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Consejos De Esculapio


Enviado por   •  30 de Agosto de 2011  •  2.724 Palabras (11 Páginas)  •  1.319 Visitas

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En la mitología griega Asclepio o Asclepios (en griego Ασκληπιός), Esculapio para los romanos, fue el dios de la Medicina y calculación, venerado en varios santuarios de Grecia. El más importante era el de Epidauro en el Peloponeso donde se desarrolló una verdadera escuela de medicina.

Se dice que la familia de Hipócrates descendía de este dios. Sus atributos se representan con serpientes enrolladas en un bastón, piñas, coronas de laurel, una cabra o un perro. El más común es el de la serpiente, animal que, según los antiguos, vivía tanto sobre la tierra como en su interior. La vara de Asclepio también representa a la constelación Ofiuco (Ophiuchus Serpentarius), considerado como el decimotercer signo del zodíaco. Asclepios tenía el don de la curación y conocía muy bien la vegetación y en particular las plantas medicinales.

Hijo de Apolo, su madre, Coronis (una princesa de Tesalia) murió cuando él era chico. Apolo hizo que fuera educado por Chiron, un centauro, quien enseñó a Asclepius las Artes de la medicina. De joven logró habilidades de experto cirujano y en el uso de plantas medicinales, e incluso podía restaurar la vida a los muertos. Hades, señora de la muerte, se alarmó por esto y se quejó a Zeus, que mató a Asclepius con un rayo. Entre los vástagos de Esculapio los más famosos fueron sus hijas Hygeia (la Salud) y Panacea (la Cura), y su hijo Telesforo o Acesios (genio de la convalecencia). Se lo representa acompañado por sus hijos o también con un gallo a los pies y una culebra enroscada en el brazo.

Por todo lo expuesto se desprende que este simpático y plañidero texto, pero con un final optimizador, es apócrifo y no escrito por el Dios de la Medicina que, como todo Dios que se precie de tal, no escribió una mera palabra (basta sólo con ver que se cita a Sófocles, nacido a posteriori del mito) y sí seguramente por alguno de nuestros ignotos e ingeniosos colegas. No podemos sostener que la Medicina es solamente como se la expone aquí y quiero citar, como cierre, el comentario de dos profesionales del área: “Yo nunca le diría esto a un hijo mío que quisiera ser médico” y, otro que afirmaba: “Aunque no lo digamos, muchas veces hemos pensado en estos términos respecto a nuestra querida profesión”.

CONSEJOS DE ESCULAPIO.

¿Quieres ser médico, hijo mío? Aspiración es ésta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia. ¿Deseas que los hombres te tengan por un Dios que alivia sus males y ahuyenta de ellos el espanto?

¿Has pensado bien en lo que ha de ser tu vida? Tendrás que renunciar a la vida privada; mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, terminada su tarea, aislarse lejos de los inoportunos, tu puerta quedará siempre abierta a todos; a toda hora del día o de la noche vendrán a turbar tu descanso, tus placeres, tu meditación; ya no tendrás hora que dedicar a la familia, a la amistad o al estudio; ya no te pertenecerás.

Los pobres, acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en casos de urgencia; pero los ricos te tratarán como esclavo encargado de remediar sus excesos; sea porque tengan una indigestión, sea porque estén acatarrados; harán que te despierten a toda prisa tan pronto como sientan la menor inquietud, pues estiman en muchísimo su persona. Habrás de mostrar interés por los detalles más vulgares de su existencia, decidir si han de comer ternera o cordero, si han de andar de tal o cual modo cuando se pasean. No podrás ir al teatro, ausentarte de la ciudad, ni estar enfermo; tendrás que estar siempre listo para acudir tan pronto como te llame tu amo.

Eras severo en la elección de tus amigos; buscabas a la sociedad de los hombres de talento, de artistas, de almas delicadas; en adelante, no podrás desechar a los fastidiosos, a los escasos de inteligencia, a los despreciables. El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado; prolongarás vidas nefastas, y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir crímenes de los que serás testigo.

Tienes fe en tu trabajo para conquistarte una reputación; ten presente que te juzgarán, no por tu ciencia, sino por las casualidades del destino, por el corte de tu capa, por la apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la atención que dediques a las charlas y a los gustos de tu clientela. Los habrá que desconfiarán de ti si no gastas barbas, otros si vienes de Asia; otros si crees en los dioses; otros, si no crees en ellos.

Te gusta la sencillez; habrás de adoptar la actitud de un augur. Eres activo, sabes lo que vale el tiempo, no habrás de manifestar fastidio ni impaciencia; tendrás que soportar relatos que arranquen del principio de los tiempos para explicarte un cólico; ociosos te consultarán por el solo placer de charlar. Serás el vertedero de sus disgustos, de sus nimias vanidades.

Sientes pasión por la verdad; ya no podrás decirla. Tendrás que ocultar a algunos la gravedad de su mal; a otros su insignificancia, pues les molestaría. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en parecer burlado, ignorante, cómplice.

Aunque la medicina es una ciencia oscura, a quien los esfuerzos de sus fieles van iluminando de siglo en siglo, no te será permitido dudar nunca, so pena de perder todo crédito. Si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees un remedio infalible para curarla, el vulgo irá a charlatanes que venden la mentira que necesita.

No cuentes con agradecimiento; cuando el enfermo sana, la curación es debida a su robustez; si muere, tú eres el que lo ha matado. Mientras está en peligro te trata como un dios, te suplica, te promete, te colma de halagos; no bien está en convalecencia, ya le estorbas, y cuando se trata de pagar los cuidados que le has prodigado, se enfada y te denigra.

Cuanto más egoístas son los hombres, más solicitud exigen del médico. Cuanto más codiciosos ellos, más desinteresado ha de ser él, y los mismos que se burlan de los dioses le confieren el sacerdocio para interesarlo al culto de su sacra persona. La ciudad confía en él para que remedie los daños que ella causa. No cuentes con que ese oficio tan penoso te haga rico; te lo he dicho: es un sacerdocio, y no sería decente que produjera ganancias como las que tiene un aceitero o el que vende lana. Te compadezco si sientes afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana; todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de míseras viviendas, los perfumes harto subidos de las cortesanas, palpar tumores, curar llagas verdes de pus, fijar tu mirada y tu olfato en inmundicias,

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