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Ángel y demonio, la figura femenina en la construcción del nacionalismo mexicano del siglo XIX: modelo de mujer en El Zarco de Manuel Altamirano (1834-1893)


Enviado por   •  13 de Febrero de 2019  •  Monografías  •  3.989 Palabras (16 Páginas)  •  135 Visitas

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Ángel y demonio, la figura femenina en la construcción del nacionalismo mexicano del siglo XIX: modelo de mujer en El Zarco de Manuel Altamirano (1834-1893)

Xiomara Jahel Meneses Zúñiga

Maestría en Literatura, Universidad de Antioquia

“Cuando México sea una gran nación lo deberá a muchas causas,

pero la principal habrá de consistir en la fuerte, viril y resistente raza,

que desde hoy moldea la mujer femenina mexicana”

Manuel Gamio

       Apertura: contexto y autor

       Los acontecimientos económicos, políticos y sociales del siglo XIX fueron determinantes para la configuración literaria e ideológica de América Latina. La emergencia del proyecto estado nación[1], dado tras la independencia de las nacientes repúblicas latinoamericanas, comenzó a establecer un conflicto entre la necesidad de separarse del modelo exterior europeo y la idea de construir una identidad desde las bases de la propia creatividad del elemento criollo o mestizo de los pueblos hispanoamericanos[2]. La preocupación se centraba en promover la creación de elementos culturales que expresaran de forma original el sistema de valores y los rasgos tradicionales de las nuevas sociedades y ello, denotaba una gran paradoja: el fin antihispanista de dejar atrás el pasado colonial y la dependencia cultural, en contraposición al ideal de forjar una nación autónoma tan culta y sofisticada como Europa, usando bases ideológicas y lingüísticas por ella legadas.

       Esta propuesta constitutiva nacionalista[3], estaba en cabeza de las élites políticas e intelectuales de la época; en palabras de Rivas, A. (1992) “la lucha política y la literatura, en el sentido amplio que se daba al término en el siglo pasado, estuvieron íntimamente vinculadas, en tanto que eran vistas como dos aspectos de una misma práctica” (p.169). Poder y literatura se combinaban porque era tarea de los hombres de letras guiar a la sociedad al progreso. En México, la figura que encarna este idealismo cultural, es la del escritor, militar y político liberal, Ignacio Manuel Altamirano[4] (1834-1893); un indio aculturado que asumió su activa participación en la refundación de la nación mexicana a través del proceso civilizador y transformativo del pueblo mexicano, promovido desde su discurso literario. Su narrativa estaba impregnada con una doble intención: “unir la grandeza del pensamiento a la belleza de la forma” y, aún más importante, con la misión pedagógica de moralizar a partir del arte.[5] Para Altamirano la literatura nacional era

una pequeña república, cuyas semillas debían ser sembradas por un apostolado de letrados y por la propagación de novelas que obedecieran al impulso civilizador de catalizar por medio del signo literario una reflexión sobre la promesa de una identidad nacional capaz de superar el subdesarrollo del país. (Conway, Ch. 2000, p. 92)

       Las pretensiones de elegancia estilística y sentimental en su prosa; el fatalismo y la exaltación a la exuberancia del paisaje, expresada en su novela más representativa, El Zarco, nos muestra rasgos característicos de una novela romántica, y más que eso, el fiel reflejo del discurso literario nacionalista capaz de influir en las aspiraciones y comportamientos populares. En El Zarco, obra publicada póstumamente en 1901, se presenta el enfrentamiento de dos fuerzas contrarias[6] distinguidas por su posición ante la sociedad; cada una de ellas conformada dentro de valores y realidades distintas, aquellos que representan los del bando de los plateados, y la que representan los moradores de Yautepec; los personajes están comprometidos con su posición social y son portadores de propósitos que rebasan los límites individuales.

       En esta novela, Altamirano propone una mirada más profunda a la proyección moral y política de su mensaje colectivo. Es decir, propugna un tipo de disciplinamiento de los sujetos, a partir de las actitudes sociales de sus personajes; asunto que se esboza arquetipos dirigidos a los actores sociales determinantes en la construcción nacionalista. Desde esta idea de establecer identidad desde la ficción, la narrativa de Manuel Altamirano, erige una honda simbología de pertenencia y contribución al tejido social desde el rol idealizado de la figura femenina, a partir de la comparación explícita de dos de sus personajes femeninos, Pilar y Manuela; contraste que se constituye en el foco de análisis para el presente ejercicio.

       La mujer y su lugar en el nacionalismo mexicano

     En el marco de nacionalismo como el fin cultural, en donde los pueblos necesitan definir su identidad para poder representarse a sí mismos frente a los demás, que la búsqueda de autodeterminación mexicana del siglo XIX, tomó como uno de sus ejes determinantes a la mujer y su acción hogareña. El lugar de su importancia estaba ubicado en su casa, en el cuidado de los hijos y la sumisión como esposa. Como lo esboza Gutiérrez, N. (2000)

en las etapas de creación y construcción de la nación, las mujeres han ocupado un papel muy ligado todavía a la estructura patriarcal, moviéndose en ámbitos domésticos y como acompañantes de caudillos, héroes o libertadores. Privadas del espacio público, las mujeres aún patriotas o nacionalistas, son madres, hijas o esposas. (p.210)

       La figura femenina no pertenecía, de forma directa, al campo intelectual e ideológico en la construcción de nación y esto, puede deducirse porque solo los hombres mexicanos del siglo XIX podían participar abiertamente en los estadios iniciales de la formación de la nación, y eran ellos los que podían mirarse a sí mismos e imaginar el rol de los otros. Según Gutiérrez (2000) esto se da porque tres siglos de vida colonial legaron espacios predilectos para la mujer: el convento, la iglesia y la casa; mientras que los hombres de élite recibían instrucción eclesiástica o asistían a colegios y universidades; y ello, les permitía el acceso a las prácticas de lectura y escritura, y, por ende, a las ideas y la discusión[7].

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