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Discurso Oratoria Forense Unlam

aggustinapEnsayo10 de Septiembre de 2018

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¡Buenos días!

“Debe entenderse que todos somos educadores. Cada acto de nuestra vida cotidiana deja implicancias a veces significativas. Procedamos entonces a enseñar con el ejemplo.” 

Uno de los tantos mensajes que no dejó este notable y reconocido médico argentino. René Favaloro, nacido el 12 de Julio de 1923, en la ciudad de La Plata, Buenos Aires, Argentina. Un hombre de infancia y corazón humilde, que ya a sus cinco años manifestaba su deseo de ser médico y de salvar millones de vidas, especialmente corazones.
Profesional con fuertes valores éticos y un compromiso social sostenido. Si tuviera que calificarlo no dudaría en decir que fue un emprendedor de la vida, un hombre que luchó toda su vida buscando, a partir de la ciencia, salvar vidas; un hombre inclusive reconocido a nivel mundial, como un héroe de la medicina moderna.

El destino puso sobre sus hombros una tarea difícil, apasionado por su profesión, dedicó el último tercio de su vida a levantar una fundación que se dedicaba a operar gratuitamente a personas con afecciones cardiacas. Con su humildad y valores a flor de piel, se entregó de lleno ayudar a quienes más lo necesitaban con su experiencia. Su fundación operaba más allá de si la persona tuviera el dinero o no para pagarla. ¿Y si eso no es pasión, entonces qué es? Poner la vida, la vida del otro, por delante de la retribución económica, en tiempos difíciles, dejaba mucho que decir, que aprender y que agradecer, porque con sus simples acciones y mensajes indirectos, nunca dejo de enseñar ni educar a la comunidad que lo seguía.

Si uno busca en distintas páginas web el nombre “René Favaloro” se encontrará con millones de biografías, homenajes, comentarios y anécdotas.

Hoy  traigo, para compartir con ustedes, una anécdota subtitulada “Creer o Reventar”, que tiene lugar en su campo de batalla, su lugar de enseñanza, el quirófano. Como sucedía cotidianamente, la fundación recibía muchos casos de afecciones cardíacas por día, ese día no  iba a ser la excepción, pero llegó el momento en el que el Dr. Favaloro tuvo que operar a una monja por una “insuficiencia mitral para recambio valvular". Pusieron a la paciente "en bomba", para que el corazón latiera con ayuda de una máquina. Luego, Favaloro cambió la válvula sin problemas pero cuando quisieron "salir de bomba" el corazón hacía dos latidos normales y luego se fibrilaba, es decir, no latía armónicamente. Se la chocó eléctricamente en forma repetida y la  situación no cambiaba. Después de media hora de intentos inútiles Favaloro decidió tomar el corazón entre sus manos y lo apretó fuerte; lo dejó de nuevo en el tórax abierto. Pensaron que había que hablar con la familia, informarle que la paciente había fallecido, pero luego de unos segundos, el corazón empezó a latir con normalidad. Claramente demuestra que no solo dejaba su alma, sino que también dejaba sus manos en cada operación, y así otra vez, la muerte se quedaría con las ganas.

Un hombre de bien, que luego de haber estudiado y experimentado en las mejores universidades del mundo, decidió volver a la Argentina, su querido país, para devolver a su pueblo todo lo que había aprendido. Aunque luego fuera este quien le diera la espalda. Esa espalda que lastima, que hizo que una persona que lo dio todo, no tuviera nada más que dar, nada más que su vida, en un profundo acto de desesperación.

 Pidió ayuda a gritos a los oídos sordos de los gobernantes. Hasta su último momento operó con entusiasmo los corazones de sus pacientes, porque era lo que había elegido hacer, lo que le gustaba y la forma de restituir a la sociedad todo lo que aprendió, pero mientras, era su propio corazón el que estaba roto por dentro. Así fue como un 29 de julio del año 2000, a causa de esas injusticias, decidió dispararle a su corazón para terminar con su vida.

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