Las Batallas En El Desirto
Enviado por luisitorey1234 • 21 de Febrero de 2014 • 11.056 Palabras (45 Páginas) • 233 Visitas
EL MUNDO ANTIGUO
Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquél?; Ya había supermercados
pero no televisión, radio tan sólo: Las aventuras de Carlos Lacroix, Tarzán, El Llanero
Solitario, La Legión de los Madrugadores, Los Niños Catedráticos, Leyendas de las
calles de México, Panseco, El Doctor I.Q., La Doctora Corazón desde su Clínica de
Almas. Paco Malgesto narraba las corridas de toros, Carlos Albert era el cronista de
futbol, el Mago Septién trasmitía el beisbol. Circulaban los primeros coches producidos
después de la guerra: Packard, Cadillac, Buick, Chrysler, Mercury, Hudson, Pontiac,
Dodge, Plymouth, De Soto. Íbamos a ver películas de Errol Flynn y Tyrone Power, a
matinés con una de episodios completa: La invasión de Mongo era mi predilecta.
Estaban de moda Sin ti, La rondalla, La burrita, La múcura, Amorcito Corazón. Volvía a sonar en todas partes un antiguo bolero puertorriqueño: Por alto esté el cielo en el
mundo, por hondo que sea el mar profundo, no habrá una barrera en el mundo que mi
amor profundo no rompa por ti.
Fue el año de la poliomielitis: escuelas llenas de niños con aparatos
ortopédicos; de la fiebre aftosa: en todo el país fusilaban por decenas de miles reses
enfermas; de las inundaciones: el centro de la ciudad se convertía otra vez en laguna,
la gente iba por las calles en lancha. Dicen que con la próxima tormenta estallará el
Canal del Desagüe y anegará la capital. Qué importa, contestaba mi hermano, si bajo
el régimen de Miguel Alemán ya vivimos hundidos en la mierda.
La cara del Señorpresidente en dondequiera: dibujos inmensos, retratos
idealizados, fotos ubicuas, alegorías del progreso con Miguel Alemán como Dios Padre,
caricaturas laudatorias, monumentos. Adulación pública, insaciable maledicencia
privada. Escribíamos mil veces en el cuaderno de castigos: Debo ser obediente, debo
ser obediente, debo ser obediente con mis padres y con mis maestros. Nos enseñaban
historia patria, lengua nacional, geografía del DF: los ríos (aún quedaban ríos), las
montañas (se veían las montañas). Era el mundo antiguo. Los mayores se quejaban de
la inflación, los cambios, el tránsito, la inmoralidad, el ruido, la delincuencia, el exceso
de gente, la mendicidad, los extranjeros, la corrupción, el enriquecimiento sin límite de
unos cuantos y la miseria de casi todos.
Decían los periódicos: El mundo atraviesa por un momento angustioso. El
espectro de la guerra final se proyecta en el horizonte. El símbolo sombrío de nuestro
tiempo es el hongo atómico. Sin embargo había esperanza. Nuestros libros de texto
afirmaban: Visto en el mapa México tiene forma de cornucopia o cuerno de la
abundancia. Para el impensable año dos mil se auguraba -sin especificar cómo íbamos
a lograrlo- un porvenir de plenitud y bienestar universales. Ciudades limpias, sin
injusticia, sin pobres, sin violencia, sin congestiones, sin basura. Para cada familia una
casa ultramoderna y aerodinámica (palabras de la época). A nadie le faltaría nada. Las
máquinas harían todo el trabajo. Calles repletas de árboles y fuentes, cruzadas por
vehículos sin humo ni estruendo ni posibilidad de colisiones. El paraíso en la tierra. La
utopía al fin conquistada.
Mientras tanto nos modernizábamos, incorporábamos a nuestra habla términos
que primero habían sonado como pochismos en las películas de Tin Tan y luego
insensiblemente se mexicanizaban: tenquíu, oquéi, uasamara, sherap, sorry, uan
móment pliis. Empezábamos a comer hamburguesas, pays, donas, jotdogs, malteadas,
áiscrim, margarina, mantequilla de cacahuate. La cocacola sepultaba las aguas frescas de jamaica, chía, limón. Los pobres seguían tomando tepache. Nuestros padres se
habituaban al jaibol que en principio les supo a medicina. En mi casa está prohibido el
tequila, le escuché decir a mi tío Julián. Yo nada más sirvo whisky a mis invitados: hay
que blanquear el gusto de los mexicanos.
II
LOS DESASTRES DE LA GUERRA
En los recreos comíamos tortas de nata que no se volverán a ver jamás.
Jugábamos en dos bandos: árabes y judíos. Acababa de establecerse Israel y había
guerra contra la Liga Árabe. Los niños que de verdad eran árabes y judíos sólo se
hablaban para insultarse y pelear. Bernardo Mondragón, nuestro profesor, les decía:
Ustedes nacieron aquí. Son tan mexicanos como sus compañeros. No hereden el odio.
Después de cuanto acaba de pasar (las infinitas matanzas, los campos de exterminio,
la bomba atómica, los millones y millones de muertos), el
...