de 6 mil 673 localidades, representan básicamente a los sectores industrial y de servicios, así como a las actividades pesqueras y acuícolas. El próximo estudio se realizará en 2009.

Gilberto Calvillo advirtió que en el polo más afortunado de la economía mexicana se encuentran las grandes empresas, con más de 251 trabajadores, ya que 81% de sus unidades tienen más de cinco años de edad, al tiempo que reportan una tasa de 84.5 en cuanto a uso de Internet para tratar con sus clientes. Sin embargo, anotó, éstas sólo constituyen 0.2% de la planta productiva nacional.

MODELO DE SUSTITUCION DE IMPORTACIONES

Sustitución de importaciones

Las manufacturas latinoamericanas antes de 1929 ocupaban un lugar secundario en la economía, orientada básicamente a la exportación. Fuera de un cierto proteccionismo moderado, las políticas gubernamentales solían permanecer neutrales ante la industria, centradas, como estaban, en el sector primario. Por esto, los aranceles tenían básicamente una función aduanera y no de protección de las manufacturas locales. Algunas manufacturas dependían directamente de una ligera transformación a la que eran sometidos ciertos productos primarios exportados. Es el caso de los frigoríficos argentinos o de los ingenios azucareros. La industrialización por sustitución de importaciones comenzó produciendo bienes de consumo final, que era la vía más fácil de iniciar el proceso. Ello se debía a que la tecnología requerida era menos compleja y necesitaba menores inversiones de capital, pero especialmente a que ya existía un mercado para dichos bienes. El proceso de industrialización presionó a la capacidad instalada. Había fábricas textiles que a principios de la década de 1930 llegaban a trabajar en dos o tres turnos. Por lo general se aprovechó la capacidad instalada con posterioridad a la Primera Guerra Mundial, tal como ocurrió en Perú y Brasil. La industria cementera brasileña atravesó por esta situación. En la medida que el proceso se fue consolidando, aumentó el coeficiente de industrialización, o, lo que es lo mismo, la participación del sector industrial en el PIB. Si en la década de 1930 existió en América Latina un motor del crecimiento, éste fue sin duda alguna la industrialización por sustitución de importaciones. Si bien se redujo la actividad de algunos sectores vinculados a la exportación, hubo otros que lograron incrementos realmente importantes, tal como ocurrió con los textiles, los materiales de construcción (especialmente cemento), la refinación de petróleo, las ruedas para automóviles, los productos farmacéuticos, los sanitarios y alimentos procesados, como conservas y pastas, dirigidos al mercado interno. Los textiles destacaban, sin ninguna duda, entre todas estas actividades, ya que sus tasas de crecimiento fueron superiores al 10 por ciento anual durante los años 30. La principal excepción fue Brasil, que ya había conocido una industrialización temprana en los sectores de textiles, calzado, ropa y alimentos, lo que posibilitó que las industrias que más rápido crecieron fueran las de producción de bienes intermedios y las de bienes de capital. Aparentemente la industrialización fue muy intensiva en la utilización de mano de obra y se centró en la pequeña y la mediana empresa, especialmente en aquellas de nueva creación. También fue importante el papel jugado por algunos nuevos empresarios, en buena parte provenientes de la Europa en crisis, como impulsores del proceso. Hubo inversión extranjera dirigida directamente a la sustitución de importaciones, aunque menor que en años anteriores. En el caso de Sáo Paulo se estima que el empleo creció a una tasa anual de 10,9 por ciento en 1930-37. Los salarios reales parece que no tuvieron variaciones, entre otras cosas porque el estancamiento del sector primario suponía una importante reserva de mano de obra y una oferta elástica de alimentos. Si en muchos países a partir de mediados de la década del 30 se comenzó a recuperar la coyuntura económica, la Segunda Guerra Mundial fue fuente de nuevos conflictos y en algunos casos volvieron a manifestarse con fuerza creciente las tendencias aislacionistas surgidas en lo más virulento de la crisis. Pese a ello, fue en estos momentos cuando la industrialización sustitutiva conoció un nuevo empujón, favorecida por el éxito de la experiencia anterior. El aparato industrial avanzó en su conquista del mercado interno y en algún caso, como el del Brasil, se lanzó en busca de mercados exteriores. Estos se encontraban en otros países latinoamericanos y en algunas colonias africanas, que estaban aisladas de sus metrópolis en guerra. Dadas las implicancias del conflicto bélico, la única posibilidad de mantener un cierto nivel en las exportaciones era contando con una flota mercante propia, por lo que esto se convirtió en un objetivo prioritario para muchos gobiernos. En los casos que tuvieron éxito este fue otro de los motivos de orgullo de muchas políticas oficiales, a la vez que una fuente de gastos importantes para los estados que pretendían desarrollarlas. La industria latinoamericana surgió con la bendición del proteccionismo oficial y éste se mantendría aun después de desaparecidas las condiciones que hicieron necesaria la aparición misma de la protección. La teoría de proteger únicamente a las industrias en crecimiento (o "infantes") era totalmente dejada de lado. De este modo, los industriales, sabedores del control que tenían sobre un mercado cautivo importante, el mercado interno, dejaron de reinvertir en sus respectivas empresas, que con el correr de los años se fueron tornando cada vez más obsoletas y menos competitivas. A la larga se puede afirmar que la protección indiscriminada sólo sirvió para financiar a costa del déficit público empresas cada vez menos competitivas y más incompetentes. En numerosos casos, y pese al nacionalismo declarativo que acompañaba las políticas autárquicas, las empresas a proteger eran claramente propiedad de firmas transnacionales. Esto fue particularmente visible en lo referente a la fabricación de automotores y en el sector químico y electrónico. Si bien en estos sectores inicialmente hubo algunas grandes fábricas de capital nacional, como en Argentina, posteriormente la mayor parte de ellas sería propiedad de empresas norteamericanas o europeas, pero que igualmente se beneficiaban de las ventajas del proteccionismo. De este modo, la principal característica de muchas de estas fábricas llegó a ser la obsolescencia de sus equipos y la producción durante años de modelos que en otras partes del mundo habían dejado de fabricarse. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, y pese a las fuertes expectativas existentes sobre la rápida recuperación de la economía mundial, en los países latinoamericanos se acentuaron las tendencias autárquicas, favorables a la industrialización y al desarrollo del mercado interior. Esta situación supondría una importante transferencia de recursos del sector primario-exportador al sector industrial, al que en última instancia terminaría subsidiando. Durante la Segunda Guerra Mundial, la industrialización sustitutiva se especializó en la producción de bienes de consumo, especialmente concentrados en las industria alimenticia, textil, química y farmacéutica, para lo cual se aprovechó eficazmente la maquinaria adquirida durante la fase expansiva de los años 30. La profundización de la industrialización suponía un importante esfuerzo en la innovación del parque tecnológico, si se quería continuar con el proceso de crecimiento económico. Ello significaba mayor inversión, pero el exceso de protección tendía a primar la ineficiencia y no rentabilizaba las inversiones que se hicieran en mejorar la tecnología de las fábricas y en mantener la competitividad de las empresas. La profundización en la industrialización sustitutiva requería de mayores importaciones de insumos y bienes de capital, lo cual tendió a incrementar la dependencia de las importaciones, en vez de resolver los problemas de la balanza comercial, tal como se pretendía. La industrialización requería de importantes inversiones en infraestructura, desde caminos y comunicaciones hasta la producción de energía eléctrica, vital para la marcha de las fábricas. Dada la gran magnitud de esas inversiones, el argumento más generalizado era que el Estado debía suplir a los inversionistas privados, que carecían de semejante cantidad de capital. Este argumento reforzaba, obviamente, las tendencias más favorables a extender la participación del Estado en la actividad económica. Durante el período comprendido entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la Revolución Cubana se produjeron algunos cambios profundos en la estructura económica latinoamericana, los cuales estaban profundamente condicionados por la consolidación de las tendencias aparecidas en el período anterior y se vinculaban directamente con las propuestas más favorables a la autarquía y a la industrialización. La afirmación de las políticas económicas industrialistas, con el aval de la por entonces muy influyente CEPAL y de su principal impulsor, el economista argentino Raúl Prebisch, supusieron el encumbramiento de aquellos grupos que apostaron claramente por la industrialización, en detrimento de algunos sectores de la oligarquía tradicional exportadora. La planificación se convirtió en una importante arma de las políticas económicas y con ella el avance del intervencionismo estatal fue imparable y esto ocurrió en la mayor parte de los gobiernos de la región, con total independencia de su filiación política. Todo indicaba que en América Latina no existía una política económica alternativa a la industrialización. La apuesta por la industrialización y el énfasis en el mercado interno llevaron a descuidar las exportaciones y como consecuencia de ello disminuyeron las divisas generadas por las ventas al exterior y los ingresos del Estado provenientes de la recaudación aduanera. No sólo eso, ya que en ciertas oportunidades fue el sector exportador el que tuvo que subsidiar la aventura industrialista, con la consiguiente pérdida de competitividad para su propio desarrollo. Ante la falta de recursos, la reinversión en el sector exportador también comenzó a desaparecer. Sin embargo, en ciertos casos, se pudo observar una cierta e importante integración de ambos grupos, no planteándose en la realidad la aguda división señalada por cierta literatura entre la llamada burguesía nacional y la oligarquía terrateniente y exportadora. Otro grupo, de un peso cada vez mayor, que iba a apostar por la industrialización y por una creciente participación del Estado en la economía era el de la burocracia. Los militares destacaron ampliamente dentro de este grupo. Aludiendo razones de seguridad nacional, cayeron bajo su control fábricas de explosivos y armamentos, pero también de productos químicos, electrónicos y de todo tipo. Burócratas, militares y tecnócratas a partir del aprovechamiento de los presupuestos nacionales supieron sacar buen partido de todos estos cambios, en tanto fueron los encargados de gestionar y administrar la marcha hacia la industrialización. El intento de industrialización sólo pudo tener éxito en la medida en que caló muy hondo en la sociedad y en que fue capaz de aglutinar a vastos y diferentes grupos sociales en un equilibrio precario y bastante inestable. En primer lugar, se necesitaban acuerdos con los obreros industriales que disminuyeran el nivel de conflictividad laboral, lo que de alguna manera suponía introducir criterios de moderación en la explotación de la fuerza de trabajo por parte de los patronos, extremo éste con el que no siempre concordaban. Este acuerdo no era fácil de concretar, de ahí la importancia creciente de los populismos en el continente, reforzados eficazmente por políticas asistenciales y de previsión social. El Brasil de Vargas y la Argentina de Perón son ejemplos claros, pero no los únicos, de estas situaciones. Por otra parte, los sectores populares urbanos, en tanto consumidores, se encontraban en una postura de fuerza nada desdeñable para participar en el reparto. Lo esencial era garantizar su nivel de ingresos, su capacidad de consumo y la defensa de sus puestos de trabajo. En el caso de las dos primeras situaciones, el excesivo proteccionismo supondría un encarecimiento de los artículos de consumo, ante la subida artificial de precios favorecida por los subsidios y los aranceles. De ahí que resultara muy importante recubrir el discurso industrializador con un barniz nacionalista que planteara claramente que sólo un país con industria propia podía desarrollarse. Una vez instalados como trabajadores fabriles, la defensa de su puesto de trabajo era también la defensa del propio sector industrial, lo que explica claramente por qué ante la quiebra de numerosas empresas, de todo tipo, el Estado tuviera que aparecer como el padre salvador. Las necesidades industriales de importar insumos y tecnología extranjeros llevaron a la mayor parte de los gobiernos a tener monedas sobrevaluadas frente a las principales divisas extranjeras (dólar o libra esterlina, fundamentalmente), lo que tendía a recortar las ganancias de los exportadores.

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