Las Carceles Del Mundo
zuleimaruiz7 de Mayo de 2013
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1.- LAS CARCELES EN EL MUNDO
La relación entre neoliberalismo y las cárceles se mueve por el camino de la criminalización de la pobreza. Las macro – cárceles se perciben aisladas del entorno social; además se dividen y subdividen en aislamientos progresivos hacia su interior, lo que supone más y más codificaciones de personas. Según los delitos; según las edades, según sus relaciones con la policía; según lo que posean o no, más allá de que todos están privados de la libertad. Mientras algunos tienen espacios amplios y salidas dentro de los predios, otros deben reducir su existencia a los “buzones” de incomunicados. Si bien todo es cárcel, son estímulos o castigos que dependen de resoluciones no siempre provenientes de criterios comunes o de reglamentos internos que las justifiquen, sino del poder económico o influencias de los internos con otras personas de poder. Dentro de las instituciones se reproducen las prácticas y conductas extrínsecas a ellas.
La vida carcelaria transcurre detrás de altos muros, generalmente de colores insípidos a los fines de desincentivar los estímulos sensoriales; sistemas de seguridad planificados para reducir los contactos humanos entre los presos entre sí; entre ellos con el exterior y obviamente entre internos y guardia cárceles; regímenes de castigos que apelan al dolor físico o a discursos que tienden a agitar psicológicamente tanto a los internos como a empleados; estas son algunas de las pautas culturales-institucionales que marcan esos “cementerios de historias”.
Esta aproximación heurística es válida para comenzar a comprender el efecto de las políticas públicas neoconservadoras para el abordaje de esta cuestión. Esta trama también fue alcanzada, como diría Foucault, por la lógica de la mercancía.
Se las denomina macro-cárceles porque son edificaciones inmensas o porque las habitan cientos de personas, sobrepasando cualquier límite imaginable entre ellos y el espacio real indispensable para la convivencia. El modelo de macro-cárceles es la transferencia neoliberal al orden punitivo, lo que se reduce a una fácil ecuación: maximizar los beneficios reduciendo las inversiones, ya que en estos procesos se esconden utilidades económicas para los grupos de poder que negocian con la seguridad. Esta también se privatizó, dando paso a corporaciones especializadas en cárceles, cuyos capitales cotizan en la Bolsa (caso EE. UU). Estas cadenas de retribuciones económicas abarcan desde las construcciones edilicias hasta los recursos humanos que abordarán los tratamientos para la “reinserción”, pasando por suministros, economatos, seguridad interna etc. Lo que termina sobreexplotando a los más desfavorecidos en medio de un discurso que publicita acciones en pro de los derechos de las personas privadas de su libertad.
Estos ejes interactúan entre sí para institucionalizar una red de injusticias y discriminaciones que, al final, sirven para agredir la dignidad de las personas presas y muchas veces de los empleados que no forman parte de los cuadros de autoridades, afectando a todos los individuos de manera diferente. Las realidades particulares difieren por sus personalidades, conductas, comportamientos, tipos de delito y sobre todo por las peculiaridades de los contextos sociales que coadyuvaron a la construcción del sujeto. Casi puede afirmarse que la cárcel es el imperio de la discriminación y la exclusión.
Relacionar a la pobreza con la criminalidad proviene de los interrogantes surgidos ante el aumento de la delincuencia, elevando la población carcelaria desde hace un cuarto de siglo, cuando en realidad esta era una institución que estaba en vías de extinción en algunos países desarrollados. No siempre las acciones delictuales son las causas de este fenómeno, por ejemplo en EE.UU. la población carcelaria se ha cuadriplicado, mientras que los índices delictivos se han mantenido estables.
La llegada del neoliberalismo es coincidente con esta realidad, sobre todo por su actitud ideológica con el fenómeno de la pobreza. Decisiones político-económicas como las desregulaciones, la flexibilización laboral y los capitales móviles que transformaron las economías productivas en economías financieras, empujaron a grandes porciones de la población económicamente activa (PEA), a ser parte de una gran masa de desempleados o subempleados. Desde este nuevo ordenamiento social desde el “sin trabajo” se reconfiguró un nuevo orden social, en el que también la ausencia del estado resquebrajó la trama del tejido de contención, tornándose el paisaje como una pintura sin color, en la que se observan indefinidamente subjetividades sangrantes, alteridades sin escucha.
La solución más fácil y rentable es la represión. El Estado necesita ocultar el conflicto y decide invertir en sistemas de seguridad (policía, gendarmería, armas etc.), para adiestrar a la gente y evitar reclamos por la precariedad laboral, el desempleo, ese no lugar en el que se encuentra, siendo así el sistema carcelario un recinto propicio para neutralizar a quienes pudieren perturbar la gobernabilidad: la clase trabajadora “conflictiva y violenta” que no se acomoda al nuevo modelo de mercado.
O sea que resulta imperativo tener el control social mediante “la ley y el orden” (Wacquant, 2004), una especie de “función de legitimación” ante la retirada del estado. La diseminación de personas sin trabajo produce trastornos que favorecen la indisciplina y el desorden social, cuestiones que desplazan las prácticas colectivas hacia el mundo de los muertos (Scribano y Vergara; 2005) Y para ello están las cárceles o “tumbas”. Es ésta un nueva manera de administrar la miseria, no se trata de combatir la pobreza, sino de esconderla para que el paisaje la del desarrollo no se modifique con quienes abundan y además colman la paciencia social. Paradójicamente en EE.UU. estas zonas que deben pasar desapercibidas se desplazan, mediante discursos fantasmáticos (Hervé Vieillard-Baron, 1991) a ghettos negros y/o latinos; en Europa son ghettos de inmigrantes; en Argentina ghettos de villeros, ocultos debajo de avenidas y puentes que otorgan brillo a la gran ciudad. Castigar la pobreza. Espacios que difier
en según el país de origen, pero se asemejan en cuanto a la filiación de sus habitantes, quienes se identifican plenamente con el hábitat que los rodea, configurados en áreas desemejantes dentro de los recintos urbanos. Su constitución social, económica, cultural es la génesis de los procesos de segregación que han sufrido.
Estados Unidos se convirtió en el primer país encarcelador del mundo, una incoherencia en el referente de la democracia moderna. Tiene dos millones de personas privadas de la libertad, siete veces más que Brasil y mantiene un total de seis millones de personas bajo supervisión criminal. Esto resulta, en términos de mercado, un negocio muy provechoso ya que se convirtió en el tercer empleador del país. El Gobierno recortó todos los Programas Sociales para mantener el sistema, que resiste un costo de 70.000 $ anuales por interno. Desde 1994, California gastó más en sus cárceles que en sus Universidades y los guardia cárceles tienen salarios más altos que los Profesores de nivel medio. El problema es que si bien el delito descendió casi ocho veces, el encarcelamiento subió permanentemente. Entonces ¿cuál es la eficacia de este modelo si se piensa en función de un tejido social sólido? Es decir que la penalización de la pobreza solo prolonga la agonía de las comunidades pobres, impidiendo cualquier intento o esperanza de movilidad social. Esto es producto de las políticas denominadas de “tolerancia cero”.
La concepción de tolerancia cero es errónea si se la traduce como la aplicación de todas las leyes, lo cual es imposible. Su significación trae aparejadas prácticas coercitivas sobre personas oriundas de ciertas zonas simbólicas. Esta afirmación obedece a que no se observa tolerancia cero en delitos administrativos, fraudes comerciales, contaminación ilegal, corrupción política etc. En todo caso existen formas de actividades policiales las que en nombre de la tolerancia cero, se realizan como estrategias de “tolerancia selectiva” (Crawdford A., 1998, p.155)
Muchos encontraron en el negocio de las cárceles una verdadera inversión. Dentro de éstas, sus habitantes no hacen huelgas, no deben pagar aseguradoras de vida, de desempleo, ni mucho menos vacaciones. Los prisioneros están tiempo completo, no hay índices de ausentismo, no llegan tarde; si se niegan a trabajar son encerrados en celdas de aislamiento. El periódico California Prison Focus expresa “ninguna otra sociedad en la historia humana, jamás encarceló tantos de sus propios ciudadanos”. EE.UU. tiene medio millón más de prisioneros que China, país que tiene cinco veces más la población de EE.UU.; tiene el 25% de todos los presos en el mundo, pero solo el 5% de la población mundial. Esto se explica por la privatización del sistema. Los accionistas de estas corporaciones presionan para influir en las leyes penales para expandir esta fuerza laboral, siendo una de las industrias de mayor crecimiento millonario. Tienen acciones en Wall Street, sus propias exhibiciones comerciales, convenciones, websites, catálogos, campañas de anuncios, estudios de arquitectura, empresas de construcción, fábricas de sistemas d
e seguridad, uniformes, ropas adecuadas para prisioneros y guardiacárceles, utensilios caseros, crías de perros, etc.
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