John Fiske (1987)
patoevuBiografía16 de Diciembre de 2013
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John Fiske (1987) “Los estudios culturales británicos y la televisión”. En: Robert Allen
(ed.), Channels of discourse. Television and contemporary criticism. North Carolina, University of North
Carolina Press. Traducción y adaptación de Fernanda Longo.
El término cultura, tal como es utilizado en la frase “estudios culturales”, no
tiene un énfasis ni estético ni humanístico, sino político. La cultura no es el producto
estético del espíritu humano erigiéndose como un baluarte en contra de la corriente del
infecto materialismo y la vulgaridad industrial, sino más bien un modo de vivir dentro
de la sociedad industrial que engloba todos los sentidos de esta experiencia social.
Los estudios cuturales se refieren a la generación y circulación de sentido en las
sociedades industriales. Y la tradición desarrollada en Inglaterra en la década del
setenta, estuvo necesariamente centrada en esta problemática. En este capítulo se
intentará describir ampliamente el trabajo realizado por el Centro de Estudios
Contemporáneos de la Universidad de Birmingham (CCCS), bajo la dirección de Stuart
Hall, con algunas referencias al trabajo de Raymond Williams y de la revista Screen.
Los estudios culturales desarrollados en el CCCS son esencialmente marxistas, en las
tradiciones desarrolladas por Louis Althusser y Antonio Gramsci, aunque en el
marxismo puede haber algunas veces acentuada una veta estructuralista, y otra una
etnográfica.
Algunos presupuestos marxistas básicos sostienen todos los trabajos ingleses en
estudios culturales. Estos parten de la concepción de que los sentidos y la construcción
de los mismos (que juntos constituyen la cultura) están vinculados de modo indivisible a
la estructura social, y sólo pueden ser explicados en función de esta estructura y su
historia. Correlativamente, la estructura social es reproducida, entre otras fuerzas, por
los sentidos que la cultura produce. Estos sentidos son no sólo sentido de la experiencia
social sino también sentido de sí mismo, esto es, construcciones de la identidad social
pro la que la gente que vive en sociedades capitalistas industriales es capaz de
significarse a sí misma y a sus relaciones sociales. Los sentidos de la experiencia y los
sentidos del sujeto que vive esa experiencia son finalmente parte del mismo proceso
cultural.
Por debajo de estos trabajos, está también la asunción de que las sociedades
capitalistas son sociedades divididas. El eje primario de división fue pensado
originalmente en relación a la clase, aunque actualmente puede ser reemplazado por el
género (en el sentido biológico, masculino y femenino) como el productor de diferencia
social más significativo de nuestro días. Otros ejes de división son la raza, la
nacionalidad, la franja etaria, la religión, la ocupación, la educación, la pertenencia
política, etc. La sociedad, entonces, no es un todo orgánico sino uan red compleja de
grupos, cada uno con intereses distintos y relacionados unos con otros en términos de su
relación de poder con las clases dominantes. Las relaciones sociales son comprendidas
en términos de poder social, en términos de una estructura de dominación y
subordinación que nunca es estática, sino que es siempre el lugar de la contestación y la
lucha. El poder social es el poder que alcanza una clase o grupo, servido por la
estructura social como un todo, y la lucha social es la contestación de este poder por los
subordinados. En el terreno de la cultura, esta contestación toma la forma de la lucha
por la apropiación del sentido, en la cual las clases dominantes intentan “naturalizar” los
sentidos que sirven a sus intereses incorporándolos al “sentido común” de la sociedad
como un todo, mientras las clases subordinadas se resisten a este proceso de distintas
maneras, mientras las clases subordinadas se resisten a este proceso de distintas
maneras, y en distintos grados, a la vez que tratan de construir sentidos que sirvan a sus
propios intereses.
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Pero el intento de las clases dominantes de naturalizar estos sentidos no s el
resultado de una intención conciente de los miembros individuales de estas clases
(aunque la resistencia sí es frecuentemente, aunque no siempre, conciente e intencional).
Por el contrario, debe ser entendido como el trabajo de la ideología inscripta en las
prácticas sociales y culturales de una clase y por lo tanto en los miembros de la misma.
Esto nos lleva a otra asunción básica: la cultura es ideológica.
La tradición de los estudios culturales no ve a la ideología en su sentido marxista
vulgar, como “falsa conciencia”; por esto ha agregado la asunción de que una
conciencia verdadera no sólo es posible, sino que realmente tendrá lugar cuando la
historia nos conduzca a la sociedad del proletariado. Esta suerte de idealismo no parece
el más apropiado en el final del siglo veinte, en el que pareciera haberse demostrado, no
la inevitable autodestrucción del capitalismo, sino más bien su impredecible habilidad
para reproducirse a sí mismo y par absorber dentro de sí las fuerzas de la oposición y la
resistencia. El desarrollo histórico deja serias dudas acera de la posibilidad de una
sociedad sin ideología, en la cual la gente tenga una verdadera conciencia de sus
relaciones sociales.
El estructuralismo, otra influencia importante en los estudios culturales ingleses,
también niega la posibilidad de una verdadera conciencia, para lo cual argumenta que la
realidad sólo puede ser dotada de sentido a través del lenguaje y otros sistemas
simbólicos. Por lo tanto, la idea de una verdad objetiva, empírica, es insostenible. La
verdad debe ser siempre comprendida en términos de cómo está construida, para quién y
en qué momento. La conciencia nunca es el producto de la verdad o la realidad, sino
más bien de la cultura, la sociedad y la historia.
Althusser y Gramsci fueron los teóricos que ofrecieron un modo de articular
tanto el estructuralismo (e incidentalmente el freudismo) como la historia del
capitalismo del siglo veinte con el marxismo. Para Althusser, la ideología no es un
conjunto estático de ideas impuestas sobre los sectores subalternos por las clases
dominantes, sino más bien un proceso dinámico constantemente reproducido y
reconstituido en la práctica –esto es, en la forma en que la gente piensa, actúa y se
comprende a sí misma y a las relaciones que mantiene dentro de la sociedad1. Rechaza
la vieja idea de que la base económica de la sociedad determine la totalidad de la
superestructura cultural. Reemplaza el modelo base-superestructura con su teoría de la
sobredeterminación, lo que no sólo permite a la superestructura influir sobre la bse, sino
que también produce un modelo de relación entre la ideología y la cultura que no está
determinado únicamente por las relaciones económicas. En el centro de su teoría, está la
noción de aparatos ideológicos del estado (AIE), que representan instituciones sociales
tales como la familia, la escuela, el lenguaje, los medios de comunicación, los partidos
políticos, etc. Estas instituciones generan en la gente la tendencia a comportarse y a
pensar en modos socialmente aceptables (por el contrario, los aparatos represivos del
Estado, como la fuerza de policía o la ley, coercionan a la gente para que se comporte
de acuerdo a las normas sociales). Las normas sociales, o aquello que es socialmente
aceptable, no son por supuesto ni neutrales ni objetivas: se han desarrollado en función
de los intereses de aquellos que ejercen el poder social, y trabajan para mantener esos
espacios de poder naturalizándolas e incorporándolas al sentido común compartido. Las
normas sociales están, al mismo tiempo, orientadas a favor de una clase particular o un
grupo de clases, y aceptadas como naturales por las otras clases, aún cuando los
intereses de éstas sean directamente opuestos a la ideología reproducida.
1 Louis Althusser, “Ideology and Ideological State Apparatuses”, in Lenin and Philosophy and Other
Essasys (London: Nex Left Books, 1971).
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Estas normas son comprendidas en los trabajos cotidianos de los aparatos
ideológicos del estado. Cada una de estas instituciones es “relativamente autónoma” y
no hay conexiones evidentes entre cada una de ellas –el sistema legal no está
explícitamente conectado con el sistema escolar, ni con los medios, por ejemplo- aun
cuando todas ellas lleven a cabo un trabajo ideológico similar. La característica más
significativa de los AIE es que todos ellos se presentan a sí mismos como socialmente
neutrales, como no favoreciendo a ninguna clase en particular. Cada uno se presenta a sí
mismo como una institucionalización de la igualdad y la justicia; el hecho es que las
normas que son usadas para definir estos valores derivan de los intereses de las clases y
grupos dominantes.
La teoría althusseriana de la sobredeterminación explica la congruencia entre
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