Opinión pública. De qué hablamos cuando hablamos de opinión pública
Javier ArmasEnsayo26 de Marzo de 2017
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CENTRO DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES
DEPARTAMENTO DE COMUNICACIÓN
Lic. Comunicación e Información
De qué hablamos cuando hablamos de opinión pública
Javier de Jesús Armas Saucedo
Séptimo Semestre
Profesor:
David Germez
Abstract
Este ensayo tiene como propósito mostrar la evolución de la concepción de la opinión pública en los distintos tiempos que marcaron un avance en el abstracto de la mente, para intentar concebir una idea, cercana a la ideal, del funcionamiento social y democrático en las estructuras humanas.
Siguiendo una estructura narrativa teórica en su totalidad, cuyo fervor subjetivo e impersonal recae en los puntos finales, para eludir una sub-información de mi parte:
Iniciando con antecedentes, cambios evolutivos, sociedades y democracia. Haciendo pausa en los dos investigadores clave: Habermas y Neumann (entre otros), para finalmente crear bases para relacionarlo con los medios y la cuestionable degradación de la racionalidad.
Palabras clave
-Opinión pública, democracia, poder, cultura, masas, individuo, racionalidad, comportamiento.
De qué hablamos cuando hablamos de opinión pública
El concepto clave de este ensayo es la noción de opinión pública. Pero quizás sería aconsejable separar ambos términos para captar mejor su significado. Una de las primeras definiciones de opinión se encuentra en la Grecia clásica. Según Platón, la opinión o doxa era el punto intermedio entre conocimiento o episteme y la ignorancia.
La opinión implica siempre una actitud personal ante los fenómenos o sucesos y se puede definir como la postura que mantiene un individuo respecto a hechos sucedidos en el mundo real. Por otra parte, el concepto de público puede tener una doble acepción: puede remitir a aquel grupo de personas que, ejerciendo su racionalidad, es capaz de crear opinión, o bien puede referirse a aquellos temas que acaparan el interés de toda la ciudadanía, es decir, a los asuntos de la res pública. En cualquier caso, público deriva casi siempre en el concepto espacio público. Es en el espacio público donde los ciudadanos ejercen libremente su racionalidad y crean un auténtico debate en torno de diversas cuestiones que les atañen.
En sentido amplio, siempre ha habido opinión pública ya que en los orígenes de nuestra especie siempre han existido comunidades cuyos miembros han establecido relaciones entre sí. La mayor parte de las sociedades ha contado con una autoridad y la comunicación entre gobernantes y gobernados ha existido siempre, como en el sentido inverso. En conclusión, en toda organización humana ha estado presente la opinión pública.
Se considera 1750 como el año en que se utiliza por primera vez la expresión “opinión pública”, cuando Rousseau se presenta al premio de la Academia de Dijon con su “Discurso sobre las ciencias y las artes”. Si bien la paternidad de la expresión le corresponde a Rousseau, los primeros esbozos teóricos de la opinión pública se suelen atribuir a los fisiócratas, especialmente a Louis Sebastián Mercier de la Riviere, que parece haber sido el primero en captar el estricto sentido de “opinión pública” y entrever su rol social.
Desde finales de la Edad Media hasta la segunda mitad del siglo xvm se suceden una serie de acontecimientos que poco a poco van cambiando la mentalidad y preparan, en lo que a opinión pública se refiere, la toma de conciencia del fenómeno así como el papel que pueda jugar en la sociedad como fuerza moral y crítica.
Con el Renacimiento se inicia un proceso de mayor confianza en el hombre y un uso de la razón para percibir y solucionar los problemas que el hombre tiene planteados aquí y ahora. La razón se libera de la fe, se vuelve autónoma, y se aleja poco a poco de la idea de lo trascendente. Los humanistas descubren nuevas formas de rigor intelectual, desarrollan el espíritu crítico de los textos y manifiestan un gran respeto por la libertad de opinión. La revolución científica, que se extiende desde el siglo xv hasta el XVII es, ante todo, una revolución en la manera de entender la realidad que entraña una nueva perspectiva en las actitudes mentales. Galileo, que representa el espíritu científico y racionalista de la época, defiende el examen libre de la realidad, atento sólo a pruebas empíricas y a normas de la lógica frente a los principios de la afirmación dogmática.
Nicolás de Maquiavelo, en El Príncipe, desarrolla dos ideas fundamentales para explicar la comunicación política entre gobernantes y gobernados. Por un lado, piensa que el príncipe debe tener o conseguir el favor popular: «A un príncipe le es necesario tener al pueblo de su lado: de lo contrario, no tiene remedio en la adversidad». Por otro, gobernar implica una cierta técnica de las relaciones con las actitudes del pueblo, que habrán de formarse o reformarse por el príncipe cuando fuese necesario. Por tanto, en las relaciones del príncipe con el pueblo, aquél deberá cuidar su imagen, su reputación y no importará el manejo de la opinión pública con tal de mantenerse en el poder. Hasta la hipocresía puede convertirse en un deber.
A lo largo de la historia y en todos los tipos de sociedad pueden observarse clases dominantes y dominadas, siendo las primeras las que imponen su modo de ser, pensar y actuar:
“Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas. Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto dominan como clase y en cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión y, por tanto, entre otras cosas, también como pensadores, como productores de ideas, que regulen la producción y distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean, por ello mismo, las ideas dominantes de la época. Por ejemplo, en una época y en un país en que se disputan el poder la corona, la aristocracia y la burguesía, en que, por tanto, se halla dividida la dominación, se impone como idea dominante la doctrina de la división de poderes, proclamada ahora como 'ley eterna'” (C. MARX y F. ENGELS, La ideología alemana, op. cit., págs. 50 y 51).
Hasta que no existe diálogo entre gobernantes y gobernados no puede hablarse de opinión pública.
El concepto de opinión pública, y tal es su característica principal, es que se ve sometido a un doble proceso.
En cuanto conocimiento vulgar, se va degradando.
Como opinión individual se va sobrevalorando a medida que se construye el sujeto individual, especialmente frente a criterios dogmáticos de la Iglesia y de las clases privilegiadas.
La opinión pública cuaja definitivamente en el contexto de los gobernantes representativos que paulatinamente se van instalando.
A lo largo del siglo XIX se configura una teoría de la opinión pública que se entiende en términos de legitimidad del poder político: cuenta con el respaldo de la opinión de los ciudadanos. Esta característica es central en el régimen político liberal, que se llega a denominar régimen de opinión. Como hemos visto, la opinión pública se forma libremente a partir de la discusión racional, lo que tiene mucho que ver con la democracia deliberativa. Después, la opinión pública se materializa y se oficializa en instituciones como partidos y asociaciones políticas que, al tiempo, tienen como objeto crear opinión. Los partidos son, por tanto, vehículos de la opinión pública.
En esta sociedad, democrática en teoría, los hombres discutirán, opinarán y crearán grandes corrientes de opinión. La palabra se situará en el primer plano de la vida pública
Este nuevo mundo burgués, que también lo es de las masas y de los públicos, se conformará a través de la comunicación social establecida como institución y servida por unas mediaciones técnicas de gran alcance y potencia. Esta sociedad, en la que las masas tendrán una importancia significativa, poseerá la prensa, en un primer momento, y luego los medios audiovisuales como grandes instrumentos creadores de opinión pública y de públicos opinantes. Estas nuevas clases populares jugarán un cierto papel en la vida política del país. Sin embargo, las nuevas sociedades burguesas también despertarán ciertos recelos. En su obra El anticristo, Friedrich Nietzsche denunció la situación que habían creado las sociedades industriales y las tachó de “decadentes” (Nietzsche, 1997: 45). El filósofo alemán advirtió del peligro de las masas que se levantan contra las minorías y censuró la creatividad individual. Ortega y Gasset preveía, como una de las consecuencias de la Revolución Industrial, la aparición de la sociedad de masas, compuesta por individuos “militantes de la uniformidad” (Ortega y Gasset, 1982: 22). Por lo tanto, será en esta sociedad de masas, donde se encuadran burgueses y proletarios, donde nacerán las corrientes de opinión pública, tal como describe Jürgen Habermas.
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