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Ensayo sobre el carte de los sapos.

Cesar Maldonado GutierrezEnsayo23 de Agosto de 2016

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23 Sin retorno

Ahora que las agencias federales tenían claro lo que sucedía en ese país de narcotraficantes llamado Colombia, estaban entusiasmados con la idea de capturar, a cualquier precio, a los cabecillas de dichos carteles. Un buen prospecto era Diego Montoya. Más aún si contaban con la colaboración de Julio Fierro, quien decía tener acceso privilegiado a su organización. Fierro estaba decidido a evitar la pronta presentación del capo ante el juez de su causa, que ya reclamaba su presencia en la Corte para dar por terminada la primera etapa de cooperación. Aprovechando que su afamada esposa Natalia París tenía un compromiso de trabajo en un evento de modelaje en Medellín, Fierro decidió acompañarla, pero con tan mala suerte que la contrainteligencia avanzaba en sus oscuras intenciones contra éí. Desde hacía varios años corría un rumor en el narcomundo en el sentido de que Fierro se había convertido en informante del FBI, algo que sus antiguos socios no veían con buenos ojos, Por esta razón, concluyeron que la presencia de Fierro en Medellín 159 IO iü otro objetivo que hacer inteligencia para tninfltnitfraela i su agente en Miami, El 26 de septiembre de 2001, fuentes cercanas a Diego Monoya confirmaron que Fierro estaba en Medellín y de inmediato e contaron a Várela, que montó una operación para capturarlo, iü realidad, Fierro había viajado a Colombia para supervisar el íuen comportamiento de su esposa y recoger algunos ahorros ¡ue compartía con Nicolás Bergonzoíi. La suerte de Fierro había juedado sellada años atrás, cuando IvánUrdinola se enteró desús ntenciones de delatar a Diego Montoya, lo que íntepretó como ina amenaza para su organización. Enterado, Várela aprovechó que las autodefensas, controlaban a capital antioqueña y le pidió cooperación a Don Berna, que . su vez encargó al Rolo, su secretario particular, de localizar a «ierro y desaparecerlo. En efecto, el Rolo se encontraba por aquellos días en Bogotá después de hablar por teléfono con Fierro le puso una cita en I aeropuerto José María Córdova de Rionegro. Quedaron en enontrarse a las 7 p.m. del 29 de septiembre de 2001 en el estadero II Aviador, a escasas cuadras del aeropuerto. El Rolo convenció Fierro con el cuento de que viajaría a Medellín a arreglar los suntos pendientes y esa misma noche regresaría a la capital. Sobre las 6:30 p.m., y mientras Natalia París avanzaba en los reparativos de un desfile, Fierro partió del barrio El Poblado n compañía de El Zarco, su hombre de confianza, mientras los emás miembros cíe su escolta permanecieron en su vivienda. Fierro condujo su camioneta y llegó puntual al estadero, ííentras esperaba al Rolo, descubrió la presencia en el mismo igar de Daniel Mejía Ángel, Daniel, lugarteniente de Don Berna, compafíado por Beto, Ñato, El Morro y otros cuatro integrantes e su cuerpo de seguridad. A Fierro le pareció normal la escena orque consideraba a Daniel un buen amigo; al fin y al cabo y ara congraciarse con él, tres meses atrás le había regalado una amioneta Toyota blindada. 160 Daniel se acercó mientras sus hombres rodearon n Fierro y al Zarco y los esposaron, amordazaron y obligaron a subir a su vehículo. El Zarco fue llevado a otro automotor. La caravana se desplazó a toda velocidad hacia una finca cercana, propiedad de Ramiro Vanoy, Cuco Vanoy. Una vez allí fueron sacados de los vehículos, conducidos a una de las habitaciones y arrojados al piso. Por orden de Daniel, sus hombres le dieron gran cantidad de puntapiés y bofetadas a Fierro mientras lo acusaban de ser directo responsable de la Operación Milenio, de la que Cuco Vanoy era fugitivo, Además, le gritaban que él era el papá de los sapos. Desde Cali, Várela llamó para reclamar su derecho a escuchar las confesiones de Fierro, que presenció impotente el instante en que los hombres de Daniel le hicieron cuatro tiros en la cabeza al Zarco. Terminada esta primera etapa de interrogatorio forzoso, Fierro fue entregado en Medellín a un grupo enviado por Várela. Los secuestradores introdujeron a Fierro en el baúl de uno de sus vehículos y se dirigieron raudos hacia los dominios del cartel del Norte del Valle. Durante el recorrido hacia Cali, los hombres de Várela lanzaron el vehículo de Fierro a un barranco que desembocaba en un río a la altura de un sitio conocido como La Pintada. Al día siguiente, Fierro fue a parar esposado y amordazado a una cama en una vivienda del barrio El Ingenio, en Cali, donde fue obligado a confesar sus intenciones con Diego Montoya e Iván Urdinola. No obstante, las revelaciones de Fierro, que a veces desembocaban en largos discursos, no convencían del todo a Várela, que optó por aumentar gradualmente las torturas y los oprobios característicos del mundo del narcotráfico. En medio de semejante drama, Fierro fue obligado a comunicarse con un colaborador suyo en Medellín, pero este no contestó las llamadas. Con el paso de las horas, Fierro coníesó que en efecto era informante de las agencias federales de Estados Unidos. Várela, irritado, les dio la orden a sus hombres de prender la motosierra. Hasta ahí llegó el famoso Julio Fierro, que cometió 161 el grave erroi de regrosar ;i su tierra, donde el poderoso brazo de la mafia conocía en detalle todas sus andanzas. Tres días después, 3 de octubre de 2001, apareció Juan Cíirlos Sierra, El Tuso, que aceptó colaborar en la operación y citó al ayudante de Fierro que no había respondido sus llamadas al mismo estadero al lado del aeropuerto de Rionegro. Tres horas después del encuentro, el hombre de Fierro y su hermano aparecieron muertos en la cajuela de su vehículo. Con la muerte de Fierro y su previsible confesión, su socio y compañero de aventura Nicolás Bergonzoli no tuvo otra opción que huir a Estados Unidos. Sólo tres días después del triste final de Julio Fierro, el turno fue para Juan Carlos Ortiz, Cuchilla, que desde eí día en que recobró su libertad se concentró en atender tres frentes: su seguridad, la seguridad de su familia y el control de sus negocios de narcotráfico. Grupos de sicarios cuidaban a sus seres queridos; eran hombres de su entera confianza que recibían buenos salarios, servicios médicos, primas navideñas, porcentajes en los envíos de drogas y otras ventajas. Por esa razón, ese lumpen criminal había adquirido grandes extensiones de tierra, apartamentos confortables, lujos incomparables y mayor estatus social. Mientras, Cuchilla vivía en la clandestinidad, en barrios de clase baja, en compañía de su secretario de confianza. D

25 «¡Somos del FBI!»

Poco antes de las 5 a,m. del jueves 13 de diciembre de 2001, el FJ31 rodeó la casa de Henao en el 5940 SW 94 Street, de Pinecrest, en Miami, y cerraron el acceso de vehículos y peatones en tres cuadras a la redonda. Medía hora más tarde, los agentes encubiertos tocaron la puerta. Henao y su esposa se vistieron con lo primero que encontraron, mientras afuera retumbaban cada vez más fuerte los golpes de la puerta. Cuando iba por el corredor hacia la puerta principal, Henao alcanzó a ver por la ventana algunas patrullas de Policía con las luces encendidas y pensó que algo estaba mal. —¿Quién es? —preguntó, nervioso, al llegar a la puerta. — ¡La Policía, somos el FBJ! ¡Abra la puerta! Los primeros en atravesar la entrada a la casa fueron los dos oficíales que llegaron desde Nueva York; acto seguido 15 agentes más con chalecos del FBJ y fusiles de asalto M-P4 se repartieron por toda la vivienda. Una vez controlada la situación esposaron a Henao y lo condujeron a una de las patrullas. En ese momento le leyeron sus derechos y le pidieron autorización para examinar 170 su computadora personal. Según decía la acusación, I tetífiohabía conspirado píira ¡nirmludí'decenas di' toneladas de cocaína desde Colombia hacia Estados Unidos vía Venezuela y México. Cuando terminó el procedimiento en su residencia, Henao fue conducido al Federal Detention Center, FDC, de Miami, donde lo esperaba un oficial del Bureau of Prisons, BOP, para procesarlo y reseñarlo. Luego fue conducido a un vestier común donde otro oficial le ordenó quitarse la ropa. Ante la mirada inquisitiva del oficial del BOP, Henao, confundido todavía, se despojó de la camisa, los tenis, las medias y la sudadera. En ese momento el uniformado arrojó de un puntapié una caja de cartón que estaba a su lado. —Meta ahí su ropa, ¡apúrese! —gritó el guardia y Henao acomodó rápidamente sus pocas propiedades dentro de la caja. —-Señor Henao, los calzoncillos también —dijo el carcelero, más calmado. —¿Me quedo empeloto? —indagó el colombiano, cada vez más nervioso. —Sí, empeloto, señor. Al terminar el incómodo episodio, el oficial se dirigió al detenido y le dijo: —Ahora, arriba las manos, gírelas de un lado, gírelas del otro, abra la boca, saque la lengua, sacúdase el pelo, muéstreme una oreja, muéstreme la otra, levántese las pelotas, voltéese, levante un pie, levante el otro, ábrase las nalgas, agáchese, tosa, tosa más duro, vuélvase a voltear, apure. Después de agotar todas las.

26 Infarto fulminante

El 23 de febrero de 2002, pocos días después de la visita de Solano, Urdinola recibió a dos de sus primos, que ingresaron a la cárcel como de costumbre, es decir, luego de suplantar l;i identidad de otras dos personas. Tras pasar al segundo control, el oficial a cargo los miró fijamente y les dijo: —Señores, ¿qué llevan ahí? —Es comidita para Iván —respondió uno de ellos. El oficial abrió el termo, que contenía comida y lo cerró nu& vamente mientras llegaba la autorización para continuar. —Estas huellas de la reseña no coinciden con las de sus iden tidades, pero no se preocupen, el señor Iván me compensará de alguna manera; sigan y perdonen la molestia. Después de pasar por dos controles más, los primos llegaron al patío tres, donde los esperaba Urdinola. —-Primos, ¿trajeron comidita preparada en casa? ¿La hizo ni i tía? Déjenme ver, déjenme ver. Eso huele muy bueno. —Mira, primo, lo que te mandó mi mamá. 177 —Lechona rellena, |Quá regalazoj mi tía todavía se acuerda cuál es mi comida favorita! En un ratico nos la comemos, sigan, sigan. ¿Cómo estala familia? Cuéntenme. Así transcurrieron tres horas de visita y las historias familiares estuvieron a la orden del día. En la tarde devoraron la comida . enviada desde El Dovio y terminaron el remanente de whisky Sello Azul de la última juerga. En la noche, Iván acompañó a sus primos, ya borrachos, hasta la puerta de salida del penal y los despidió con el compromiso de repetir la siguiente semana la tarde de esparcimiento. Uno de los oficiales encargados de la custodia del penal se percató del alto grado de alcohol de Urdinola y lo condujo de regreso a su dormitorio, lo recostó en su cama, le quitó los tenis, lo arropó, apagó la luz de la celda y cerró la puerta. Al día siguiente, a eso de las 10 a.m., Urdinola esperaba la visita de su esposa Lorena Henao. Aún con el guayabo de la noche anterior, se levantó, sacó un analgésico de la mesa de noche, caminó hasta el nochero del lado opuesto, estiró la mano para alcanzar el celular y llamó a Lorena. —Mija, dónde está —preguntó el trasnochado Iván. —Acabo de salir del aeropuerto José María Córdova y tomé la vía Las Palmas rumbo a Itagüí; ¿por qué? —respondió Lorena, extrañada. —Mija,

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