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Cada Cosa


Enviado por   •  2 de Febrero de 2015  •  3.972 Palabras (16 Páginas)  •  133 Visitas

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Otra vez de adentro hacia afuera El Señor obra de adentro hacia afuera. El mundo obra de afuera hacia adentro. El mundo quiere sacar a la gente de los suburbios. Cristo saca los suburbios del interior de la gente, y después ésta sale por sí misma de los suburbios. El mundo quiere moldear a los hombres cambiando su ambiente. Cristo cambia a los hombres, que después cambian su ambiente. El mundo quiere conformar la conducta humana, pero Cristo puede cambiar la naturaleza humana. EZRA TAFT BENSON Me gustaría narrar una anécdota personal que a mi juicio contiene la esencia de este libro. Confío en que el lector entrará en contac to con los principios subyacentes del relato. Hace algunos años, me tomé mi año sabático en la universidad en la que enseñaba, para poder escribir, y con toda la familia me fui a vi vir a Laie, en la costa norte de Oahu, Hawai. Poco después de instalarnos, desarrollamos una vida de rutina y trabajo no sólo muy productiva sino también extremadamente agradable. Después de correr por la playa por la mañana temprano, enviábamos a dos de nuestros hijos a la escuela, descalzos y en shorts. Yo me iba a un edificio próximo a los cañaverales; allí tenía una oficina para escribir. Todo era muy silencioso, hermoso, sereno: sin llamadas telefónicas, reuniones ni compromisos apremiantes. Junto al edificio de mi oficina había una universidad, y un día, mientras yo recorría al azar las pilas de libros de la biblioteca de esa universidad, tropecé con un volumen que atrajo mi atención. Al abrirlo, mis ojos cayeron sobre un párrafo que influyó poderosamente en el resto de mi vida. Leí ese párrafo una y otra vez. Básicamente contenía la idea simple de que existe una brecha o un espacio entre el estímulo y la respuesta, y de que en el empleo de ese espacio está la clave de nuestro crecimiento y nuestra felicidad. Es muy difícil describir el efecto que esa idea tuvo sobre mi es píritu. Aunque yo me había nutrido con la filosofía de la propia determinación, el modo en que la idea estaba form ulada —«una brecha entre el estímulo y la respuesta»— me golpeó con una fuerza casi increíble. Fue como «verla por vez primera», como una revolución interior, «una idea cuyo tiempo ha llegado». Reflexioné sobre ella una y otra vez, y empezó a ejercer un efecto poderoso sobre mi paradigma de vida. Fue como si me hubiera convertido en observador de mi propia participación. Comencé a tomar posición en esa brecha, y a mirar desde afuera los estímulos. Disfrutaba con la sensación interior de ser libre para elegir mi respuesta, incluso para convertirme en el estímulo, o por lo menos para influir en él, aunque fuera para darle la vuelta. Poco tiempo después, y en parte como consecuencia de esa idea «revolucionaria», Sandra y yo empezamos a practicar la comunicación profunda. Yo la pasaba a buscar un poco antes del mediodía en una motocicleta Honda 90 de color rojo, y nos llevábamos con nosotros a nuestros dos hijos pequeños —uno entre Sandra y yo, y el otro sobre mi rodilla izquierda—, mientras recorríamos los cañaverales cercanos a mi oficina. Lo hacíamos lentamente, durante más o menos una hora, que dedicábamos a hablar. Los niños iban mirando hacia adelante, al camino, y no hacían ruido. Raras veces veíamos otro vehículo, y la moto era tan silenciosa que nos oíamos sin esfuerzo. Por lo general terminábamos en una playa aislada donde aparcábamos la Honda y caminábamos unos doscientos metros, hasta un lugar solitario en donde tomábamos un almuerzo campestre. La playa de arena y un río de agua dulce que corría por la isla absorbían totalmente la atención de los niños, de modo que Sandra y yo podíamos seguir hablando sin interrupciones. Tal vez no se necesite demasiada imaginación para darse cuenta del nivel de comprensión y confianza que pudimos alcanzar pasan do Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva Stephen R. Covey 189 dos horas al día, todos los días, durante un año, en una situación de comunicación profunda. Al principio del año hablamos sobre temas interesantes de todo tipo: personas, acontecimientos, ideas, los chicos, lo que yo escribía, nuestra familia, planes futuros, etc. Pero poco a poco nuestra comunicación fue profundizándose, y empezamos a conversar cada vez más sobre nuestro mundo interno, sobre nuestra educación, nuestros guiones, nuestros sentimientos, y sobre las dudas acerca de nosotros mismos. Mientras estábamos profundamente sumergidos en estas comunicaciones, también las observábamos y nos observábamos a nosotros mismos en ellas. Empezamos a usar ese espacio entre el estímulo y la respuesta de modos nuevos e interesantes, que nos lleva ban a pensar sobre cómo estábamos programados y sobre el modo en que esos programas daban forma a nuestra visión del mundo. Iniciamos una aventura de exploración de nuestros mundos interiores, y descubrimos que era algo más estimulante, fascinante, absorbente, inexcusable, y que estaba más lleno de descubrimientos y comprensiones, que ninguna otra cosa que hubiéramos conocido en el mundo exterior. Pero no todo era «luz y dulzura». Ocasionalmente tocábamos algún nervio en carne viva y teníamos algunas experiencias dolorosas, embarazosas, auto reveladoras, experiencias que a cada uno lo volvían extremadamente abierto y vulnerable al otro. Y sin embargo descubrimos que durante años habíamos querido entrar en esas zonas. Al penetrar en las cuestiones más profundas y sensibles, y emerger de ellas, de algún modo nos sentíamos curados. Desde el principio nos brindamos recíprocamente tanto apoyo y ayuda, tanto aliento y empatia, que nutrimos y facilitamos esos descubrimientos interiores. Gradualmente desplegamos dos reglas generales tácitas. La primera era «No sondear». En cuanto llegábamos a las capas internas de vulnerabilidad, no hacíamos preguntas, nos limitábamos a la empatia. El sondeo resultaba sencillamente demasiado agresivo. También demasiado controlador y demasiado lógico. Estábamos recorriendo un territorio nuevo y difícil, atemorizador e inseguro, y ello despertaba miedos y dudas. Queríamos ir cada vez más lejos, pero aprendimos a respetar la necesidad de permitir que el otro se abriera según las pautas de su propio ritmo. La segunda regla general era que cuando experimentábamos demasiado dolor, simplemente interrumpíamos la conversación de ese día. Al siguiente la retomábamos en el punto en que la habíamos dejado o aguardábamos hasta que aquel de nosotros que había hablado se sintiera dispuesto a continuar. Reteníamos los hilos sueltos, con el propósito de abordarlos más adelante. Contábamos con el tiempo y el ambiente que conducían a ellos, y nos entusiasmaba observar nuestro compromiso y madurar en nuestro matrimonio; simplemente sabíamos que tarde o temprano cogeríamos esos hilos sueltos y de algún modo acabaríamos de tejer la trama. La parte más difícil,

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