Estrategias Didacticas
Balbu25 de Septiembre de 2014
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CAPITULO
EDUCACIÓN SUPERIOR
Antecedentes de la Educación Superior
A fin de entender el proceso de cambio ocurrido en el nivel de la educación superior, es necesario reflexionar sobre algunos puntos de este fenómeno.
Brunner (1990) afirma que los sistemas de Educación superior son organismos institucionales típicamente modernos. Sin embargo, las universidades, que son su componente más antiguo, se originaron en el siglo XII. Las universidades nacieron como escuelas vocacionales para la enseñanza profesional y atendían las necesidades eclesiásticas y gubernamentales de la sociedad. Los objetivos universitarios se diseñaron paras asegurar que se impartiera a los grupos de personas una formación que les permitiera afrontar los problemas que surgieran en ciertos campos definidos de una práctica que preocupara particularmente a los príncipes y a las iglesias. Se convocó directamente a las universidades para que aportaran la mano de obra que se necesitaba para cumplir con los propósitos del bienestar mental y físico; naturalmente, no fue esa su única obligación, pero no cabe la menor duda de que constituyó una de sus tareas principales y que fue favorecida, además, por numerosos poderes espirituales y seculares. Las especialidades de la época eran: teología, derecho, retórica o las artes liberales y las ciencias. En la Edad Media, el énfasis educativo en las universidades se desplazó de la gramática y la lógica hacia la dialéctica, mientras que la filosofía y el derecho sustituyeron a la retórica. Tanto la dialéctica como la filosofía fueron rigurosamente controladas para que no saltaran las vallas que delimitaban sus terrenos respectivos, y esa guardia y custodia fue ejercida, en términos abstractos, por la teología y por sobre algunos teólogos, debido a que había pensadores que podían violar las normas establecidas por la teología ortodoxa. Los teólogos jugaron este papel durante varios siglos: enseñaron a los hombres a llevar una vida adecuada que tenía la finalidad de salvar sus almas; fueron guardianes de la verdadera fe contra de toda desviación; pero primero y antes que nada, enseñaban a los clérigos lo que debían enseñar (Torstendahl, 1996).
En la universidad medieval no existía una gran separación entre la teología y el derecho. Profesores de ambos campos elaboraron gran parte de las normas que separaban lo correcto de lo incorrecto. La aplicación secular de la enseñanza del derecho hizo que ésta fuera un campo importante a los ojos del Estado y de las autoridades eclesiásticas, pues en la sociedad medieval el conocimiento era utilitario y la teología, el derecho y la medicina eran tipos de conocimiento útiles.
Ya hacia el siglo XVI, por ejemplo, los estudios de derecho se convirtieron en un prerrequisito para seguir una carrera en la Administración del Estado. Existía una relación íntima entre las universidades y el propósito práctico de un funcionario, tanto que se llegó incluso a fundar universidades con este objetivo. Además, se estableció una educación combinada: teórica en las universidades y seguida por una formación práctica fuera de la universidad; la combinación de ambas enseñanzas se convirtió gradualmente, en una condición para seguir la carrera como funcionario del Estado.
En el siglo XVIII, los vínculos entre propósitos prácticos y educación universitarios llegaron a ser dominantes. La “ciencia” administrativa se convirtió en un nuevo campo de aplicación muy amplia que se extendía desde el estudio de la economía agraria hasta la economía política. Este conocimiento tuvo conexiones íntimas con el anterior conocimiento derivado de las posesiones medio privadas y medio públicas de los príncipes europeos, y se combinó con un interés por los mecanismos existentes tras el cambio demográfico. La preocupación por el uso práctico fue más evidente en las ciencias naturales que se desarrollaron rápidamente y que se creía eran importantes para buena parte de la vida cotidiana y, sobre todo, para el avance de la producción agrícola, lo cual denota que la universidad buscó atender los cambios externos provocados por la modernización a través de la formación profesional.
En las universidades; siempre hubo algo parecido a un espíritu científico, según Torstendahl (1996) el desarrollo del pensamiento erudito a partir del siglo XII y el rápido crecimiento de la ciencia a partir del siglo XVI, tuvieron lugar sin que existiera una ideología correspondiente acerca de la universidad como un lugar para la investigación científica libre. Se daba por sentado que la universidad debía servir también a otros propósitos. En el continente europeo se asumió como algo evidente que el Estado, que aportaba los medios necesarios para la existencia de las universidades, podía exigirles legítimamente que le proporcionaran las personas educadas que requería para satisfacer sus necesidades especiales. Por lo tanto, aquí ya se evidencia la relativa autonomía en la universidad con relación a la generación del conocimiento.
Durante los siglos XVII y XVIII, los científicos humanistas de diferentes ramas del saber no formaron círculos universitarios exclusivos separados de los de las otras personas educadas. El amateur educado, como el dilettante (v. glosario), por ejemplo, fue bien recibido en todos los países europeos para que participara en el trabajo erudito y científico. Se entendía que los hombres educados serían capaces de reconocer y apreciar el trabajo intelectual legítimo sin necesidad de documentos y certificados.
En el siglo XIX tuvo lugar un gran cambio en el sistema universitario. Las universidades ya habían empezado a formar parte de los sistemas nacionales antes de 1800, pero lo cierto es que las redes nacionalmente constituidas ya eran las dominantes a finales del siglo XIX. Este desarrollo deja la impresión de que existieron ideales universitarios diferentes en distintos países. Claro que esta interpretación es en parte una cuestión de punto de vista, pero según Torstendahl (1996), a pesar de las diferencias existentes, las universidades europeas se movieron en la misma dirección a un nivel general, es decir; todas ellas se vieron influidas por las mismas ideas nuevas aunque en diversa medida.
En el siglo XIX la educación a nivel superior estableció nuevos vínculos con la sociedad. Los cambios y reformas fueron de varias clases: el primero tuvo lugar dentro de las propias universidades existentes, un segundo cambio consistió en el establecimiento de nuevos tipos de instituciones educativas, casi universidades o en institutos especializados que no tenían un nivel universitario reconocido o una característica notable.
Según Hierro (1990), la condición indispensable para el florecimiento de la universidad y para el cumplimiento de su misión cultural y humana es la libertad académica. La manera de concebir la libertad académica determina, en gran medida, la formación de la enseñanza y el aprendizaje de la ciencia y de las humanidades. Si se entiende la libertad académica como la expresión jurídica de la libre investigación y discusión, la enseñanza de la ciencia y de las humanidades tendrá como objetivo principal la formación de hombres y mujeres que investiguen, discutan y presenten soluciones para enfrentar la problemática teórica y social del Estado que las sostiene y del mundo y la cultura en general.
Aquí la libertad académica está vinculada con la autonomía y la universidad debería ser el espacio de libertad de pensar y de creación por excelencia; el polo de generación de la ciencia y del arte; el lugar donde se reflexiona, entre otras cosas, sobre los comportamientos y la economía; y un taller donde los cerebros son trabajados, por ello, en la definición de universidad, el principio de autonomía es de gran importancia.
La relación de la universidad con la sociedad, con el Estado y con la Nación fue cambiando, del mismo modo que cambiaron los intereses y la economía de los países, los valores y significados, las formas de pensar y de reaccionar del hombre; todos estos cambios invadieron el mundo de la universidad y buscaron en él las adaptaciones necesarias para que el hombre, instruido por la universidad, pudiera corresponder y responder a las distintas realidades. De estas manera, todos los conceptos e ideas de fines y misión de la universidad han sufrido cambios a lo largo de su historia.
Luzuriaga (1959), en su obra “Historia de la educación Pública”, sitúa los orígenes de la instrucción pública en los siglos XVI y XVII en Europa, cuando existía lo que él llamaba “educación pública religiosa”. En efecto, durante esa época los representantes de la Reforma Protestante, los que consideraban que la Educación debía estar ajena a la religión, solicitaban a los jefes de gobierno diseminar la instrucción elemental con la apertura de escuelas. Ya en el siglo XVIII es característico el surgimiento de la “educación pública estatal” cuando, con la influencia del Iluminismo, se empieza un combate contra las ideas religiosas para hacer prevalecer una visión laica del mundo. Este siglo culmina con la Revolución francesa, la cual difunde la bandera de la escuela pública universal, gratuita, obligatoria y laica, lo que afirma con claridad el deber del Estado en materia de educación. Según el mismo autor, el siglo XIX se puede considerar como el siglo de la “educación pública nacional”. Estados y naciones se plantean el problema de la organización de los sistemas nacionales de educación, lo que empieza a hacerse efectivo a final de dicho siglo y principios del
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