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El Homos Rosis

gabi11224 de Octubre de 2012

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l Homo erectus, de una antigüedad de 1,8 millones de años, es decir, sólo 100.000 años posterior a los más antiguos encontrados en África. La mayoría de los paleontólogos jamás se habrían imaginado que una migración tan rápida fuera posible.

Más sorprendente aún fue el hallazgo en 1995, por el equipo de Russell Ciochon, paleontólogo de la Universidad de Iowa, de unos restos de hace 1,9 millones de años cerca del río Yangtze, en China. Según ellos, estos fósiles —los más antiguos de homínido encontrados hasta ahora fuera de África— son muy similares a los del Homo hábilis africano, el primero que fabricó instrumentos de piedra, y del que se pensaba que no había salido de África. En palabras de Dr. Ciochon “es tan antiguo, tan primitivo y tan inesperado que bien podría derribar muchas teorías acerca de la evolución humana en Asia”.

Pero también en el Continente Africano ha habido sorpresas, en este caso no por la antigüedad de los restos sino por la latitud en que se encuentran. Se trata de un fósil de Australopiteco, descubierto en el Chad, de hace tres millones de años, contemporáneo de “Lucy” —el más famoso fósil de Australopiteco— pero separado de ella por la cordillera del Rift del este de África, y a 2.500 Km al oeste. Según se cree, los cambios tectónicos ocurridos allí hace unos cinco millones de años dieron lugar a que el valle al este de la cordillera se despoblara paulatinamente de árboles, lo que favoreció la evolución del antecesor común al hombre y al chimpancé hacia la marcha bípeda, dando lugar a las distintas especies de australopitecos, bípedos, mientras al oeste se habrían mantenido los tipos de vida arborícolas que evolucionarían hacia las actuales especies de chimpancé. Lo que sorprende, pues, es que hubiera hace tres millones de años australopitecos tan lejos de su origen.

Pero, para el que no esté familiarizado con el mundo de los paleontólogos, estos casos pueden no parecer tan problemáticos. En efecto, en todos ellos, los individuos que vivieron tan lejanos de su origen han dispuesto de cientos de miles de años para llegar hasta allí. En el caso normal de la mayoría de las especies animales, que están adaptadas a un sólo tipo de ambiente esto sí sería sorprendente pero, precisamente, lo característico de los homínidos es su progresiva desadaptación. Lo propio de ellos es poder sobrevivir en distintos hábitats no adaptando su cuerpo a las necesidades del ambiente, sino sirviéndose de medios externos para adaptar el ambiente a sus necesidades, de ahí, por ejemplo, la capacidad de fabricar instrumentos. Teniendo esto en cuenta ¿son tan pocos 100.000 años para avanzar 1000 Km? o, incluso ¿serían pocos 1000 o 100 años? No parece tan difícil.

La cuestión es que estos datos son solamente problemáticos para supuestas “teorías científicas” que intentan dar una explicación pormenorizada de lo ocurrido durante millones de años con un número de hallazgos que a veces se puede contar con los dedos de la mano.

Se ha llegado a decir que la teoría darwinista de la evolución es tan perfecta que lo explica todo; tan perfecta, que casi no es una teoría sino una especie de explicación total y, en efecto, no es una teoría si estamos hablado de ciencia experimental: no aporta ninguna fórmula matemática cuyos resultados se puedan cotejar con hechos, lo único que hay es una creencia en el mágico binomio azar-selección natural, y esto no es una teoría científica sino, en todo caso, una descripción basada en algunos datos. Es decir, que la teoría darwinista no se ha podido cuantificar, aunque se ha intentado acudiendo a estudios estadísticos de genética de poblaciones, muy útil para la mejora artificial de especies domésticas, pero que no han podido aportar nada sobre la posible importancia del azar y la selección natural como motores de la evolución.

Sin embargo, muchos autores, presuponiendo cierta la teoría y, por tanto, un lento y uniforme gradualismo en todo lo relacionado con la evolución, es decir, partiendo de un prejuicio como fundamento, sí han hecho todo tipo de fórmulas matemáticas para analizar distintas situaciones. Pero la elección de las variables que hay que considerar significativas, de entre las innumerables que se pueden incluir en estas fórmulas, es necesariamente subjetiva. Las fórmulas y sus resultados pueden variar según los prejuicios teóricos de cada científico.

Un ejemplo es la antigua conclusión, siguiendo estos métodos y después de considerar “suficientes” variables, de que el linaje del hombre y el del chimpancé se habrían debido separar hace al menos 15 millones de años. Cuando las comparaciones moleculares, que sí pertenecen de lleno a la ciencia experimental, demostraron que el suceso habría tenido lugar hace unos 5 millones de años, tiempo excesivamente corto para el lento gradualismo del que antes hablábamos, muchos paleontólogos pusieron el grito en el cielo. Posteriormente se fueron rindiendo a la evidencia de estos estudios verdaderamente cuantificables, como son los de porcentaje de parecido genético.

En la misma línea se han hecho predicciones de la capacidad de migración en Km/año de una especie, de poblaciones humanas, etc. Es el caso de nuestros ejemplos, en que esas predicciones han resultado excesivas, de ahí el estupor causado en personas que han prejuzgado como una ciencia exacta algo que sólo era una suposición.

Algo parecido ha ocurrido con el caso de la famosa “Eva mitocondrial”. Hace ya diez años que empezaron a salir a la luz los resultados de la comparación de ADN mitocondrial de las distintas razas humanas. El tiempo de divergencia de dos especies distintas se puede extrapolar directamente del porcentaje de diferencia entre su ADN nuclear, porque no hay flujo genético entre ellas. Entre las distintas razas de una misma especie sí hay flujo genético cuando hay contacto geográfico, como ocurre en el caso del hombre. Por eso surgió la idea de estudiar el tiempo de separación entre razas humanas comparando su ADN mitocondrial, que se transmite por vía exclusivamente materna y no se mezcla en cada cruce.

Según este estudio, los ADNs mitocondriales de todas las razas humanas confluyen en África hace algo más de 100.000 años, es decir, todas las mitocondrias de las actuales células humanas procederían de una mujer africana de aquélla época. Esta mujer fue llamada la “Eva negra”. Inmediatamente surgieron protestas de los partidarios de un origen simultáneo y multirregional de los seres humanos actuales. El sólo hecho del uso del nombre bíblico de Eva produjo un gran rechazo de estos estudios por la supuesta identificación de la llamada “Eva negra” con la Eva del Génesis, cosa que nadie había hecho. La denominación era simplemente comercial, de la misma manera que se ha llamado “Abel” al australopiteco recientemente descubierto en el Chad, simplemente por darle un nombre conocido y llamativo. Los mismos autores de los trabajos con ADN mitocondrial fueron los primeros en decir que la mujer portadora de aquella mitocondria no tenía por que ser la primera mujer, ni la única que existiera en aquella época, ya que otras mitocondrias de otras mujeres existentes se podrían haber perdido en el transcurso de las generaciones de la misma manera en que se puede perder un apellido. Es más, ellos mismos realizaron unos estudios estadísticos para ver cual podría ser el tamaño de la población en aquélla época. El resultado fue que la famosa “Eva mitocondrial” podría pertenecer a una población de hasta 10.000 individuos. Muchos científicos han tergiversado ligeramente esta conclusión suponiendo demostrada la existencia de 10.000 individuos en aquella época, o tomando este límite superior como un límite inferior.

Cabe aquí hacerse una pregunta cuya respuesta dejamos al interés del lector: ¿Por qué si ningún científico ha intentado utilizar la ciencia para demostrar el monogenismo, y esto es un hecho, sin embargo hay tantos que se esfuerzan, como si en ello les fuera la vida, en utilizar la ciencia para negarlo? ¿Por qué no se limitan a exponer sus resultados sin acritud, como hacen los otros?

Recientemente, el investigador de origen español Francisco Ayala ha publicado un artículo en la revista “Science” (29-XII-95), en el que afirma que las poblaciones humanas y sus ancestros debieron tener un mínimo de 100.000 individuos en cada generación, lo que significaría que las poblaciones de las que desciende el hombre han sido de más de 100.000 individuos desde hace millones de años. Esta afirmación ha llevado, de nuevo, a ciertos divulgadores a atacar los estudios de los científicos supuestamente defensores de una sola primera pareja.

Los estudios de Ayala se basan en los genes llamados DRB1, relacionados con la respuesta del sistema inmunológico. Apoyándose en el concepto de la coalescencia, según el cual todos los genes homólogos —alelos— descienden de un gen —alelo— ancestral, y basándose en una fórmula matemática, concluye que la coalescencia de los genes DRB1 humanos es de una antigüedad de alrededor de 60 millones de años. Con estos presupuestos, la extrapolación de que el hombre y sus antepasados debieron tener un mínimo de 100.000 individuos se desprende de una simulación por ordenador. Pero una simulación por ordenador puede distar mucho de la realidad, a no ser que se demuestre que los parámetros utilizados son correctos, por ejemplo, por su concordancia con los resultados de otros estudios.

Sin embargo se pueden poner algunas objeciones a estos trabajos. La fórmula que se utiliza sería

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