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Un Perú que mata a su propia sangre

IndescriptibleEnsayo1 de Junio de 2025

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"Un Perú que mata a su propia sangre"

El 18 de enero de 1911 nació un niño con el alma partida. Lo llamaron José María, pero su verdadero nombre estaba en quechua, en esas palabras que nadie quería oír. Su madrastra lo encerraba en la cocina. No para castigarlo, decía, sino “para que aprenda”. Pero allí, entre las ollas, los leños y las voces que susurraban en runasimi, Arguedas descubrió el único lugar donde no dolía ser él. Aprendió a llorar en quechua, porque en castellano las lágrimas no sonaban igual. ¿Sabes lo que se siente que tu idioma sea reprimido? ¿Qué te lo arranquen de la boca a golpes y burlas?

Aquel niño que lloraba en quechua escribió en castellano para que todos escucháramos los gritos profundos de la sierra. Gritos creados por la discriminación, por lengua, cultura y cuerpo. Nos siguen doliendo en cada rostro indígena excluido, en cada pollera despreciada, en cada muerte silenciada por racismo. Hoy en día, en el Perú, vestir diferente, hablar distinto o tener un color de piel “inadecuado” puede costar la dignidad, la oportunidad, o incluso ¡la vida! Arguedas lo supo desde pequeño. Su madrastra decía que parecía “un indio más”, y su hermanastro lo obligaba a comer en el suelo, como un animal. ¿Te gustaría comer en el suelo? ¿Qué tal si te gusta, no?

En Los ríos profundos, el joven Ernesto, tras hablar en quechua en el colegio, recibe insultos y castigos. Se le margina por no parecer ni hablar “como los blancos”. Su cuerpo, sus palabras, su forma de ser eran juzgadas por una sociedad que, hasta hoy, desprecia todo lo que es de la sierra. ¿Es justo lo que tuvo que vivir Ernesto solo por ser diferente al resto? ¿Te atreverías a mirarlo a los ojos y explicarle por qué lo tratan así? Arguedas lo hizo escribiendo con las lágrimas que nunca se atrevió a derramar frente a los blancos. Cada palabra suya fue un grito asfixiado en la garganta de un pueblo que calla por miedo a perder la vida. ¿Y tú? ¿Cambiarías tu vida por la de Ernesto? No, ¿verdad?

Mujeres que usan polleras, hombres y niños con el rostro quemado por el sol del campo: todos son víctimas de la discriminación, no solo por su vestimenta, sino también por su idioma. En una nación que se hace llamar libre, pero que está reprimida por los estándares de las altas sociedades. Arguedas decía: “Yo no soy un aculturado. Yo soy un peruano que, orgullosamente, como un demonio feliz, habla en quechua.” El quechua no es solo un idioma: es una forma de mirar el mundo. Pero en el Perú, algo tan hermoso y especial a nadie le interesa; más bien, es motivo de burla, risas, silencios incómodos y hasta maltratos que cobran vidas. ¿Cómo puede doler tanto una lengua tan hermosa como el quechua? ¿Cómo puede ser motivo de rechazo y discriminación algo tan íntimo y ancestral? ¿Por qué, en vez de enseñar inglés en las escuelas, no enseñan el quechua? ¿Acaso no es más importante mantener viva nuestra cultura?

En la novela Todas las sangres, de Arguedas, los personajes indígenas hablan con sabiduría y dignidad, mientras los empresarios los ven como obstáculos para el progreso. ¿Pero acaso tenemos la valentía de llamar progreso a la explotación de recursos que buscaban estos empresarios? ¿No te importa acaso la Pachamama? Arguedas no traduce muchas expresiones del quechua; las deja allí, intactas, como un acto de resistencia. Hasta la actualidad, todavía se prohíbe a niños hablar quechua en escuelas urbanas. A mujeres se les exige vestir “más moderno” para ser contratadas como niñeras. A un congresista se le pide un intérprete cuando empieza su discurso en aimara. ¿Pero era necesario un intérprete? Porque “cuando la palabra viene del alma, la traducción es innecesaria”.

El 9 de enero de 2023, el Estado asesinó a 18 peruanos en Juliaca por ser aimaras. No fue

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