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LA CASA DEL ALFARERO


Enviado por   •  8 de Noviembre de 2012  •  6.025 Palabras (25 Páginas)  •  884 Visitas

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LA CASA DEL ALFARERO

Jer. 18:1-4; 2 Ti 2:20

El Alfarero

Casi todo el mundo sabe lo que es un alfarero. El alfarero es una persona que moldea el barro para hacer con él diversos objetos. Antiguamente los alfareros trabajaban el barro con las manos, dándole diferentes formas. El barro era puesto sobre una tabla circular que estaba unida por un eje central a una rueda más pequeña, cerca del suelo. El alfarero, al hacer, girar con los pies la rueda inferior, hacia girar también la rueda superior, y con las manos, moldeaba el barro que giraba. Así, los utensilios de barro eran hechos según la voluntad del alfarero.

Cierta vez, Dios envió al profeta Jeremías a la casa del alfarero (Jer 18:1-4). Cuando leemos este pasaje, nos damos cuenta de que el mismo Dios es el alfarero. ¿Ya oyó decir que Dios es el alfarero? Hemos oído decir que Dios es todopoderoso y que está sentado en Su trono en el cielo. Ciertamente, nuestro Dios es omnipotente, pero Él también es un alfarero muy práctico que trabaja con Sus propias manos para moldear Sus vasos.

LA CASA DEL ALFARERO

Si Dios es el alfarero, entonces la casa del alfarero es la casa de Dios. El apóstol Pablo nos dice claramente en 1 Timoteo 3:15, que la casa del Dios vivo es la iglesia. Dios no es una estatua inmóvil que adorna un mueble. Él es una persona viva y tiene también una casa viva. El libro de Efesios nos revela que la iglesia es la familia de Dios, la habitación de Dios en el espíritu (Ef 2:19, 22). En la epístola a los Hebreos leemos que la iglesia es la casa de Dios (He 3:5, 6). Por tanto, no nos queda ninguna duda de que la iglesia es la casa de Dios, la casa del Alfarero.

Romanos 9:21-23 afirma que, del mismo barro, el alfarero puede hacer un vaso para honra y otro para deshonra, según Su voluntad. Dios es soberano, y como el Alfarero divino, tiene potestad sobre el barro, para hacer de la misma masa vasos para honra destinados para gloria, o vasos para deshonra destinados para destrucción. Tratándose de la elección de Dios, todo depende de Su misericordia. Es únicamente por Su misericordia que hoy podemos ser vasos en Su casa, la iglesia. Debemos ser impresionados con este asunto de los vasos. Cuando observamos a los hermanos en una reunión de la iglesia, ¿cuál es la característica que más nos llama la atención? ¿Será su manera de vestir? o ¿la forma como las hermanas se peinan? ¿0 será la manera de hablar de cada uno? ¿Qué vemos en la reunión de la iglesia? ¿Qué esperamos ver en la casa del alfarero? En la casa de Dios hay muchos vasos de misericordia. Cada hermano es un vaso, cada hermana es un vaso, y nuestro Dios, como el Alfarero, está trabajando cuidadosamente para moldear Sus vasos. ¡Aleluya, en la iglesia, en la casa del Alfarero, los vasos están siendo preparados para gloria!

La iglesia no sólo es un lugar agradable, donde hay personas sonrientes e himnos bonitos. Esto es sólo la parte visible; en otras palabras, la iglesia es en realidad, la casa del Alfarero, donde hay vasos de misericordia que están siendo preparados en las manos del divino Alfarero. Dios está haciendo una gran obra en esta tierra: Él nos está conformando a la imagen de Su Hijo. Él está trabajando en la iglesia en cada uno de Sus hijos. Estamos sobre las "ruedas", y Dios nos está moldeando con Sus propias manos por medio de Su Palabra.

"LEVÁNTATE Y VETE"

Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: Levántate y vete a casa del alfarero (Jer. 18:1-2a)

Podemos pensar que estas palabras no fueron dirigidas a nosotros, sino a Jeremías, en el Antiguo Testamento, y que nosotros estamos ahora en el Nuevo Testamento y no somos siervos tan especiales como él. Pero jamás olvidemos que la Palabra de Dios es viva, eterna y eficaz, y que quien nos escogió fue Dios. Somos hijos de Dios y Sus siervos en esta tierra, por lo cual toda la Palabra de Dios está dirigida a nosotros. En Jeremías 18:1 leemos: "Palabra de Jehová que vino a Jeremías". Siempre que tenemos un corazón con una motivación pura, la palabra del Señor también vendrá a cada uno de nosotros; y con intrepidez podremos decir: "Palabra de Jehová que vino a Jeremías, a José, a Gustavo, a Marina, a Lucía, etc."

Para que podamos ser siervos fieles y útiles en las manos de nuestro Poseedor, tenemos que desear que la Palabra del Señor venga a cada uno de nosotros.

¿Qué le dijo el Señor a Jeremías? "Levántate y vete a la casa del alfarero, y allí oirás mis palabras". Esto es lo mismo que decir: "¡Levántate, despierta!", indicando que, de nuestra parte, debe haber una disposición activa para seguir al Señor. Debemos salir de toda actitud pasiva, inerte e indiferente. Ser pasivo es fácil y cómodo: basta cruzarse de brazos y esperar eternamente que sucedan las cosas. Sin embargo, levantarse es más difícil, pues demanda acción. ¿Qué puede activar y motivar nuestra disposición? Una meta. Mientras más preciosa sea nuestra meta, mayor será nuestra disposición para alcanzarla. Por ejemplo, si tu meta es llegar a tener un excelente empleo en la empresa más grande, tú necesitas disponerte para esto. Tú debes ser el mejor profesional, por tanto debes estudiar en la mejor escuela, y esto implica esfuerzo.

En la vida espiritual, nuestra disposición es especialmente importante. Nuestra meta es ganar al mismo Cristo con todas Sus riquezas inescrutables. Para alcanzar la más elevada meta del universo, ¿será que no vale la pena pagar el precio que sea necesario? Que el Señor tenga misericordia de nosotros y abra más nuestros ojos espirituales para que podamos ver Su amable Persona. Y mientras más contemplemos al Señor, más seremos atraídos por Él, y desearemos seguirlo más de cerca. Hay un himno que describe el deseo de un joven al consagrarse:

Señor quiero seguirte, Por eso, mi vida te doy La parte más activa, más rica, Más atrayente, codiciada y preciosa. Señor te doy toda mi juventud Para seguirte... Para seguirte...

DESCENDER A LA CASA DEL ALFARERO

La juventud es realmente la parte más codiciada de nuestra vida, por el mundo y por Satanás. ¿A quién le entregaremos nuestra vida, a Cristo o a Satanás? ¿A la iglesia o al mundo? La decisión está en nuestras manos. Nosotros, que ya conocemos a Cristo y la iglesia, tenemos medio camino recorrido. Ahora sólo nos queda perseverar en seguir al Señor de cerca y cooperar con Su mover en esta era en que vivimos.

Oír la voz del Señor es fundamental para quien quiere seguirlo. Oigamos Su voz: "Levántate". No somos muertos vivientes

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