¿Para qué vamos al cine?
holaquehace789Ensayo10 de Septiembre de 2020
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Introducción
La incidencia del cine en la sociedad contemporánea es un hecho definido y estable. Más y más se ve nuestro medio ambiente colmado por esas imágenes en movimiento que, gracias a los avances técnicos, se nos presentan de múltiples formas y con muy diversos propósitos. Entre ellas —televisión, avisos comerciales, vídeo juegos, ahora internet—, la sesión cinematográfica en sala de proyección oscura juega un papel relevante: todos, con mayor o menor frecuencia, vamos al cine, de tal manera que ese ir al cine es parte de nuestro programa habitual como el horario de trabajo, la tertulia familiar o la fiesta para celebrar un cumpleaños o un aniversario de bodas.
Por esa razón se hace necesario el proponernos, con toda conciencia, cultivar siquiera un poco nuestra capacidad de apreciación cinematográfica. Así como hemos aprendido —y se nos enseña— a leer y degustar un libro, aprovechando al máximo su lectura a la vez que ejercitamos nuestra capacidad crítica, así también hemos de aprender a ver, gustar y evaluar las obras cinematográficas a las cuales estamos periódicamente expuestos.
Tal es el propósito de las siguientes páginas, que recogen un breve conjunto de ideas presentadas bajo el título de una introducción al cine, como parte de un curso organizado por el Cineclub Monteávila en el primer semestre del año 1967.
Abundante y de buena calidad es la literatura sobre el tema ¿Por qué añadir entonces a lo ya existente estas escuálidas páginas? La razón es simple y —a nuestro entender— válida: la bibliografía que se puede encontrar tiene un carácter demasiado especializado. Como tal, presupone no sólo el deseo de leerlas sino, en muchos casos, nociones previas que hagan posible su comprensión.
Con estas páginas, por el contrario, se quiere despertar el interés por la educación cinematográfica, hacer ver por qué cualquiera de nosotros debe proponerse en forma consciente mejorar su capacidad de apreciación del cine. Van, pues, dirigidas a todos aquellos que —apartando un poquito de tiempo en su programa semanal— quieran leer sobre el tema, no para ingresar a esa muy respetable fauna de los expertos y críticos del séptimo arte, sino para tener como espectadores la satisfacción íntima de poder distinguir calidades y de apreciar todas las maravillas que un buen film puede encerrar en su interior.
I
¿Para qué vamos al cine?
La primera objeción que alguien encuentra cuando comienza a hablar acerca de apreciación cinematográfica y su importancia, viene dada en la respuesta a esa pregunta básica que da el título a esta sección: ¿Para qué vamos al cine?
La respuesta no puede ser más simple y, por ello, contundente: «voy al cine a divertirme», de lo cual se desprende la objeción más fuerte a cualquier curso de apreciación cinematográfica: «si yo voy al cine a divertirme, ¿para qué complicarme la vida aprendiendo términos técnicos —encuadre, plano, montaje— que, en definitiva ni me van ni me vienen? Dejemos eso para los críticos y déjenme a mí en paz, que ya sé yo lo que me divierte y lo que no, y como pasar un buen rato a cambio de mi dinero».
Diría que, además de ser usualmente la primera respuesta (como se comprueba en la experiencia), ésa es la objeción más fuerte que puede hacérsele a un posible curso de esta naturaleza, primero que nada porque manifiesta una actitud hermética, cerrada de antemano a todo posible aprendizaje. Pero, luego, porque quien habla así ¡tiene razón! Ir al cine es, en la mayor parte de los casos, un medio de diversión, una forma de alejarse por unas horas de la rutina diaria, para pasear por los encantados mundos de la imaginación creadora.
No se trata, pues, de que cambiemos la respuesta, que sigue siendo válida: sí, vamos al cine a divertirnos. Se trata de revisar un tanto lo que se contiene bajo la palabra ‘divertirnos’, no para quitarle su magia sino para ampliar nuestra estimativa y enriquecer nuestra personalidad. Dicho con un ejemplo: mientras hay gente que se divierte más o menos en proporción al número y contundencia de los puñetazos que se den los actores en la película, otros se pueden divertir por el sentido humano de la trama, la belleza de la fotografía o las canciones del film.
¿Qué hay entonces tras la palabra ‘diversión’? Como puede verse, sobre todo un problema de gusto, de preferencias.
Habría pues que recorrer las avenidas del gusto para examinar sus contornos y asomarnos a sus caprichos. A pesar del dicho popular —«de gustos y colores no han escrito los autores»—, un tanto falaz, tendremos que dedicar una de las próximas secciones a tal tarea.
Antes, sin embargo, hemos de discutir un poco la otra implicación, el otro aspecto entrañado en la actitud de quien va a divertirse y se muestra cerrado a toda confrontación con las líneas mayores de un curso de apreciación del cine. A saber, la convicción de que, acaso por ser veteranos en esto de ir al cine (lo hemos estado haciendo por muchos años, desde la temprana infancia), ya nos las sabemos todas, no tenemos nada que aprender sobre ello, como no sea el sofisticado (y, a los ojos del lego, innecesario) vocabulario del crítico. Muy en particular, la convicción de que estamos perfectamente capacitados para juzgar una obra cinematográfica cualquiera, con excepción —claro está— de algunas piezas extravagantes que, como ciertas pinturas abstractas, no se sabe en definitiva si fueron hechas por un mono o por un hombre, ni si están colocadas cabeza abajo o cabeza arriba.
Esta segunda implicación es la que hemos de discutir primero, puesto que constituye el mayor obstáculo a todo diálogo sobre el tema al ser la causa de esa actitud hermética —inconsciente pero, quizá por eso mismo, empecinada— ante el aprendizaje. En ello se juega el destino de estas páginas. Pasemos adelante.
II
Una captación limitada
Para sacudir de alguna forma nuestra cerrada actitud hacia este nuevo aprendizaje podemos hacer el siguiente experimento: ir con un amigo, un día cualquiera, a ver una película —preferentemente, una de corte ordinario, algo a lo que en cierta forma estemos acostumbrados. Pues bien, sin decir nada al otro, procuremos ver el film sin perder detalle: sucesos, nombres, incluso apodos, ambientes… Esto es, hagamos un esfuerzo consciente por concentrarnos en lo que vemos y en tomar buena nota de ello, como si alguien fuera a hacer con nosotros lo que nosotros queremos probar con nuestro amigo a la salida del cine.
Al salir, vamos entonces a tomar el café habitual o unos helados y, en medio de la conversación, comenzamos a interrogarlo sobre lo que ha visto: «¿Qué te pareció la película?» y demás preguntas de ocasión. Pero —y aquí está lo interesante—, en lugar de pasar a otro tema una vez que nos ha dado las respuestas convencionales («Un poco lenta, pero no está mal…»; «la música, muy buena»), comenzamos a acosarlo para que nos dé detalles de lo que vio: ¿Qué escenas te impresionaron más? ¿Cuál es para ti el tema de la película? ¿Por qué? ¿Podrías mencionar alguna secuencia o algunas escenas que den base a tu opinión? ¿Recuerdas lo que dice el abogado defensor cuando se vuelve hacia el jurado? ¿Te pareció acaso que los gestos eran exagerados? ¿Qué tenía de peculiar el juez, aquella sala del tribunal? ¿Qué te pareció la música de fondo cuando X va a su entrevista con Y?
Si llevamos a cabo este experimento con verdadero espíritu inquisitivo (sin abusar de la paciencia de nuestro amigo), encontraremos en seguida, casi siempre, que «no se fijó en esos detalles», como hubiera sido nuestro caso de no haber puesto especial atención en el asunto. Le quedó una impresión general del film, por lo cual no tiene sobre él sino una opinión vaga y no muy fundada.
¿Cuál es el propósito del experimento? Algo muy sencillo: hacernos ver que, usualmente, nuestra captación de lo que se nos presenta en una película es muy limitada. Pero, dirá alguno, ¿qué importancia puede tener eso, si se trata tan sólo de divertirnos? La importancia la podremos inferir de lo siguiente: la posibilidad de apreciar, con más o menos cuidado, mayor o menor acierto, está en función directa del grado de captación logrado. Y el gozo, el disfrute, está a su vez en relación directa con esa apreciación (por no mencionar sino un aspecto, el del deleite).
Quizás una comparación lo haga ver con más claridad: no se sirve un buen cognac a quien está ya borracho, o a quien tiene por costumbre beber puro aguardiente. Sería desperdiciarlo: lo tomará de un trago, sin detenerse a oler su bouquet, sin paladearlo, como lo haría quien sabe distinguir calidades y está en capacidad de hacerlo.
Si nos preguntamos ahora, dentro de la misma comparación, quién tuvo una mejor apreciación del licor, incluso quién lo disfrutó más, pienso que habremos de concluir que aquel que mejor lo supo apreciar. Al borracho, desde luego, «no le cayó mal»; pero sólo lo valoró bien el que captó plenamente su cuerpo, su aroma y su sabor.
A esta capacidad de apreciar es a lo que nos referimos cuando hablamos de iniciación cinematográfica. Es esto lo que se trata de adquirir, de cultivar, no simplemente por la satisfacción eventual que podría producirnos ser un connaisseur, sino porque —ya lo hemos mencionado— el cine es una parte de nuestro ambiente que, como tal, puede y debe contribuir a nuestra madurez humana, a nuestra cultura.
III
«Con los cinco sentidos…»
Regresemos, sin embargo, al punto donde comenzábamos a describir nuestro experimento.
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