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Ecce Homo


Enviado por   •  26 de Abril de 2013  •  6.551 Palabras (27 Páginas)  •  426 Visitas

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ECCE HOMO.

Introducción.

• Me basta hablar a cualquier persona culta que venga de veraneo para persuadirme de que yo no vivo... En esas circunstancias, es mi deber, contra el cual se rebelan mis hábitos, y aun más la fiereza de mis instintos, decir: ¡ Escúchenme, porque yo soy...tal! ¡ Sobre todo no confundirme con otros!.

• Soy una naturaleza opuesta a aquella especie de hombres que hasta ahora fue venerada como virtuosa.

Prefiero ser mas bien un sátiro que un santo. Lo ultimo que yo querría prometer seria hacer mejor a la humanidad. Yo no he de levantar nuevos ídolos. Derribar ídolos es mi deber principal. Se ha quitado su valor a la realidad, se ha quitado su sentido, su veracidad, en la medida en que se ha inventado un falso mundo ideal... El mundo real y el mundo aparente; Esto significa: el mundo inventado y la realidad... La mentira del ideal ha sido la humanidad misma la que ha falsificado y viciado hasta en sus más profundos instintos.

• ¿Cuánta verdad soporta, cuanta verdad arriesga un espíritu?. El error (la creencia de lo ideal) no es ceguera, el error es pereza... Toda conquista, todo paso adelante en el conocimiento, es consecuencia del valor, de la dureza contra sí mismo, de la limpieza de sí mismo.. Hasta ahora la verdad ha estado sistemáticamente prohibida.

• Mi Zaratustra tiene un carácter independiente. No habla un profeta, uno de aquellos horribles híbridos de la enfermedad y de la voluntad de poder que se llaman fundadores de religiones. Porque: “Las palabras más tranquilas son las que levantan la tempestad; los pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el mundo”. “Los higos caen de los arboles, son buenos y dulces: al caer se desgarran su piel rosada. Yo soy un viento del norte para los higos maduros”. “Así semejantes a los higos, mis enseñanzas caen entre ustedes, amigos míos; ¡ Beban su dulzura, nútranse de su dulce pulpa! En torno a mí reinan los otoños y el cielo puro y meridiano.”

El hombre que busca el conocimiento no solo debe amar a sus enemigos, sino también poder odiar a sus amigos.

Por que soy tan sabio.

I.

Para los indicios de la decadencia y del progreso yo tengo un olfato más agudo que los hombres alguno; en este punto soy maestro por excelencia, conozco ambas cosas, las soy yo mismo.

Saben mis lectores en que medida considero yo la dialéctica como un síntoma de decadencia, por ejemplo, en el caso más famoso, en el caso de Socrates.

En mi hay indudablemente, sin que pueda ser demostrada, alguna degeneración local; no tengo enfermedad ninguna del estomago que revisa carácter de lesión orgánica, aunque a consecuencia del agotamiento general mi sistema gástrico se haya debilitado profundamente. El mismo mal de la vista, que a veces linda peligrosamente con la ceguera, es solo un efecto, no una causa; así que cuando aumenta mi fuerza es solo un efecto, no causa; así que cuando aumenta mi fuerza vital, aumenta mi fuerza visual.

Una larga, demasiado larga serie de años significa para mí la curación; pero significa para mí la curación; pero significa, desgraciadamente también recaída, decadencia, periodicidad de una especie de decadencia.

II.

Además del hecho de ser un decadente, también soy todo lo contrario de un decadente. Prueba de ello es, entre otras cosas, el que yo, instintivamente, elegí siempre los remedios justos contra las situaciones peores: mientras que el decadente elige siempre los remedios más nocivos para él.

Yo me curaba a mí mismo; la condición para conseguir el éxito en este punto es la de estar sano en el fondo.

He descubierto de nuevo la vida, me he comprendido a mí mismo, he gustado todas las cosas buenas, aun las pequeñas, como no es fácil que otros puedan gustarlas, y de mi voluntad de salud, de vida, hice mi filosofía.

¿Y en que se reconoce en el fondo la buena constitución? En que un hombre bien conformado agrada a mis sentidos; esta tallado en una madera a su vez dura y perfumada. Le place solo aquello que le favorece: su placer, su voluntad cesa cuando ha rebasado la medida de la utilidad.

Lo que no le hace morir lo fortalece. Una suma de todo lo que ve, oye y vive.

No cree ni en la degradación ni en la culpa; esta bien consigo y con los demás; sabe olvidar, es bastante fuerte para que todo deba realizarse con la mayor ventaja para él. Pues bien, yo soy lo contrario de un decadente, porque ahora me he descripto a mí mismo.

III.

Esta doble serie de experiencias, este acceso a un mundo aparentemente separado, se repite en mi naturaleza en todos los aspectos; soy un hombre doble; además del primer aspecto tengo también el segundo. Y acaso el tercero...

IV

Nunca fui hábil en el arte de prevenir a alguien contra mi-esto, aun cuando ello habriaredundado en mi interés. Se pude revolver mi vida en todos los sentidos, como se quiera, que no se encontrara en ella, sino muy rara vez, y en suma solo una vez, de parte de otros, hullas de malevolencia contra mí mismo; al contrario, mas bien se encontrara señales de buena voluntad.

Mi experiencia me autoriza a desconfiar, de una manera general, de todo lo que se llaman los instintos desinteresados, de ese amor al prójimo, siempre dispuesto a socorrer y dar consejos. Este amor me aparece como una debilidad, como un caso particular de la incapacidad de reaccionar contra las impulsiones. La piedad no es una virtud mas que en los decadentes. Yo reprocho a los misericordiosos que faltan fácilmente al pudor, al respeto, a la delicadeza, al no saber guardar las distancias.

Dominar la piedad es para mi una noble virtud. Yo he descripto, bajo él titulo de La tentación de Zarrapastra, el caso en que la compasión invade como ultimo pecado para hacerle infiel a sí mismo.

V.

Los que se callan carecen casi siempre de perspicacia y de finura de corazón. El silencio es una objeción: devora el despecho es una prueba de mal carácter: estropea él estomago. Todos los que callan son dispepsias.

VI.

Estar enfermo, es verdaderamente una forma de resentimiento. Contra todo esto, el enfermo no posee mas que un solo remedio, al que llamo el fatalismo ruso, ese fatalismo sin rebelión de que esta animado el soldado ruso que encuentra la campaña demasiado ruda, y termina por echarse en la nieve. No tomar nada ya, renunciar a absorber sea lo que sea; en general, no reaccionar. La gran

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