Trabajadoras domésticas en México
Teresa BecerraEnsayo26 de Marzo de 2025
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TRABAJADORAS DOMESTICAS EN MEXICO
Las trabajadoras del hogar en México viven y se desempeñan en condiciones de desventaja y discriminación desde hace siglos, lo que afecta seriamente su bienestar. Es importante reconocer que esto ocurre en un contexto donde la informalidad y la precariedad boral son muy frecuentes, donde existe una gran desigualdad social que alimenta la estratificación ocupacional y donde la desigualad y la segregación ocupacional de género y la división sexual del trabajo todavía generan grandes desventajas para las mujeres. En la actualidad, el 97% de las personas que realizan el trabajo del hogar enumerado son mujeres, y sus condiciones laborales son precarias inferiores a las de otros trabajadores, incluso en actividades similares. Se trata de una actividad a la que recurren no porque resulte tractiva o por vocación, sino por necesidad económica y falta de oportunidades. El trabajo del hogar es una ocupación muy antigua y el perfil de quienes la desempeñan ha variado más que sus condiciones laborales. En general, las herramientas (máquinas o productos de limpieza) que se utilizan en el trabajo doméstico han cambiado más que los arreglos sociales en torno a él. Aunque es vital para la reproducción social pues toda persona necesita que su casa esté limpia, que sus alimentos se cocinen, que su ropa esté lavada, etc., es un trabajo infravalorado e históricamente asignado a las mujeres quienes, en general, lo realizan de forma gratuita sin recibir el reconocimiento que le corresponde.
Entender las características y la situación actual de las TH que desempeñan estas labores de forma remunerada implica considerar al menos tres ejes analíticos. El primero es la desigualdad estructural que, a lo largo del tiempo, ha producido y reproducido una sociedad estratificada donde existe una gran cantidad de personas que se ven obligadas a aceptar empleos precarios y fungir como mano de obra barata en beneficio directo e indirecto de un conjunto reducido y, en general, privilegiado de la población. El segundo es la desigualdad de género en la que las mujeres y sus actividades se ven constantemente demeritadas y subvaloradas en la sociedad. Y el tercero, los cambios sociales y las modificaciones en los modelos económicos de las últimas décadas, que tuvieron repercusiones importantes en el mercado laboral y en las dinámicas familiares. A continuación, se abordan brevemente estos tres ejes de análisis.
1.1 Desigualdad estructural y estratificación social
Uno de los antecedentes históricos que aún repercute en la situación de las TH hoy en día son las estructuras de desigualdad social. El México virreinal era una sociedad con claras desigualdades sociales y legales en las que se gestaron las condiciones de desventaja que persisten para algunos grupos sociales, dentro de ellos la población indígena y afrodescendiente. Incluso considerando que el sistema de castas no fue un sistema de distinción racial tan estricto como los colonizadores o algunos historiadores hubieran imaginado, sin duda existió un proceso de discriminación social, legal y político que permitió a una minoría acaparar las posiciones y ocupaciones sociales privilegiadas? En dicho sistema, la mayoría de las labores domésticas formaron parte de las actividades de un sector de la población cuyo deber era servir a la clase privilegiada, y no necesariamente recibían un pago por ello. La llamada cultura de la servidumbre aún permea la dinámica del trabajo doméstico remunerado de la actualidad. El hecho de que ciertas personas pertenecieran una clase social dedicada al servicio o la servidumbre impidió que sus condiciones laborales y sus ingresos mejoraran, y reprodujo la desigualdad social entre ellos y sus empleadores durante varias generaciones. A lo largo del tiempo, la discriminación estructural ha mantenido en desventaja a ciertos grupos sociales mediante diversos mecanismos de exclusión que limitan las posibilidades de obtener empleos bien remunerados y socialmente valorados, como la falta de acceso a la educación y la capacitación en especial la de calidad o la segregación geográfica. Quienes son sistemáticamente excluidos o expulsados lejos de las fuentes de empleo de calidad deben recurrir a alternativas más precarias." La discriminación estructural aún existe y los efectos adversos de la acumulación histórica de desventajas son evidentes en diversos ámbitos. Por ejemplo, la pobreza, el trabajo del hogar remunerado, la falta de seguridad social y la ocupación en trabajos socialmente poco valorados son más comunes entre la población indígena que en el resto de la sociedad'?
En síntesis, la desigualdad estructural que genera una sociedad estratificada también produce un conjunto de población excluida de los medios para logar movilidad social, sean éstos el acceso a la educación, al empleo de calidad o al capital. Estas personas se ven condicionadas estructuralmente a aceptar empleos precarios o estigmatizados, a tener ingresos bajos y con pocas posibilidades de negociar mejoras en sus condiciones de empleo, ya que sus bajos niveles educativos, su nivel socioeconómico, su trayectoria laboral o la sobrecarga de trabajo no remunerado (dobles y triples jornadas), se vuelven obstáculos que evitan mejores condiciones de contratación. La estratificación social, que muchas veces se expresa en jerarquías ocupacionales, también favorece que, al mejorar las condiciones de vida, las personas cambien de empleo y abandonen los trabajos poco valorados o estigmatizados, en lugar de que esas ocupaciones obtengan reconocimiento social.
1.2 La desigual división sexual del trabajo
En México —como en otras partes del mundo— las mujeres, en su mayoría, estuvieron excluidas del mercado laboral durante los últimos siglos. Esto significa que la mayor parte de su trabajo no ha sido remunerado ni reconocido como una profesión durante casi toda la historia reciente. La cantidad y la diversidad de labores no remuneradas de las mujeres se pierden de vista con facilidad porque ocurren en el ámbito privado y porque no forman parte de la contabilidad de una institución; esto es, dicha mano de obra no le cuesta al empleador o beneficiario de su labor. El trabajo del hogar que realizan las mujeres — e incluso su trabajo en negocios familiares— tiende a desvalorarse, invisibilizarse o naturalizarse como causa y consecuencia de que ocurre en espacios domésticos o de forma no remunerada. Esta percepción sobre el trabajo femenino es producto de la división desigual del trabajo por sexo, de la que resulta que el trabajo público y valorado socialmente se reserva para los hombres. A principios del siglo XX, el trabajo del hogar remunerado era una de las pocas alternativas laborales para las mujeres: entre 1895 y 1940, 1 de cada 3 mujeres económicamente activas eran empleadas domésticas. Sin embargo, la cantidad de mujeres que ingresaron al mercado laboral en ese tiempo era pequeña —apenas del 13% de la población femenina de 12 años o más en 1950
Esto quiere decir que cuando iniciaron sus trabajos fuera de casa fueron segregadas a las mismas actividades domésticas que no se veían como una labor remunerada. La falta de valoración económica y social de su trabajo fue un campo fértil para que recibieran un trato inferior al desempeñarse en el mercado laboral.
Algunos de estos problemas vienen, al menos, desde épocas coloniales, pero hacia la mitad del siglo XX una serie de cambios económicos y sociales empezaron a producir desequilibrios en los arreglos tradicionales. Surgió una tensión entre la demanda creciente de mano de obra de mujeres o la necesidad de incrementar los ingresos familiares y la resistencia social a que las mujeres ingresaran al ámbito público y al mercado laboral dominados por los hombres. En ese contexto, difícilmente había incentivos para que el ingreso de las mujeres al trabajo remunerado fuera atractivo o ventajoso.
1.3 Cambios sociales y económicos del siglo XX y su impacto en el trabajo doméstico remunerado
La participación de las mujeres en el mercado de trabajo ha crecido paulatinamente en las últimas décadas, en particular desde los años ochenta. Diferentes factores sociales y económicos se han involucrado en este proceso. Respecto a los primeros, a lo largo del siglo XX, la tasa de natalidad se redujo paulatinamente, e incluso hubo programas gubernamentales para acelerar esta tendencia. 18 conforme las familias tuvieron menos hijos, la carga de trabajo doméstico de las mujeres se redujo, lo que hizo posible que se incorporaran al mercado laboral. Al mismo tiempo, el aumento de la escolaridad de las mujeres —que ocurría de forma simultánea— les permitió aspirar a empleos mejor remunerados y con mejores condiciones laborales, especialmente entre las jóvenes.' Finalmente, los avances en equidad de género incrementaron las posibilidades de libertad y autonomía para las mujeres. Por otro lado, ciertos factores económicos también promovieron el ingreso de la mano de obra de las mujeres al mercado de trabajo. En primera instancia, el modelo de desarrollo de mediados del siglo XX acarreó la expansión de sectores que contratan preferentemente a mujeres, después, la crisis de los años ochenta, la pérdida de ingresos familiares y el acelerado crecimiento de la inflación también propiciaron la incorporación de las mujeres al mercado laboral, no sólo de las jóvenes solteras, sino de las casadas, pues ya no era posible subsistir con un solo proveedor." Entre 1977 y 2002, el número promedio de perceptores de los hogares mexicanos pasó de 1.5 a 2,2 lo que refleja la creciente necesidad de un doble ingreso.
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