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Caracterización del signo arquitectónico


Enviado por   •  17 de Mayo de 2014  •  Trabajos  •  2.566 Palabras (11 Páginas)  •  368 Visitas

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INTRODUCCION

La investigación del código en la Arquitectura, donde se observa cuál es su principal función, de qué manera está constituida, la forma en que lo podemos observar, percibir y sentir. También las diferentes sensaciones que puede transmitir al ser humano, además de la manera como las sociedades pueden comunicarse y mostrar sus culturas a través del mismo. Este tiene lo que es un emisor, receptor y mensaje como cualquier otro medio de comunicación que existe. Entonces se puede decir que dentro de este código se utilizan signos o símbolos siguiendo un orden específico para que de esa manera se pueda transmitir correctamente un mensaje a las personas que lo vean.

El signo arquitectónico

Caracterización del signo arquitectónico:

Una vez sentado que la arquitectura puede ser considerada como sistema de signos, debemos tratar de caracterizar estos signos.

Lo que hemos dicho en los capítulos precedentes nos induce a aplicar los esquemas semióticos que hemos utilizado hasta ahora, pero no ha de ser del todo inútil comprobar hasta qué punto el fenómeno arquitectónico soporta la aplicación de otros tipos de esquemas semióticos. Por ejemplo; si aplicáramos las categorías de la semántica de Richards a la arquitectura, toparíamos con obstáculos insuperables. Suponiendo que consideremos una puerta como símbolo al que corresponde, en el vértice del triángulo, la referencia «posibilidad de acceso», no sabremos cómo definir el referente, o sea la pretendida realidad física a que se refiere el símbolo; salvo que afirmemos que la puerta se refiere a sí misma, que denota la realidad puerta, o que se refiere a la función que permite; en cuyo caso el triángulo sería imposible por la coincidencia entre referencia y referente. Y de la misma manera, sería difícil definir la referencia del símbolo «arco triunfal»: el cual denotaría sin duda una posibilidad de pasar, pero que a la vez connota «triunfo» y «celebración»; se produciría un entrecruzamiento de referencias, abatidas sobre el referente, el cual a su vez coincidiría con el signo o con la referencia.

Otro intento que ha dado resultados bastante interesantes es el de Giovanni Klaus Koenig [1964], que ha definido el «lenguaje arquitectónico» basándose en la semiótica de Morris. Koenig se refiere a la definición de «signo», según la cual «si una cosa “A” es un estímulo preparatorio, el cual (a falta de objetos estimulantes que originen por su cuenta la serie de reacciones), en determinadas condiciones, produce en un organismo una disposición para reaccionar con una serie de reacciones que implican comportamientos de la misma especie, en tal caso “A” es un “signo”».

En otro lugar Morris repite que «si una cosa “A” conduce el comportamiento hacia un fin de una manera similar, aunque no necesariamente idéntica, a la que lo haría otra cosa “B”, si ésta pudiera ser observada, en tal caso “A” es un signo».

Partiendo de estas definiciones de Morris, Koenig observa que «si obligo a vivir a diez mil personas en un barrio proyectado por mí, no hay duda que influiré en el comportamiento de diez mil personas» de una manera más intensa y duradera que cuando pronuncio el imperativo verbal «¡siéntate!», y concluye que «la arquitectura se compone de vehículos ségnicos que promueven comportamientos». Pero es precisamente la clave de Morris la que hace difícil esta conclusión. Porque el imperativo «¡siéntate!» es exactamente un estímulo preparatorio que, a falta de objetos reales estimulantes, puede iniciar la misma serie de reacciones, es decir, que el imperativo es aquella cosa “A” que guía el comportamiento hacia un fin de una manera similar a como lo haría otra cosa “B” si ésta pudiera ser observada; en cambio el objeto arquitectónico no es en modo alguno un estímulo preparatorio que sustituye a un objeto estimulante, a falta de éste, sino que es pura y simplemente el objeto estimulante. Nuestro ejemplo de la escalera puede aclarar lo que estamos diciendo, porque es precisamente la escalera la que no puede ser encuadrada en los principios de la semiótica de Morris. Recordemos que ésta prevé también una especie de triángulo semántico similar al de Richards, y en el que el símbolo, o vehículo ségnico, nos remite indirectamente a un denotatum y directamente a un significatnm (que en otro lugar Morris llamaba más confusamente desixnatum). Ahora bien, el denotatum es un objeto «que existe realmente del modo en que se hace referencia a el», mientras que el significatum es «aquello a que se refiere el signo» (pero en el sentido de que es la condición que hace que lo que la cumple sea el denotatum). Como explica Max Bense, que recoge la terminología de Morris, aunque basándose en la semiótica de Peirce, en un oscilador electrónico la línea espectral designa (o significa) la frecuencia, aunque no denota necesariamente (pero podría hacerlo) la presencia del átomo. En otros términos, un signo puede tener un significatum, pero puede no tener un denotatum («que existe realmente del modo en que se hace referencia a él»). Koenig pone el ejemplo de alguien que detiene a un automovilista y le advierte que a los pocos kilómetros la carretera está interceptada por un deslizamiento: las palabras dirigidas al automovilista son los signos de un denotatum que es el deslizamiento, cuyo significatum es la condición de constituir un obstáculo en aquel lugar. Es evidente que el que habla puede mentir, y en tal caso sus signos tendrían un significatum, pero ningún denotatum. ¿Y qué ocurre con los signos arquitectónicos? Si el signo ha de tener un denotatum real, no denotarían otra cosa que a sí mismos, de la misma manera que no sustituirían a un estímulo, sino que lo serían ellos mismos. Dudando de la manejabilidad de la noción de significatum, Koenig prefiere afirmar que los signos arquitectónicos denotan algo (y quede bien claro que al utilizar la noción de «denotación» en el sentido de Morris, no la utiliza en el mismo sentido en que la hemos venido utilizando nosotros en nuestro razonamiento, y en el que lo seguiremos haciendo en los párrafos que siguen); pero admitiendo que la relación de denotación implique la existencia física de un denotatum (como sucede con el signo de Richards, que se caracteriza en relación con un referente real), la aplicación del sistema semiótico a la arquitectura resultaría inútil, porque sería preciso deducir que los objetos arquitectónicos solamente pueden denotar su propia presencia física.

La dificultad de esta posición deriva (y lo hemos visto en los capítulos de introducción)

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