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El fracaso de enron

MEREDITH11071Trabajo7 de Marzo de 2017

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NEWSWEEK EN ESPAÑOL

23 de enero del 2002

Es el tipo de escándalo más temible: un fracaso total del sistema. Ejecutivos, prestamistas, auditores y reguladores de alguna manera hicieron la vista gorda mientras la compañía hacía estragos.

EL FRACASO DE ENRON

Por Allan Sloan

Se suponía que Enron fuera la próxima cosa nueva, una compañía de la nueva economía con sustancia para serlo. Enron tenía negocios reales, activos reales y lo que parecían ser ganancias reales. Poseía gasoductos y plantas generadoras de energía y compañías de agua potable. No sólo funcionaría bien, sino que mejoraría el planeta sustituyendo la sin eficaces

regulaciones del gobierno por la mano eficiente del mercado. Y parecía funcionar. Desde humildes comienzos como empresa de gas natural, Enron creció en sólo 15 años para ocupar el séptimo lugar entre las 500 mayores corporaciones enumeradas por la revista Fortune, facturando 100.000 millones de dólares en el 2000. A lo largo del camino, llegó a ser una de las más admiradas compañías de Estados Unidos,  y una perenne favorita en las listas de “los mejores lugares para trabajar”. Los ejecutivos que la manejaban fueron calificados de magos con secretos recién descubiertos que cambiarían el futuro del negocio.

Pero Enron resultó ser otra burbuja. Al contrario de una Pets.com o una Webvan , cuyas implosiones causaron poco daño aparte de costar a los especuladores arriesgados poco dinero y a los tecnócratas algunos empleos, la burbuja de Enron  estalló como una granada. Actualmente Enron es una ruina humeante, la mayor quiebra corporativa en la historia de Estados Unidos.

Hace  un año, la bolsa valuaba a Enron en más de 60.000 millones de dólares. Sus acciones han perdido, desde entonces, el 99 por ciento de su valor, y aún parecen sobrevaluadas. Accionistas y prestamistas perdieron decenas de miles de millones de dólares. Muchos de sus 20.000 empleados perdieron sus ahorros de retiro cuando la compañía quebró. Alrededor de 5.000 de ellos, desde expertos en computadoras en Houston hasta recicladores de papel de imprenta, en Nueva Jersey, se quedaron también sin empleo. En contraste, el presidente Ken Lay logró ganancias de 205 millones de dólares en opción de suscripción de acciones sólo en los últimos cuatro años, y otros ejecutivos y miembros del consejo de directores también obtuvieron ingresos. Lo que resulta especialmente mortificante es que un puñado de ejecutivos e inversionistas ajenos a la firma ganaron  millones de dólares invirtiendo en acuerdos con Enron que tuvieron un gran papel en la destrucción de la compañía.

El daño colateral sigue propagándose. Prominente entre los perjudicados a Arthur Andersen, la firma auditoria independiente de Nerón, que reconoció que alguno sempleados destruyeron documentos. La credibilidad de Wall Street ha sido destrozada. La desregulación de las compañías de servicios públicos, para la cual Enron era el ejemplo, quedó ahora en suspenso. El espectáculo de los empobrecidos y desempleados trabajadores ha puesto en el primer plano los riesgos de las cuentas de ahorro 401 (k) rellenas con acciones de la compañía. La confianza en los mercados financieros ha sido estremecida, y con razón. Mientras disminuye la acción en Afganistán, las olas de Enron finalmente han llegado a Washington, levantando el espectro de otro escándalo tipo Watergate. El caso Enron se está convirtiendo en un clásico escándalo de Washington: averiguaciones criminales, investigaciones de documentos destruidos, políticos a los que se les  pregunta qué sabían sobre Enron  y cuándo lo supieron. No hay elementos sexuales, eso sí, pero sin duda hay muchísimo dinero.

La vida sería más simple si se pudiera culpar de todo a Lay. O a George W. Bush, quien ha estado vinculado desde hace muchos años con el presidente de Enron, quien  fue uno de los mayores contribuyentes a sus campañas para gobernador de Texas y a la Casa Blanca. Pero Enron no es tan simple. Es algo mucho más aterrador: un fracaso sistemático al por mayor. El sistema de múltiples capas de revisiones y balances que se suponen impiden qu euna compañía haga estragos se rompió completamente. Los ejecutivos de compañías públicas tienen responsabilidades legales y morales para proporcionar libros y documentos honestos, pero en Enron no hacía eso. Se supone que auditores independientes aseguren que los informes financieros de una compañía no sólo cumplan con la letra de las normas de contabilidad, sino que también den a los inversionistas y prestamistas un cuadro justo y exacto de lo que está sucediendo, pero Arthur Andersen falló en esa prueba.

¿Por qué toda esta gente hizo la vista gorda durante tanto tiempo? El dinero es el que habla. La compañía puso mucho dinero en los bolsillos de las personas e instituciones que se suponía que la fiscalizaran. Los negocios de Enron generaron inmensas comisiones para las firmas de inversiones bancarias de Wall Street. ¿Y adivinen qué? Wall Street adoraba a Enron, y la mayoría de los analistas calificaban sus acciones y bonos como lo mejor desde que se inventó el  dinero, por lo menos hasta que finalmente escucharon el estertor de su muerte. Hasta cuando quedó claro a fines del año pasado que Enron estaba realizando una contabilidad creativa, casi ningún analista recomendaba la venta de las acciones, dice Chuck Hill, quien rastrea las sugerencias de los analistas para First Call/Thompson Financial. “Deberían haber arrojado la toalla mucho antes”, dice Enron pagaba inmensas comisiones –52 millones de dólares en el 2000– a Arthur Andersn por servicios de auditoría y de asesoría. Andersen le permitió continuar con la contabilidad que, por un lado, era agresiva y, por otro, criminal. Si Andersen se hubiese aferrado a los principios, Enron sin duda habría cambiado de contadores. Enron hizo cuantiosas contribuciones políticas. Los políticos recibieron monedas en comparación con lo que obtuvieron Wall Street y Andersen, pero era suficiente para ayudar a Nerón a llevarse por delante a los reguladores tanto a nivel nacional como estatal.

Con tantas señales de dólar flotando y con las acciones de la compañía en alza, nadie estaba interesado en las malas noticias. “Mucha gente no quiere oír la verdad”, dice Thomas Donaldson, profesor de ética comercial de la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania. “Los inversionistas no quieren que el ejecutivo a cargo diga algo negativo que haga bajar las acciones, aunque sea por corto plazo. Hay una cultura de guiñar el ojo”. El guiño terminó el año pasado, cuando los reguladores y los mercados financieros finalmente apretaron las riendas a Nerón, por lo menos cinco años después que habían comenzado los chanchullos financieros a gran escala.

Enron  comenzó en forma bastante inocente, nacida de un trato levemente innovador, en 1985, para combinar dos empresas: una compañía de gasoductos de gas natural de Omaha, llamada Inter-North, y la firme de gasoductos Houston Natural Gas, de Texas. Lay, una persona tipo estadista de hablar suave y con un doctorado en economía, encontró a un agresivo mago de las finanzas de nombre Jeff Skilling que trabaja en asuntos de energía de la compañía McKinsey  Co., de Houston. Se comprendieron a las mil maravillas. En vez de sólo entregar gas a los clientes con una modesta ganancia, Enron podía usar los gasoductos recientemente desregulados para equiparar a compradores y vendedores. En otras palabras, Enron llegó a ser un comerciante de gas, así como también una compañía de gas. Como las transacciones comerciales eran mucho más divertidas y mucho más lucrativas que construir gasoductos, perforar pozos y vender gas a precios regulados con bajas ganancias, Enron se transformó en una compañía comercial con un servicio de utilidad pública atado a ella.

Y no hay que equivocarse, estas personas creían firmemente en la desregulación, en una cena que tuve con Skilling a fines de la década pasada, este se comportaba como un fanático religioso que no podía parar de repetir que la desregulación era la solución para todos los problemas del mundo. ¿Hay apagones escalonados en el Medio Oeste? Desregulen. ¿Algunas compañías de energía parecen estar cobrando precios exorbitantes? Desregulen más. ¿Y si el aderezo de la ensalada había caído sobre mi corbata?... Ya entienden.

Con su dúo dinámico a cargo, los ingresos y ganancias de Enron aumentaron ampliamente. Gente de todo el país clamaba por sumarse a Enron y a su cruzada. Las pantallas de televisión en el edificio Enron, en el centro de Houston, mostraban los precios de las acciones. Los empleados eran animados por inspiradores mensajes en el ascensor mientras se dirigían a sus puestos. En la mejor tradición de las punto-com, los empleados eran atendidos a precios subsidiados en el café Starbucks, podían ir a un gimnasio situado en el mismo inmueble y salir a elaborados paseos por cuenta de la compañía. Enron no era sólo un negocio, era un estilo de vida que premiaba la agresividad rabiosa.

“No tiene nada de malo la ambición, pero había simplemente una cultura distorsionada en lo alto”, dice John Allario, de 38 años, quien trabajó seis años en el departamento de desarrollo de Enron antes de perder el empleo en el colapso. “Querían trepar hasta la cima de la montaña y golpearse el pecho y aplastar a cualquier persona o cualquier cosa que se les cruzara en el camino”.

La medida más importante del crecimiento de Enron era el creciente precio de sus acciones. Era el petróleo lo que hacía funcionar sin problemas su máquina. Después de una baja en 1997, las acciones de Enron tuvieron un repunte a fines de 1998, doblando su valor y después duplicándose nuevamente. Las opciones de suscripción de acciones de la firma estaban enriqueciendo a sus empleados y ayudaban a la compañía a atraer a los mejores y a los más brillantes. Sin querer perder algo seguro, los empleados llenaron de acciones de la compañía sus planes de jubilación 401 (k). La compañía exigía a la mayoría del personal tener una gran parte de sus planes de retiro en acciones de la Enron, pero muchos empleados tenían muchas más acciones que lo que requería la empresa y mucho menos en inversiones diversificadas, como fondos mutuos.

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