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Enviado por   •  2 de Septiembre de 2014  •  6.259 Palabras (26 Páginas)  •  264 Visitas

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Tolerancia, racismo, fundamentalismo y nacionalismo

Guillermo M. Almeyra Casares*

* Universidad Autónoma Metropolitana, México

galmeyra@hotmail.com

Recepción de original: 10/07/03

Recepción de artículo corregido: 21/02/04

Resumen

El ensayo parte del concepto de tolerancia que se diferencia del real reconocimiento del Otro y analiza después las bases de la intransigencia cultural y de los fundamentalismos y, en particular, los estragos que los mismos provocan en el mundo contemporáneo en la forma del racismo y del nacionalismo totalitario. Intenta igualmente sugerir algunas bases para la democracia en nuestro tiempo y para reducir los odios políticos y raciales que se enraizaron en los últimos 50 años.

Palabras clave: tolerancia, superioridad/inferioridad, el Otro, religión, nacionalismo.

Abstract

This essay is based on the concept of tolerance, which it differentiates from the true recognition of the Other. It then analyzes the bases of cultural intransigence 204 Resúmenes/Abstracts Política y Cultura, primavera 2004, núm. 21, pp. 203-211 and fundamentalisms and, in particular, the devastation they cause in the contemporary world in the form of racism and totalitarian nationalism. It also attempts to suggest some groundwork for democracy in our time and to reduce the political and racial hatred that have taken root over the past 50 years.

Keywords: tolerance, superiority/inferiority, the Other, religion, nationalism.

Según la etimología,1 la palabra “tolerar” viene del latín tolerare (llevar, cargar, sostener; soportar, tener la fuerza de carga o sostener), del indoeuropeo tel-os (carga, peso), de tel- (levantar, sostener, pesar; soportar, aguantar, tolerar). En el uso cotidiano, tolerar significa soportar o sufrir una cosa o a una persona; permitir que se haga una cosa; admitir ideas y opiniones distintas de las propias.

Un humorista brasileño, el Barao de Itararé, tenía como lema de su periódico A Manha, una versión ligeramente modificada de la frase de Voltaire (“Defenderé hasta la muerte su derecho a divergir de lo que digo”), la cual rezaba así: “Defenderé hasta la muerte tu derecho a ser un imbécil”. El Barao era, en efecto, un tolerante.

Porque en la tolerancia se sufre al escuchar opiniones que uno no comparte, se soporta la carga de la paciencia ante ellas; se permite algo aunque moleste (se toleran los ladridos de un perro o la charla insulsa de un amigo sin tratar de interrumpir o prohibir ninguna de ambas cosas). La tolerancia es la intolerancia del primitivo pero una vez vestida decentemente, civilizada, urbana. En ella la cortesía y el don de gentes llevan a aceptar la existencia del diferente, pero sin llegar hasta el intento de comprenderlo y de darle, al menos, la misma dignidad que uno cree tener. La condescendencia implícita en el tolerar supone, en efecto, una firme creencia en la superioridad de la propia opinión o del propio arbitrio. Porque en la tolerancia no hay dudas sobre sí mismo y, en cambio, existe un juicio previo, un prejuicio, sobre el valor de lo que se aguanta porque no hay más remedio, de lo que se soporta con paciencia de Job, de ese peso que nos impone el vivir en sociedad y, por lo tanto, la obligatoriedad de los compromisos.

Quien tolera la práctica de otras religiones tiene opiniones firmes: o es agnóstico y las personas religiosas le parecen incultas, poco desarrolladas, o cree a pie juntillas en los dogmas de su propia religión que reputa la única verdadera e inspirada por su Dios, el cual, por supuesto, no tiene rivales. Condesciende, por lo tanto, al permitir que otros sigan creyendo en las que considera supersticiones, con la esperanza de que esos otros algún día adquirirán cultura o terminarán por madurar. Por eso una crítica que uno considera errónea se tolera, es decir, se aguanta como quien aguanta o soporta la inclemencia del tiempo, el cual, como se sabe, es caprichoso y ciego.

Tolerar no es lo mismo que comprender o respetar: en el primer término hay una carga de rechazo, de obstinación y arbitrio individualistas, mientras que en comprender está implícito el esfuerzo por entrar en el modo de pensar y de actuar del Otro, al cual se le atribuye, potencialmente, por diferente que sea, la misma capacidad y dignidad. Y respetar también significa ver un elemento de igualdad en la diversidad.

En la tolerancia campea la firme creencia en la superioridad de la propia cultura y, como corolario, de la inferioridad de la del Otro. Los griegos, por ejemplo, que aprendieron todo en Oriente, sobre todo de los egipcios, llamaban bárbaros a quienes hablaban lenguas tanto o más refinadas que la helénica. Y bárbaros resultaron para los europeos los árabes que les transmitieron el conocimiento de Oriente y de la Antigua Grecia, unido a su propio desarrollo científico y cultural.2

El racismo antiárabe, imperante en Europa desde la expansión colonial de la misma, tiene su raíz en siglos de inferioridad cultural, económica y militar del viejo continente ante el Islam, que los europeos no conocían ni comprendían, pero veían con una mezcla de envidia admirativa y de odio que se expresó en las motivaciones de las Cruzadas. Esos siglos de construcción de un sentimiento de inferioridad y de temor a lo desconocido dan origen ahora al intento de afirmar una supuesta superioridad rebajando, desconociendo al Otro y, sobre todo, fabricándolo como inferior y como monstruo.3

Si había que oprimir y colonizar pueblos con grandes civilizaciones, los mismos debían ser considerados inferiores, incluso no humanos, y sus civilizaciones debían ser negadas y destruidas. Así sucedió con la conquista de América, con la colonización de África, con la de los grandes países asiáticos. El salvaje (indígena americano o negro) es sólo fuerza natural, desbastada, y su pensamiento es sinónimo de infantilismo, es prelógico según los raseros europeos. Cuando mucho se le reconoce el carácter de “buen salvaje” o se le pinta, como símbolo de todo el continente, como Calibán, pura fuerza bruta, opuesta a la sabiduría

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