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San Marcos

felixdaniel198728 de Noviembre de 2012

899 Palabras (4 Páginas)473 Visitas

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adamente lo que es una cama. Acerca de lo que no sé absolutamente nada (como el supuesto agujero lleno

de maravillas bajo mi lecho) ni siquiera puedo dudar o hacer preguntas.

Así que debo empezar por someter a examen los conocimientos que ya creo tener. Y sobre ellos me

puedo hacer al menos otras tres preguntas:

a) ¿cómo los he obtenido? (¿cómo he llegado a saber lo que sé o creo saber?);

b) ¿hasta qué punto estoy seguro de ellos?;

c) ¿cómo puedo ampliarlos, mejorarlos o, en su caso, sustituirlos por otros más fiables?

Hay cosas que sé porque me las han dicho otros. Mis padres me enseñaron, por ejemplo, que es

bueno lavarse las manos antes de comer y que cuatro esquinitas tiene mi cama y cuatro angelitos que me la

guardan. Aprendí que las canicas de cristal valen más que las de barro porque me lo dijeron los niños de mi

clase en el patio de recreo. Un amigo muy ligón me reveló en la adolescencia que cuando te acercas a dos

chicas hay que hablar primero con la más fea para que la guapa se vaya fijando en ti. Más tarde otro amigo,

éste muy viajero, me informó de que el mejor restaurante de la mítica Nueva York se llama Four Seasons. Y

hoy he leído en el periódico que el presidente ruso Yeltsin es muy aficionado al vodka. La mayoría de mis

conocimientos provienen de fuentes semejantes a éstas.

Hay otras cosas que sé porque las he estudiado. De los borrosos recuerdos de la geografía de mi

infancia tengo la noticia de que la capital de Honduras se llama asombrosamente Tegucigalpa. Mis someros

estudios de geometría me convencieron de que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos

mientras que las líneas paralelas sólo se juntan en el infinito. También creo recordar que la composición

química del agua es H^O. Como aprendí francés de pequeño puedo decir «j´ai perdu ma plume dans le jardin

de ma tante» para informar a un parisino de que he perdido mi pluma en el jardín de mi tía (cosa, por cierto,

que nunca me ha pasado). Lástima no haber sido nunca demasiado estudioso porque podría haber obtenido

muchos más conocimientos por el mismo método.

Pero también sé muchas cosas por experiencia propia. Así, he comprobado que el fuego quema y que

el agua moja, por ejemplo. También puedo distinguir los diferentes colores del arco iris, de modo que cuando

alguien dice «azul» yo me imagino cierto tono que a menudo he visto en el cielo o en el mar. He visitado la

plaza de San Marcos, en Venecia, y por tanto creo firmemente que es notablemente mayor que la entrañable

plaza de la Constitución de mi San Sebastián natal. Sé lo que es el dolor porque he tenido varios cólicos

nefríticos, lo que es el sufrimiento porque he visto morir a mi padre y lo que es el placer porque una vez

recibí un beso estupendo de una chica en cierta estación. Conozco el calor, el frío, el hambre, la sed y muchas

emociones, para algunas de las cuales ni siquiera tengo nombre. También conservo experiencia de los

cambios que produjo en mí el paso de la infancia a la edad adulta y de otros más alarmantes que voy

padeciendo al envejecer. Por experiencia sé también que cuando estoy dormido tengo sueños, sueños que se

parecen asombrosamente a las visiones y sensaciones que me asaltan diariamente durante la vigilia... De

modo que la experiencia me ha enseñado que puedo sentir, padecer, gozar, sufrir, dormir y tal vez soñar.

Ahora bien, ¿hasta qué punto estoy seguro de cada una de esas cosas; que sé? Desde luego, no todas

las creo con el mismo grado de certeza ni me parecen conocimientos igualmente fiables. Pensándolo bien,

cualquiera

...

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