Cazador De Microobios
ana10129 de Abril de 2015
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CAPITULO VI
ROUX Y BERING
MASACRE DE CONEJILLOS DE INDIAS
En 1888, Emilio Roux, el fanático ayudante de Pasteur, continuó las investigaciones que el maestro había tenido que abandonar.
. Unos cuantos años después, en tanto que Roberto Koch se sentía humillado por las quejas y maldiciones de los infelices desengañados de su pretendida cura de la tuberculosis, Emilio Behring, su romántico discípulo, descubrió en la sangre de los conejillos de Indias un poder extraño un algo desconocido que volvía completamente intensivo el poderoso veneno de la difteria. Llegó al extremo de subestimar el valor de su hermosa investigación; pero, al final de su trabajo, dio la clave a los más imaginativos Roux y Behring, que le sucedieron.
Cuatro años más tarde, fueron confirmadas las palabras de Loeffler, al parecer: por un experimento de lo más fantástico que podemos imaginarnos y que terminó con un conejillo de Indias anegado. Así fue cómo Roux hizo que se cumpliera la profecía de Loeffler así fue cómo descubrió el fluido mensajero de las muerte que destila de los insignificantes cuerpos de los bacilos de la difteria; pero de ahí no pasó.
CAPITULO VII
ELIAS METCHNIKOFF
LOS SOLÍCITOS FAGOCITOS
El primer hombre que vio los microbios fue un conserje sin instrucción adecuada.
Un químico los puso en el mapa, y consiguió que la gente les tuviera miedo; un médico rural, transformó la cacería de microbios en algo que pretendía ya ser una ciencia. Estando en la Universidad de Jarkov, Elías Metchnikoff, pidió a uno de sus profesores el microscopio, aparato poco común en aquel entonces, y después de hacer algunas observaciones, más o menos claras, este ambicioso joven se dedicó a escribir prolijos trabajos científicos, mucho antes de tener idea de lo que era la ciencia. bicho. A diferencia de Koch y de Leeuwenhoek, que fueron grandes porque supieron cómo interrogar a la Naturaleza, Metchnikoff leía libros sobre la Evolución, se inspiraba, exclamando: «¡Sí, así es!»; y entonces, con experimentos negligentes en gran escala, intentaba hacer tragar por la fuerza sus creencias a la Naturaleza; y aunque parezca extraño, algunas veces tuvo razón y mucha, como más adelante veremos. Los primeros treinta y cinco años de la vida de Metchnikoff fueron tumultuosos, y una casi desastrosa búsqueda por la fama, que le esperaba en el Mediterráneo, en la isla de Sicilia. Fue en 1883 cuando Metchnikoff se transformó de naturalista en cazador de microbios. Encargó a sus discípulos más jóvenes que estudiasen el microbio que agriaba la leche, con lo que al poco tiempo el célebre bacilo búlgaro ocupó un puesto preeminente entre las filas de medicamentos específicos. —Este bacilo —explicaba Metchnikoff—, al producir ácido láctico, elimina los bacilos venenosos del intestino.
CAPITULO VIII
THEOBALD SMITH
Smith comenzó a dar caza a los microbios en el cuartito iluminado por una buhardilla, en el desván de un edificio oficial: pero como era eso precisamente lo que estaba deseando, dio comienzo a la tarea como si hubiera nacido con un jeringuilla en la mano y un hilo de platino en la boca. En un espacio de tiempo notablemente corto aprendió solo todo lo que era preciso, y empezó a hacer descubrimientos prudentes: inventó una vacuna de una especie nueva y curiosa, que no contenía bacilos, sino sus componentes proteínicos filtrados.
En 1888, el doctor Salmón dedicó a Smith, con Kilborne como ayudante y Alexander, a trabajar sobre la fiebre de Tejas, sin decirle nada acerca de las garrapatas, Finalmente, después de cuatro veranos sofocantes, pero llenos de éxito.Theobald Smith se dispuso, en 1893, a contestar a todas las intrincadas cuestiones que puede transmitir una enfermedad.
CAPITULO IX
DAVID BRUCE
Reinaba en la
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