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Fronteras Colombo_venezolanas

magliscoco29 de Abril de 2013

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Un estudio cualitativo

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Elizabeth Zamora Cardozo

Universidad Central de Venezuela

Facultad de Ciencias Económicas y Sociales

Introducción

La frontera es principio, también es final, entrada y salida. Lugar de movimientos migratorios. En ese andar se desplazan pensamientos, sentimientos, ideas, mitos. Formas de ver el mundo. Es el sitio donde braceros y espaldas mojadas cruzan en busca de trabajo. Donde transita la mujer colombiana, mexicana o boliviana que cuida al niño de la estadounidense, de la venezolana o de la chilena. El lugar donde el infante duerme con las canciones de cuna tradicionales de "al lado", y aprende el Gloria inmarcesible antes que el Gloria al bravo pueblo,1 y viceversa.

En la frontera colombo-venezolana un joven de San Antonio del Táchira, bajo un mismo cielo, se prepara para visitar a su novia, que vive en Cúcuta. También un niño venezolano espera el fin de semana, para jugar al fútbol con su primo colombiano. La frontera es un río, que en Venezuela le dicen Arauca y en Colombia Margua. Que en EE.UU. llaman Grande y en México, Bravo. Sin embargo, la misma agua... es la que corre.

La palabra frontera aparece generalmente como sinónimo de límite. Los politólogos han separado ambos conceptos. El límite es definido como "línea que divide" y la frontera, como un espacio en el que pueden generarse contactos humanos caracterizados por múltiples relaciones derivadas de la interacción social.

La noción de frontera se relaciona con los conceptos de país, nación, Estado, pueblo, ciudadanía, territorialidad, patria, soberanía e identidad nacional, entre otros. Connota lo de aquí y lo de allá. Lo mío y lo tuyo. También significa lo nuestro, que se materializa y repre¬senta a través de hibridaciones culturales, posibilitadas por el contacto entre grupos sociales de uno y otro lado. Aquí se enmarca la pregunta inicial de esta investigación. ¿Cómo se percibe y aprehende el fenó¬meno desde la propia frontera? Para ello anduve por San Antonio y Ureña en el estado Táchira en Venezuela; y por Cúcuta, en Colombia. También por Guasdualito y El Amparo, en el estado Apure y por el departamento de Arauca, en el vecino país. Realicé entrevistas en pro¬fundidad e historias de vida a familias populares de los pueblos vene¬zolanos que se mencionan, así como a informantes que pueden cali¬ficarse de "testigos claves". A este recorrido se suma mi paso, en condición de "visitante" por La Guajira y el Amazonas, en el lado venezolano.

Todo comenzó en 1988 cuando, para optar al título de sociólo¬ga, realicé en San Antonio y Ureña el trabajo de grado titulado: Cuan¬do el límite se desdibuja. Entrevisté a colombianos y a venezolanos en ambos lados de la frontera. Fue la primera fase de esta investigación. De la pregunta inicial, ¿Cómo es vivida la frontera desde la frontera misma?, han derivado otras interrogantes plasmadas en estas páginas.

En medio de las diferencias culturales existentes entre las regio¬nes que forman la franja fronteriza colombo-venezolana, ¿cuáles son los elementos que nos permiten identificar como "sujetos de frontera" a quienes habitan este espacio?¿Qué tipo de hechos, de lo macro y lo micro-social demarcan el límite internacional, y señalan que se forma parte de Estados nacionales específicos?¿Cuáles reflejan patrones de integración?¿Qué características tiene una frontera en interacción social?

¿En qué medida este espacio determina los modos de vida de quienes lo viven desde dentro? ¿De qué manera es contada la frontera por quienes residen en pueblos limítrofes? ¿Cómo se auto define el habitante de la zona? ¿Cómo considera que lo ven desde "el centro"? ¿Es considerada una zona de tensión en la magnitud que se expresa en los medios de comunicación social de Venezuela? Estas inquietudes, también son centrales en el libro de mi autoría titulado: Tramas de vida en la frontera colombo-venezolana. (San Antonio-Ureña-Norte de Santander). Las ideas esenciales, así como diversos pasajes que allí aparecen, se insertan en estas reflexiones. Ha sido la segunda fase de investigación.

En 1992 realicé en Ureña historias de vida a tres generaciones de la familia Rodríguez. A doña Ludovica, a tres de sus hijos (Aura Ludovica, Jesusa Ludovica, y Ludovico Segundo) y a dos de sus nietos (Gladis Ludovica y Ludovico Tercero) 2 quienes muestran aspectos de una frontera vivida en tres tiempos. A sus experiencias se suman diver¬sas conversaciones informales con otros miembros de la familia. En 1997 me trasladé de nuevo al Táchira. Realicé historias de vida a ocho ancianos. Seis en Ureña y dos en San Antonio. A doña Matilde Ruiz, a doña Cora, "la cacica", quien por treinta años se desempeñó como requisadora3 en el Aeropuerto Internacional de San Antonio del Táchira. En el pueblo la conocen como "La vieja Cora". También a doña Diana fundadora de una aldea en Ureña, a doña Luisa y a doña Saturnina, una experimentada "lectora de cartas"4 Entrevisté a don Eleuterio, a don Lucas, y a don José. Para el momento, ellos tenían entre setenta y ochenta y siete años de edad.

Constituyen la primera generación, especificada con el signo (1G). Exceptuando a don Eleuterio, a doña Diana y a doña Saturnina, reali¬cé historias de vida a los hijos de los informantes de la primera genera¬ción. Luisa Eugenia, Cora María, Cruz Margarita, José Segundo y Jesús Matilde. Contaban entre 34 y 45 años de edad. Formaron parte de la segunda generación (2G). En el caso de doña Luisa y don José, las historias fueron realizadas también a miembros de la tercera genera¬ción (3G) Luisa María y José Tercero. Todos venezolanos. Incluyendo la de "Los Rodríguez," realicé un total de seis historias familiares. Ma¬ría, Jairo Vila "el heladero", y Nieves, son los nombres de tres colom¬bianos que habitan en San Antonio y Ureña. Narraron parte de su vida. Ángela, una abogada de la zona, junto a un dirigente político, y un joven que se autodefinió como colombo-venezolano, a quien bau¬ticé "El Lice",5 fueron también testigos claves. Sumaron 27 las historias analizadas.

Entre 1998 y 2001, me dispuse a emprender una nueva fase de este camino. Esta vez en Apure. Guasdualito y El Amparo fueron los pueblos escogidos para la andanza. Quería aproximarme a la manera como la gente de los Llanos vive la realidad de frontera. No contaba con las relaciones amistosas que tenía en el Táchira. La inserción en la zona se me hizo más difícil.

Conversé con algunos colegas nativos de Guasdualito, lo que propició contactos importantes. Una coincidencia afortunada, fue el hecho de que mi auxiliar de investigación, la bachiller Alexandra Ochoa, tuviese parientes que residen en El Amparo. Esto facilitó mi acerca¬miento a la zona.

Partimos en autobús desde Caracas. La madrugada nos sorpren¬dió en pleno llano. Vi amaneceres con colores que se confundían con el verde del pasto. Hacía esfuerzos para tratar de que aquellas imágenes se quedaran grabadas en mi memoria. Me parecía tener en las manos un gran álbum de fotografías, donde podía pasar en milésimas de segun¬dos, hojas llenas de representaciones pictóricas. Bueyes acostados junto a un lago, a su alrededor y sobre ellos, las garzas blancas se deslizaban con una suavidad que incitaba al recogimiento. Árboles que entre sus ramas dejaban ver el cielo. Al paso del autobús miré a varios hombres en la faena de tejer chinchorros. Al lado, la típica taza de peltre. Supuse que llena de café. Fueron catorce las horas de viaje.

Al llegar a Guasdualito los familiares de Alexandra nos espera¬ban. Apenas llegamos al terminal de pasajeros, su tío me dijo: "estese tranquila, que la frontera no es como la pintan, aquí se vive bien". Sus palabras resumían una de las principales preocupaciones de los habi¬tantes de la zona: la manera como consideran que son percibidos des¬de el centro. En tanto parte de la frontera, se sienten portadores del estigma de zona roja y de tensión que prevalece en los diarios capitali¬nos, cuando se hace referencia al lugar. En veinte minutos arribamos a El Amparo.

Los viajes posteriores hacia Apure, los hice sola. Traté de equili¬brar el número de entrevistas realizadas en ambos estados. Los roles de los testigos claves y las ocupaciones. Políticos, maestros, amas de casa, obreros, estudiantes, y cultores populares son entrevistados en el Táchira y en Apure.

Al igual que en el Táchira, entrevisté a tres generaciones de ha¬bitantes de dos pueblos de la zona. La primera estuvo conformada por personas entre sesenta y noventa años. Entre ellos tenemos a don Jesús Real Mercado, conocido como "don Realito", el curandero del pue¬blo, don Luis Ayala, un ex Guardia Nacional, don Ramón Briceño, quien se definió como binacional, don Sócrates, un anciano que cuan¬do niño acompañaba a su madre en las labores de partera. También don Cristóbal y don Faustino, quienes dedicaron la mayor parte de su vida a "trabajar llano", como denominan la faena de criar animales y labrar la tierra. Don Folco, padre e hijo, descendientes de familias italianas que poblaron Guasdualito. Don Genaro Labanchi, "un llane¬ro nacido en Italia", quien a los noventa y tres años y en perfecto estado de lucidez, relata sus vivencias. Fueron ocho los entrevistados integrantes de la primera generación.

Entre los hombres de la segunda generación, realicé historias de vida a Folco, hijo. A William, un joven dirigente político de El Amparo. A

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